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Eloísa va al encuentro de Abelardo

Otro 17 de mayo, el de 1164, hace hoy 859 años, Eloísa, finalmente, va al encuentro de su marido, Pedro Abelardo. Todo son conjeturas en cuanto a las vidas de Abelardo y Eloísa, hipótesis basadas en manuscritos hoy desaparecidos. Por el contrario, sí ha llegado hasta nosotros una parte de la correspondencia de todo el tiempo que se amaron en la distancia y está considerada el umbral a la literatura francesa del siglo XIII, además de precedente de esa novela epistolar cultivada por Madame de Lafayette, Choderlos de Laclos e incluso Rousseau. Porque hablamos de la abadesa cluniacense del Paraclet de Nogent, una de las más prestigiosas de Francia, y de un precursor del escolasticismo; es decir, uno de los primeros en intentar comprender mediante la razón la revelación cristiana. Pero también hablamos de dos amantes míticos, que cuentan en las mismas nóminas que Marco Antonio y Cleopatra, Dante y Beatriz o Isabel Segura y Juan Martínez de Marcilla —los amantes de Teruel—.

Todo son conjeturas. Pero sí es cierto que, tras producirse el óbito de Eloísa, en la madrugada que se fue entre el 16 y el 17 de mayo de 1164, fue enterrada en la misma tumba, que desde 21 años antes guardaba los restos de Abelardo. La abadesa y esposa del escolástico, que, empero, hubiera preferido ser su “cortesana antes que la emperatriz de Augusto”, muere “de doctrina y religión muy resplandeciente”, según consta en el artículo que se le dedica en la Gallia christiana in provincias eclesiásticas distributa, una crónica eclesiástica de Francia, desde sus primeras diócesis hasta el siglo XIX.

Sólo la muerte es capaz de separar a quienes se aman mucho. Abelardo y Eloísa fueron la excepción a esta regla. En su caso, la muerte fue a unir lo que la vida había separado. Y así, en ellos, el amor loco acabó por imponerse al racional.

"No deja de ser harto curioso que uno de los mayores pensadores de la Edad Media sea más conocido por el ardoroso amor que alumbró por Eloísa"

La primera de las singularidades de Eloísa es que fue una de las pocas mujeres de su tiempo que llamaban la atención por sus conocimientos de latín, griego y hebreo. Lo de idealizar el amor cortés —el de los amantes—, frente al matrimonio, ya era más frecuente entre las damas de la Europa del siglo XII: el amor cortés era el platónico; el matrimonio, el de conveniencia. Abadesa 80 años antes que Santa Clara y creadora en Paraclet del primer centro de música sacra de su tiempo. Con todo, esto no fue óbice para que se adelantase a la anarco-feminista Emma Goldman en sostener: “El matrimonio es una prostitución de la mujer, un interés material de la esposa para alcanzar una determinada condición social que podría convenir a aquella que quisiese prostituirse a alguien mucho más rico si la ocasión se presentase, pero no a una mujer verdaderamente enamorada de otra persona”.

Puede que algunos de esos poemas sin firma, que abundan en la producción de los goliardos, se debiesen al talento de Pedro Abelardo (1079-1142). Aunque su obra poética se ha perdido, algunos eruditos encuentran en él al primer goliardo. No deja de ser harto curioso que uno de los mayores pensadores de la Edad Media sea más conocido —por el común de los mortales— por el ardoroso amor que alumbró por Eloísa. Amor que, aunque correspondido —“Mi único después de Cristo”, le llamaba ella en esas cartas que constituyeron el largo final de su relación—, fue maldito y de consecuencias dramáticas.

"Llegado al cabo a la escuela catedralicia de París en 1113, enfrentaba las contradicciones de la Iglesia durante el milenio precedente con ese si y no suyo que habría de hacer historia"

A mitad de camino entre la cualidad real o abstracta de los términos del lenguaje, que se debatía cuando el futuro capón decidió abandonar la carrera de las armas —a la que estaba destinado como primogénito de una familia de la nobleza francesa— para abrazar la de las letras, apenas llegó a París en calidad de estudiante, Abelardo se enfrentó a sus maestros. Parece ser que, en sus esfuerzos por sentar cátedra, llegó a impartir sus enseñanzas en un árbol cuando se le prohibió “pisar tierra de París”.

