Termino de leer La gente no existe, el segundo volumen de relatos breves de Laura Ferrero, con tanto entusiasmo que siento el impulso de escribir, no tanto un relato breve como una reivindicación del género.
Como lector, el relato breve dejó de interesarme durante muchos años. Me había iniciado en su lectura con Guy de Maupassant y Edgar Allan Poe, para seguir después con Borges, García Márquez y Scott Fitzgerald. Y todos esos excelentes cuentistas parecían confirmarme que un relato debía ser capaz por sí solo de crear todo un universo, de contarte tanto como toda una novela, de ponerte en antecedentes, guiarte a través de una historia y conducirte hasta su final, sin dejar cabos sueltos en el camino. Mis lecturas me reafirmaron en que no había género literario más difícil, al que como escritor yo no era capaz de llegar y como lector no lograba apreciar en toda su complejidad. Paradójicamente, para mí el relato breve se acabó convirtiendo en un género mayor, y la novela, en cambio, en el género menor. Y, por esa mezcla de respeto y desinterés, acabé conformándome con escribir y leer algo que, al menos para mí, resultaba más accesible, como era la novela.
Al terminar de leer La gente no existe, me ratifico en mis creencias: el relato breve es un género mayor por su dificultad y su exigencia de talento literario. Pero, además, los relatos de Laura Ferrero me han ayudado a desmontar mi propia ignorancia: no, el relato breve no requiere el esqueleto propio de la novela, no necesita contarlo todo, no se trata de apelotonar los elementos de la historia, no consiste en escribir novelas en píldoras. Un relato breve puede contar, sugerir y evocar mucho más que una novela de quinientas páginas aunque solo retrate un momento, una escena suelta, aunque solo describa una fotografía, un instante en la vida. El relato breve no exige contar qué han hecho, qué hacen y qué harán sus personajes: a un buen escritor de cuentos le bastará con contar qué hacen para que el lector pueda intuir qué han hecho o imaginar qué harán. Un buen relato breve exigirá siempre la creatividad del lector, como cómplice necesario de quien lo escribe. Parafraseando a Hemingway, un relato puede y debe mostrar solo la punta y dejarte a ti, lector, imaginar cómo será el resto del iceberg.
Volviendo al ejemplo de Laura Ferrero, en la mayoría de sus cuentos elige un momento —la ruptura de una pareja, la muerte de un abuelo, la espera de una niña que está a punto de conocer a su madre adoptiva, la fantasía de una mujer madura sobre un vecino jardinero—, que a veces es poco más que una escena y otras tan solo un breve período en la vida de los personajes, y lo narra con tal habilidad que, sin darte cuenta, al acabar de leer el relato, crees que te han contado toda esa vida, ese planteamiento, nudo y desenlace que en realidad no está escrito sino que ha logrado que tú lo imagines a partir de lo que ella te cuenta. En eso, sus relatos quizá tengan algo de Chéjov, ese maravilloso y a veces desconcertante especialista en plantearte una situación que te apasiona o dibujarte unos sólidos personajes de los que deseas saber más para luego, inesperadamente, abandonarte en plena historia, cortar con una cierta brusquedad el relato y dejarte a ti construir lo que se supone que habrá de ocurrir a partir del punto y final.
A ello se suma la destrucción de otro de mis equivocados prejuicios: el relato breve no necesita de sofisticados arabescos literarios para tener calidad. El lenguaje sencillo, si se sabe manejar, puede ser a veces más evocador a la hora de dotar de vida a una historia que las más elaboradas piruetas narrativas. El recurso a los referentes cotidianos que utiliza Laura Ferrero —alimentos, canciones, bares y hasta juegos de móvil que al lector le son familiares— te permite construir un universo sentimental en el que esos elementos tan identificables liberan de la necesidad de recurrir a artificios superfluos. La cercanía introduce al lector en el propio relato con facilidad. Uno ha estado allí, en esa habitación de hospital, en ese apartamento, en esa calle o en esa cama. El uso de lo cotidiano es característico también de esa otra gran cuentista que es Lucia Berlin, otra brillante retratista de momentos sin épica que te da libertad como lector para completar la historia que a veces ella tan solo ha esbozado.
He tardado en redescubrir el relato breve desde la perspectiva correcta. Lo que para muchos quizá sea una obviedad largo tiempo sabida, para mí es un hallazgo: no, no hay que buscar en el relato breve un sucedáneo de novela. De lo que se trata es de toparte con una imagen, una situación, una frase, un sentimiento que, si está bien narrado, no será nunca algo ni estático ni breve sino el atisbo de una gran historia que el autor te estará invitando a que la creéis a medias.
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