“Sentía como si poco a poco hubiese ido ingresando en una suave pesadilla en que todo era irreal y absurdo”. Esa cita de Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, abre la nueva novela del escritor Eloy Urroz y debería servir para poner en guardia al lector de Demencia, una obra en la que nada, o casi nada, es lo que parece y en la que su autor, miembro destacado del Crack mexicano, se mueve con asombrosa facilidad por la delgada línea que separa el sueño de la realidad, la vigilia de la alucinación.
De ritmo trepidante, en especial su primer capítulo, Demencia es un cóctel explosivo con elementos propios del thriller psicológico y otros más oníricos y surrealistas. Urroz (Nueva York, 1967) consigue atrapar al lector desde la primera página de esta novela divertida e inteligente, desconcertante y escabrosa a ratos, “en la que no hay certeza de nada. Es la novela de las incertidumbres”, asegura en una entrevista con Zenda, en la que reconoce que ha disfrutado, y mucho, al escribir este libro, entre otras razones porque se permitió “ser libérrimo”.
“Eso no significa que haya escrito a lo loco, pero sí me permití ciertas transgresiones. Aparte, tengo que decir que la novela, y el arte en general, me gustan porque parecen ser el terreno de la libertad por antonomasia. Todas las transgresiones que los seres humanos sueñan, desde el marqués de Sade, se pueden escribir”, afirma este novelista, poeta y ensayista, que desde hace veintitrés años vive en Estados Unidos y da clases de Literatura Latinoamericana en The Citadel College, en Charleston, Carolina del Sur. Pero va “constantemente” a México, cuya capital aparece transformada en la novela, quizá porque esa ciudad que él dejó en el 95, está “cada vez peor, más insegura, más complicada y caótica”.
Publicada por Alfaguara, Demencia tiene ocho narradores distintos, aunque Eloy Urroz logra que la estructura, complicada en apariencia, no dificulte la lectura de esta novela coral, en la que hay un personaje, el del violinista Fabián Alfaro, que conquista claramente al lector y que es el que, debido quizá a su esquizofrenia, no sabe si lo que le sucede es real o pertenece al reino del sueño o de la alucinación. Y el escritor tampoco lo quiere aclarar, por más que se le pregunte por ello, y se ríe abiertamente cada vez que se intenta aclarar cualquier situación confusa de la novela. Juega a “la ambigüedad de principio a fin” en un libro en el que no ha hecho “concesiones al lector”.
El violinista tiene comprometido el 27 de junio para dar un concierto sobre las tres sonatas Opus 30 de Beethoven, acompañado al piano por Daniela. Sin embargo, cada vez que intenta ensayar con ella, aparece otra mujer, Herminia, más sensual, un poco bruja y otra de las grandes sorpresas de esta novela sobre la amistad y el amor, y con frecuentes “guiños” a Kafka y a Buñuel.
A finales del siglo pasado, Eloy Urroz, Jorge Volpi, Ignacio Padilla (fallecido hace dos años) y Pedro Ángel Palou, entre otros escritores, formaron el grupo del Crack mexicano, en señal de ruptura con la literatura del post Boom, la de autores como Isabel Allende o Antonio Skármeta, que, dice Urroz, “no estaban a la altura del Boom, de aquellas grandes novelas que nosotros utilizábamos como modelo”.
Demencia es la novela número diez de Urroz, que ha publicado también Las leyes que el amor elige, Las rémoras, Herir tu fiera carne, Fricción, La familia interrumpida y La mujer del novelista, entre otras. Su obra está traducida al inglés, francés, italiano, alemán y portugués.
En la sede de Alfaguara, Eloy Urroz conversa con Zenda sobre su nueva novela:
—Demencia es una novela en la que todo es ambiguo y queda muy abierto, incluso el final del libro.
—Sí, lo he dejado todo muy abierto, muy ambiguo. Yo quería crear esa ambigüedad de principio a fin, que en ningún momento el lector pudiera decantarse por una cosa o por la otra, porque yo mismo como autor no te puedo dar una respuesta definitiva sobre los acontecimientos. Es una novela en la que no hay certeza de nada. Es la novela de las incertidumbres.
—¿Cuál sería el origen de este thriller psicológico?
—Surge de diferentes formas. En primer lugar, a mí no me gusta repetirme, cada una de mis novelas es completamente diferente. Yo nunca había intentado hacer thriller ni novela negra, porque no soy un lector muy asiduo de esos subgéneros. Soy lector simplemente de buena novela. Pero quise hacer mi propia versión de una novela negra, que pasara en la Ciudad de México, pero una Ciudad de México transfigurada, extraña, donde el lector ni siquiera está del todo seguro de que lo sea. Sí, se parece, pero de pronto pasan cosas o hay ambientes demasiado ensordecidos, aunque la ciudad ya de por sí lo es; cambian los nombres de algunas calles, otros son reales. Lo que sí hay en el origen de esta novela fue la anécdota de las tres hermanas Ricart, enamoradas de Néstor, el escritor. Esa anécdota me la contó un chico madrileño, antes justo de empezar la novela, y yo no me lo podía creer. Ese chico tenía una novia española, conoció a la hermana y dejó a la novia para estar con la hermana, y la tercera hermana se acostó con él. O sea, con las tres. «Esto no es posible», pensaba yo, y decidí incorporar como fuera esa historia a la novela, que no es la más importante del libro, pero da mucho juego”.