Obligado por las autoridades a bajar, y por la popularidad de la que gozaba entre los estudiantes a proseguir con sus disertaciones, sentó cátedra en una barca que flotaba sobre el Sena, de la que también sería expulsado. Siendo el caso que la jurisdicción del obispo de París no llegaba a la orilla izquierda del río parisino, Abelardo prosiguió en ella sus lecciones, lo que le convirtió en el primer heterodoxo de la rive gauche, que habría de ser pródiga en disidencias.

"Goliardo o no, Abelardo fue privado de sus atributos masculinos frente a aquella que despertó en él un amor que los llevó a experimentar todos los refinamientos insólitos que la pasión imagina"

Llegado al cabo a la escuela catedralicia de París en 1113, enfrentaba las contradicciones de la Iglesia durante el milenio precedente con ese “si y no” suyo que habría de hacer historia. Y en eso se enamoró de una de sus alumnas: Eloísa. Corría el año 1117 y, en opinión de otros autores, fue nombrado tutor de la bella. Dado que la muchacha era sobrina de Fulbert, canónigo de Notre Dame, y que éste no aprobaba sus amores, la pareja los alumbró en secreto. Ya casados, la bella Eloísa concibió a Astrolabio. “Pero Fulbert y los suyos buscaban siempre una ocasión de vengarse de mí —escribe el propio teólogo en Historia de las desdichas de Abelardo—. Empezaron a divulgar nuestro matrimonio, violando así la fe que nos habían prometido. Eloísa protestaba violentamente sosteniendo lo contrario: juraba que nada era más falso. Fulbert, exasperado, la maltrató muchas veces. Cuando lo supe envié a mi esposa a una abadía de monjas, en Argenteuil, cerca de París. Allí había sido educada en su infancia y recibió la instrucción elemental. Le hice hacer y la vestí con los hábitos correspondientes a la profesión monástica, excepto el velo. Cuando la noticia fue conocida por su tío y su familia, imaginaron que yo la había engañado y que mi propósito era desembarazarme de Eloísa. Cediendo a la indignación y a la cólera tramaron una conjura contra mí. Una noche, uno de mis servidores, a quien habían comprado a precio de oro, los introdujo en la cámara retirada donde yo dormía, y me hicieron sufrir la venganza más cruel, la más vergonzosa, que el universo conoció con estupefacción: me amputaron las partes del cuerpo con las cuales había cometido el delito del que se quejaban. Dos pudieron ser detenidos, fueron condenados a la pérdida de la vista y a la castración. Uno de esos desgraciados era el sirviente del que antes hablé, y que, ligado a mi persona, se había dejado corromper por codicia”.

Goliardo o no, Abelardo fue privado de sus atributos masculinos frente a aquella que despertó en él un amor que los llevó a experimentar “todos los refinamientos insólitos que la pasión imagina”. Ya capón y recluido en la abadía de Saint-Denis-en-France, el teólogo se siente conturbado “al pensar en la abominación en que, según la letra homicida de la ley, los eunucos son tenidos a los ojos de Dios; en efecto, todo macho sometido a ese estado por la ablación o reducción de sus partes viriles es visto como un ser fétido e inmundo, separado de la Iglesia; hasta los animales castrados son rechazados del sacrificio”.

"Hace hoy 859 años, Abelardo y Eloísa fueron enterrados juntos en la abadía de Paraclet. Exhumados con posterioridad, en 1817, volvieron a ser inhumados juntos en el mítico cementerio parisino de Père-Lachaise"

Y el filósofo recuerda algunas de esas sagradas escrituras que maldicen a los capones: “El animal cuyos testículos han sido magullados, aplastados, cortados o arrancados no podrá ser ofrecido al señor”, lee en el Levítico. Asimismo, en el capítulo XXIII del Deuteronomio descubre: “El eunuco, cuyos testículos fueron aplastados o arrancados, no entrará en la asamblea de Dios”. Prohibida o no la presencia de castrados en los altares, Abelardo, que siguió amando a Eloísa, pese a que no tuvo más contacto con ella que ese intercambio epistolar ya referido, vio cómo su Introducción a la teología era condenada a la hoguera por el Concilio de Soissons (1121).

La respuesta del hombre que ya superaba con creces a la filosofía de su tiempo, fue un oratorio al Espíritu Santo, bajo el que se detecta una declaración del derecho del ser humano a la libertad de pensamiento.

Hace hoy 859 años, Abelardo y Eloísa fueron enterrados juntos en la abadía de Paraclet. Exhumados con posterioridad, en 1817, volvieron a ser inhumados juntos en el mítico cementerio parisino de Père-Lachaise. Así se escribe la historia.

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