El futuro lector de este libro ha de saber que se trata de un libro perfectamente serio. No importa que uno lo lea de principio a fin con una sonrisa en la boca o incluso en ocasiones riendo a placer, ni que se descubra a menudo leyéndole al de al lado uno u otro pasaje para que también él o ella se ría; y es que la risa es un incendio al revés, un fuego que regenera, sana y salva. El libro es serio hasta la raíz porque ese otro tan diferente, en cuyos rasgos o circunstancia vital identificamos lo cutre, nos mira con su sonrisa burlona al otro lado del espejo. Vidas baratas y, también, libro barato, pues nos ahorra unas cuantas sesiones de psicoterapia.
Así este fotógrafo montaraz tiene la genial idea de atrapar lo que es (lo cutre) por medio de lo que no es (lo que se parece a lo cutre pero en realidad es otra cosa). Descubrimos entonces que lo cutre no es exactamente lo cañí, ni lo cursi, ni lo hortera, ni lo costroso, ni lo rústico, ni lo kitsch. Lo cutre es siempre otra cosa: esa alimaña que nos rehúye. Pero este método obtiene su recompensa, y al fin llegamos, en una situación imprevista, en una vuelta de página, en un final de párrafo, al momento mágico en que, al igual que en el célebre fotograma de Arrebato —esa excepcional película cutre citada en el libro—, el autor dispara su cámara atrapando en una frase el objeto vivo de su amor. Evocando por ejemplo ese instante en que pisó por vez primera el apartamento en la playa de la familia de su novia, escribe: “Nada más entrar, me sentí en casa. Eso es lo cutre”. Inolvidable también es la ternísima descripción de un joven Pablo Iglesias invitando a desayunar en la cocina de su casa a la presentadora de televisión Ana Rosa, ofreciéndole cándidamente un salmorejo de bote de la marca Alvalle (“Cuando el cutre compra lo más caro siempre fracasa”) y una tostada de “jamón serrano” cuando ya todos sabíamos que se llama jamón ibérico. “Ese líder sí era cutre. Derrochaba verdad”, dice el autor, añorando casi con rabia a ese lejano político que un buen día, olvidando quién era, renegó de lo cutre y se extravió. Y para terminar, dos frases, una luminosa que actualiza al mismo Valle-Inclán: “La bohemia es la cutrez ilustrada, dignificada por un sueño”, y otra que nos señala a todos sin distinción: “En general, todo el mundo es cutre en algo para alguien”.
En el prólogo del libro dice Alberto Olmos que los prólogos siempre le han parecido algo cutre… y por eso lo escribe. En esta reversión nietzscheana de nuestros valores estéticos (o sea morales), lo cutre no está abajo y ni siquiera un poco arriba sino en lo más alto, allá donde la tierra toca las nubes, en la cumbre inalcanzable del monte Olimpo, con los dioses de la verdad, lo auténtico y la rebeldía salvaje contra un mundo falaz de pose y mercancía. Sólo con amor, con mucho amor no a lo cutre sino a la verdad de uno mismo, con esa sabia aceptación de la vida tal y como viene puede conquistarse tan difícil laurel: el que corona el talento.
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Autor: Alberto Olmos. Título: Vidas baratas: Elogio de lo cutre. Editorial: Harper Collins. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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