Y, luego, la parte de Fabián. Yo quería que hubiera un músico, que fuera violinista. Mi hijo toca violín, pero es un niño. El de la novela es un adulto, es un buen violinista, y también quería que la idea del plazo fijo para tener listas las sonatas de Beethoven creara tensión en el lector, y que se preguntara cuándo iba a ensayar el concierto, porque cada vez que va a reunirse con Daniela, la pianista, surge Herminia, la otra mujer, y eso, a mí, tengo que decir que me cogió por sorpresa, yo no lo esperaba, no lo preví. Cuando Fabián sale en ese primer capítulo de su casa para encontrarse con Daniela, yo mismo, autor del libro, dije: «¡Pero no es Daniela, es Herminia!» ¡Dios! Herminia surgió, yo no la pensé, y me pareció que era un personaje que le daba mucha fuerza a la novela. Daniela es la luz y Herminia las tinieblas; es el diablo que seduce a Fabián, le inspira sus instintos más sexuales. Y luego el padre de Herminia, el del «bigotito ralo» [se muere de risa al pensar en él]. Me gusta eso porque hay novelas donde uno simplemente reconoce a algún personaje por algún rasgo específico, en lugar de por su nombre. Este es el del «bigotito ralo», un hombre extraño, antipático, es misterioso y no se sabe bien si es bueno o es malo.
—Hay un toque surrealista en esta novela.
—Ya que hablamos de surrealismo, al escribir la novela pensé en varios cineastas, entre ellos en Buñuel, sobre todo en la película de Ese oscuro objeto del deseo, donde hay dos actrices que hacen el mismo papel de la mujer, y cuando él se acerca a ella, desaparece y aparece la otra. Se visten igual, se transfigura la mujer. También eso tenía que ver un poquito con Daniela y con Herminia.
—Además de la cita inicial de Sábato, en un momento dado hablas de Kafka, y tu tesis es la de que casi todo lo que leemos del autor de La metamorfosis “se origina en un sueño”.
—A Kafka también lo tuve muy presente. He leído mucho de él y sobre él. Y si uno lee, por ejemplo, El castillo, El proceso o incluso La metamorfosis, todo es muy raro, no es sobrenatural, no es fantástico, pero es raro. El lector no entiende bien por qué están pasando esas cosas tan extrañas. Y entonces yo me dije: «¿Qué tal si es que Kafka tenía un sueño y, a partir de él, simplemente lo utilizaba como punto de partida para una alegoría, y sin decir nunca que es un sueño? Lo hace pasar como literatura realista, pero no tiene nada de realista». Y de alguna manera, en Demencia le estoy haciendo un guiño a Kafka. Por eso la novela tiene también este tono onírico. Por ejemplo, el capítulo de los inspectores. ¿Lo torturaron a Fabián o no lo torturaron? Ese capítulo fue muy difícil de escribir, crear esa ambigüedad para que el lector en ningún momento estuviera seguro, porque ni él mismo sabía con exactitud lo que le había pasado. ¡Es una locura, es una locura!, [dice entre risas].
—Néstor, el escritor, otro de los personajes más interesantes del libro, trata de seguir los consejos que le da su hermano Raimundo sobre cómo debe ser una novela para que el lector no la suelte: “Si no consigues engancharlo en las primeras líneas, pocos seguirán leyéndote”, le dice Raimundo.
—Eso es una reprimenda que me ha hecho mi hermano Ricardo, porque algunas de mis novelas sí son más sesudas, y me pide que haga otro tipo de novela. Y Demencia es una novela diferente a otras que yo he escrito, aunque no he hecho concesiones al lector, pero yo tenía que conseguir desde el principio que el lector no la soltara. Ese primer capítulo, que es muy largo (50 páginas), antes de avanzar lo reescribí cuarenta o cincuenta veces, no te miento, hasta estar seguro de que el lector no iba a soltar la novela. La fui escribiendo por párrafos, asegurándome de que iba a ser como un thriller.
—De todas maneras, Eloy, en la época en la que vivimos, con el predominio de lo digital y de las redes sociales, ¿no crees que la literatura que hace pensar va perdiendo adeptos?
—Sí, aunque yo quiero pensar que siempre hay lectores que buscan novelas que le exijan un poco más. Y yo aquí traté de conseguir las dos cosas, no sé si lo logré o no. Si te das cuenta, la estructura de la novela no es fácil, pero al mismo tiempo, por su trama, quería que el lector no dejara de leerla. O sea, creo que permite dos lecturas y puede leerla también aquel que no ha leído nunca un libro y se quiere divertir y entretener, y no se entera siquiera de lo de los puntos de vista, de que es una novela coral. A mí me sorprendió muchísimo el final de mi novela, yo no lo sabía. Es más, te voy a decir, el final de mi novela me lo dio Jorge Volpi. Yo había escrito otro diferente, pero él me dijo que no era el adecuado, que si no me había dado cuenta de que durante toda la novela había estado latente la homosexualidad de Néstor y de Fabián. Yo no lo había visto, y lo cambié. Es una novela desconcertante. Es una novela escabrosa, pero no todas las mías son así, [dice entre carcajadas].
