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Elogio de la fugaci(u)dad, sonetos a Roma

Elogio de la fugaci(u)dad, sonetos a Roma

Uno de los más grandes telepredicadores que ha dado esta bendita Nación punk llamada España dijo en cierta ocasión —lo dijo, no consta que lo inventara—:

Omar fue a Roma por amor, le dio un ramo a la mora y la armó.

Para glosar por vía intraliteraria tan novelesco chascarrillo, ente cuyos admiradores —eso sí consta— los hay regios, hemos improvisado esta antología que habla por sí misma —salvo en tres ocasiones— y se divide en dos partes.

La primera gira en torno al soneto III de Les antiquités de Rome, de Joachim Du Bellay. Indaga en su raíz y ofrece varias de sus ramas, aunque no la polaca —por falta de conocimiento de esa lengua en lo que hace al compilador—. Su lectura invita a un viaje arqueológico en el que encontraremos estratos tales como tradición, traducción, traición, imitación, emulación, intertextualidad, plagio, palimpseto, plagimpsesto, etc…

La segunda es un mero compendio de curiosidades varias, una silva salvajemente civilizada de materiales que no son en origen de acarreo, pero que han terminado por aportar densidad al viaje de la primera parte y por contribuir así —honra bastante— a la sedimentación en curso.

                                                            PRIMERA PARTE

DE ROMA

Qui Romam in media quaeris novus advena Roma,

Et Romae in Roma nil reperis media,

Aspice murorum moles, praeruptaque saxa,

Obrutaque horrenti vasta theatra situ:

Haec sunt Roma. Vident velut ipsa cadavera, tantae

Urbis adhuc spirent imperiosa minas.

Vicit ut haec mundum, nixa est se vincere: vicit,

A se non victum ne quid in orbe foret.

Nunc victa in Roma Roma illa invicta sepulta est,

Atque eadem victrix victaque Roma fuit.

Albula romani restat nunc nominis index,

Quin etiam rapidis fertur in aequor aquis.

Disce hinc, quid possit fortuna; immota labascunt,

Et quae perpetuo sunt agitata manent.

Janus Vitalis Panormitanus (finales del siglo XV – ¿1560?)

 

Nouveau venu, qui cherches Rome en Rome

Et rien de Rome en Rome n’aperçois,

Ces vieux palais, ces vieux arcs que tu vois,

Et ces vieux murs, c’est ce que Rome on nomme.

 

Vois quel orgueil, quelle ruine: et comme

Celle qui mit le monde sous ses lois,

Pour dompter tout, se dompta quelquefois,

Et devint proie au temps, qui tout consomme.

 

Rome de Rome est le seul monument,

Et Rome Rome a vaincu seulement.

Le Tibre seul, qui vers la mer s’enfuit,

 

Reste de Rome. O mondaine inconstance!

Ce qui est ferme, est par le temps détruit,

Et ce qui fuit, au temps fait résistance.

Joachim Du Bellay (1522-1560), Soneto III, Les antiquités de Rome (1558)

 

Thou stranger, which for Rome in Rome here seekest,

And nought of Rome in Rome perceiv’st at all,

These same old walls, old archs, which thou seest,

Old Palaces, is that which Rome men call.

 

Behold what wreak, what ruin, and what waste,

And now that she, which with her mighty power

Tam’d all the world, hath tam’d hersel at last,

The prey of time, which all things doth devoure.

 

Rome now of Rome is th’only  funeral,

And only  Rome of Rome hath victory;

Ne ought save Tyber hastening to his fall

 

Remains of all: O world’s inconstancy.

That which is firm doth flit and fall away,

And that is flitting doth abide and stay.

Edmund Spenser (1552-1599), Ruines of Rome: by Bellay, incluido en Complaints, Containing sundrie small poems of the Worlds Vanitie (1591)

 

A ROMA SEPULTADA EN SUS RUINAS

Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,

y en Roma misma a Roma no la hallas:

cadáver son las que ostentó murallas

y tumba de sí propio el Aventino.

 

Yace, donde reinaba, el Palatino;

y, limadas del tiempo, las medallas

más se muestran destrozo a las batallas

de las edades que blasón latino.

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente,

si ciudad la regó, ya sepultura

la llora con funesto son doliente.

 

¡Oh Roma! En tu grandeza, en tu hermosura,

huyó lo que era firme y solamente

lo fugitivo permanece y dura.

 

Francisco de Quevedo (1580-1645), circa 1617

 

A Roma en Roma buscas, oh extranjero,

mas ya nada de Roma en Roma existe,

los viejos muros que entre escombros viste

es lo que llama Roma el mundo entero.

 

Cuánto orgullo entre ruinas prisionero,

tú, que al mundo tus leyes impusiste,

para vencerlo todo, te venciste,

y el tiempo te consume en su brasero.

 

Túmulo es Roma, a Roma misma alzado,

a Roma sólo Roma ha sojuzgado,

y, oh vaivén mundanal, sólo subsiste

 

de Roma el Tíber, que a lo lejos huye,

el tiempo lo que es firme lo destruye,

y sólo lo que huye le resiste.

Andrés Holguín (1918-1989), Poesía francesa, antología (1954)

 

                                                                 SEGUNDA PARTE

 

¡Oh grande, oh poderosa, oh sacrosanta,

alma ciudad de Roma! A ti me inclino,

devoto, humilde y nuevo peregrino,

a quien admira ver belleza tanta.

 

Tu vista, que a tu fama se adelanta,

al ingenio suspende, aunque divino,

de aquél que a verte y adorarte vino

con tierno afecto y con desnuda planta.

 

La tierra de tu suelo, que contemplo

con la sangre de mártires mezclada,

es la reliquia universal del suelo.

 

No hay parte en ti que no sirva de ejemplo

de santidad, así como trazada

de la ciudad de Dios al gran modelo.

 

Cuando acabó de decir este soneto, el peregrino se volvió a los circunstantes, diciendo:

—Habrá pocos años que llegó a esta santa ciudad un poeta español, enemigo mortal de sí mismo  y deshonra de su nación, el cual hizo y compuso un soneto en vituperio desta insigne ciudad y de sus illustres habitadores. Pero la culpa de su lengua pagara su garganta, si lo cogieran. Yo, no como poeta, sino como cristiano, casi como en descuento de su cargo, he compuesto el que habéis oído.

Miguel de Cervantes (1547-1616),  Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617), libro IV, capítulo III.

No  sabemos quién fue ese poeta deshonra de su nación, acaso ingenioso invento del propio Cervantes, pero Astrana Marín, látigo de plagiarios, masón recóndito, afirma en su Vida de don Miguel que ha encontrado ese soneto antirromano en tres manuscritos distintos de la Biblioteca Nacional, de los que no da, sin embargo, las signaturas. Primer verso: Un soneto a mojicones. Último: Ésta es en suma la triunfante Roma.

Fuera quien fuese, nos remite, frente a la cara santa del soneto del Persiles, a la otra cara de Roma, la Roma puta: Roma-Roma versus Roma-Amor.

Caíste, altiva Roma, en fin caíste,

tú, que cuando a los cielos te elevaste,

ser cabeza del orbe despreciaste,

porque ser todo el orbe pretendiste.

 

Cuanta soberbia fábrica erigiste,

con no menor asombro despeñaste,

pues del mundo en la esfera te estrechaste,

¡oh Roma!, y sólo en ti caber pudiste.

 

Fundando en lo caduco eterna gloria,

tu cadáver a polvo reducido,

padrón será inmortal de tu victoria;

 

porque siendo tú sola lo que has sido,

ni gastar puede el tiempo tu memoria,

ni tu ruina caber en el olvido.

Gabriel Álvarez de Toledo  (1662-1714), Obras pósthumas poéticas, con la Burromaquia (1744)

 

ROMA

Antonino Lamberti, el peristilo

del  sacro templo se alza en la colina,

y llega una fragancia tibustina

que acaricia a Horacio y a Camilo.

 

Es la reina de Pafos y de Milo

que dio la aurora de la luz latina,

en donde halló por la virtud divina

gesto la estatua, la palabra estilo.

 

Amemos, Antonino, de tu Roma

la armonía sagrada, que aún subsiste

de la gloria fugaz que el tiempo doma

 

y que en el verso, o piedra, que resiste,

rosa del mármol, lirio del idioma,

da la fragancia eterna de lo triste.

Rubén Darío (1867-1916) y Antonino Lamberti (1845-1926)

Escribieron el poema mano a mano, al alimón, con programa claro y reglas precisas. No sólo las del soneto. Un verso cada uno y un minuto cada uno para cada verso. Cadencias de cadencias, que diría el maestro que viene a continuación. Presuman luego los surrealistas de haber inventado difuntas expendedurías de delicadezas automáticas.

 

A ROMA (EN EL BIMILENARIO DE AUGUSTO)

Si española no tú, Roma, aquel día,

España fue la Perla del Imperio,

y  al Mundo dar Latino un hemisferio,

la gloria luego de la Patria mía.

 

Tus Césares triunfaron en la Tierra,

y el Cielo tus Pontífices mostraron:

Creadora del Derecho te aclamaron,

y árbitro de la paz y de la guerra.

 

De tu entraña salieron las naciones

en que alma y vida el Universo toma

y el sello ostentan de tu ser fecundo.

 

¡Oh, tú, primer blasón de los blasones!…

¡Cabeza de la humana grey! ¡Oh Roma

-anagrama de Amor-, madre del Mundo!

Manuel Machado (1874-1947), Horas de oro (1938)

 

ROMA-AMOR

Quien quiere decir: Cumbre de la gloria,

canon fundamental de la Belleza,

arquetipo final de la Grandeza,

madre del mundo, llave de la Historia.

 

Quien la gallarda copa de un soneto

llenar pretende del licor divino

grato a los dioses y a los hombres, vino

espumeante del vital secreto…

 

Una palabra verterá tan sólo

-lumbre de ayer y oriente de mañana-

de eterno sol e inmarcesible aroma.

 

Y entendida verá de polo a polo

esa palabra dulce y soberana,

que a la par dice Amor y dice Roma.

   Manuel Machado, Cadencias de cadencias (Nuevas dedicatorias) (1943)

De Manuel Machado dos, porque eran dos los Machado, autorretrato y adelfos, Roma y Amor, dos hermanos distintos y un solo autor verdadero.

 

¿QUÉ HACER?

   Voi siete furistiere, e nnun zapete

                                          Come a Rroma se cosceno le torte…

  1. G. Belli

Roma te acecha, Roma te procura,

a cada instante te demanda Roma,

Roma te tiene ya, Roma te toma

preso de su dorada dentadura.

 

Quieres huir, y Roma te tritura,

no ser, para que Roma no te coma,

pero Roma te traga, te enmaroma

y hunde en su poderosa arquitectura.

 

¿Qué hacer, qué hacer, oh Roma en tal estado,

ingerido por ti, desesperado,

nula la lengua, nulo el movimiento?

 

Si tanta admiración por tanto arte

le sirve a Roma para devorarte,

pasa por Roma como pasa el viento.

                                                 Rafael Alberti (1902-1999), Roma, peligro para caminantes (1976)

 

NOCTURNO

He vivido sin Roma hasta tenerla

y ahora que la tengo ya no vivo

ni en Roma ni en su sombra. Lo que escribo

es mi forma de verla y de creerla.

 

Algún día, con tal de no perderla,

soñaré que la puse en un archivo,

el más grandilocuente, el más altivo

que pueda en su delirio comprenderla.

 

Esta noche me basta con no echarla

ni un poco más de menos, que ella misma

a sí misma se extraña, con guardarla

 

donde guardo el recuerdo de aquel cisma

que en tiempos más heroicos, por salvarla,

le dobló el alma y le partió la crisma.

Alfonso Lucini (1959),  La banca siempre gana (2013)

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