—“Nadie tiene tiempo de leerse quinientas páginas de elaborado pensamiento existencial. ¿Quién lee a Dostoievski o a Proust, salvo tú?”, le decía Raimundo a su hermano.
—Eso es irónico, porque yo sí los leo. Qué más quisiera yo que los jóvenes empezaran leyendo a Tolstoi, pero eso no va a pasar. Qué más quisiera yo que todo el mundo no más leyéramos clásicos, pero, evidentemente, somos sólo un grupo, una clase de gente que seguimos leyendo a los grandes autores.
—Aunque Demencia es una novela coral, el personaje del violinista es el que más atrapa al lector. ¿Te ha sido difícil crear el personaje de un esquizofrénico, que no distingue entre realidad y alucinación?
—Es que yo no sé si realmente Fabián es un esquizofrénico. Es más, lo dejo abierto para que ni siquiera se defina claramente si es que tiene un problema mental o si hay cosas que sí están pasando en la realidad. Por ejemplo, la muerte de la su vecina anciana, ¿pasa o no pasa? Sinceramente, no quiero decantarme por una o por otra porque no lo sé. Yo mismo no lo sé y me gusta que no se sepa. El lector tradicional quiere certidumbres, pero no hay certidumbres. Y yo creo que en las mejores novelas no las hay, es lo que yo pienso como lector.
—En esta novela hay pasión por la música, en especial por Beethoven. ¿Es uno de tus músicos preferidos?
—Me gusta toda la música, pero especialmente Beethoven. Me gusta también el rock, pero siempre que sea buena música. Me he vuelto muy selectivo con la música. Hay alguna que no soporto y que yo no la llamaría ni música, son más bien ruidos y tonterías.
—Muy interesante lo que cuentas de las sonatas que Beethoven le dedicó al zar Alejandro I y que tardó doce años en cobrar los cien ducados que le tenían que dar por ellas.
—Todo esto coincide con que, poco antes de comenzar la novela, yo leí la gran biografía de Solomon sobre Beethoven. Y tenía muy fresco todo el asunto.
—Dices que no sabes cómo surgió el personaje de Herminia y que hay otras cosas que te sorprendieron al escribir la novela, pero ¿eso es verdad, Eloy? Cada vez que escucho a un escritor decir que los personajes a veces se os van de las manos o que no sabéis de dónde salen, lo veo más como una pose, no como algo que os sucede realmente.
—No es pose. Es verdad, te juro que es verdad. Muchas cosas yo no las sabía. Por ejemplo, el final no lo sabía, no me había dado cuenta de que Néstor y Fabián eran posiblemente bisexuales. Tampoco había previsto lo de Herminia, y cuando el violinista llega al restaurante a buscar a Daniela, de pronto me di cuenta de que no era a ella a quien iba a encontrar, sino a Herminia. No soy de los que prepara a fondo sus novelas antes de escribirlas, aunque en algunas sí lo hice, como en mi libro sobre Luis Cernuda, La familia interrumpida. Esa novela sí fue fruto de mucha investigación sobre Cernuda, su exilio, sobre la guerra civil española, sobre los niños vascos exiliados… Esa sí fue muy planeada, pero Demencia no. En ella dejé que fueran pasando cosas y, por ejemplo, tampoco planeé que el padre de las tres hermanas y de Rogelio fuera por el día un eminente neurocirujano y por las noches se convirtiera en un travesti.
—Demencia pertenecería a lo que Sábato llamaba escritura “nocturna”.
—Sí, la novela a veces te muestra un rostro tuyo que no conocías, esas pulsaciones tanáticas. Eso lo explica Sábato mejor en un libro que se llama El escritor y sus fantasmas. Es muy importante el arte en general y la literatura, porque esas pulsaciones que los seres humanos tenemos las saca uno ahí, y dice Sábato que es muy contraproducente tratar de adormecerlas o tratar de obviarlas, porque pueden hacer mucho daño. Crean guerras, violencia. Forman parte del inconsciente del ser humano.
—Vives en Estados Unidos, pero vas con frecuencia a México.
—Vivo en Carolina del Sur, y doy clases de Literatura Latinoamericana en The Citadel College, en Charleston, pero voy constantemente a México, por lo menos dos veces al año. Y también tiene que ver la novela con una sensación de “mi” ciudad de México. Esa ciudad que yo dejé en el 95 y que cuando regreso a ella la veo cada vez peor, más insegura, más complicada, caótica. No sé. Y yo quería crear un México así, como yo lo sentía.
—¿Y cómo ves a López Obrador, el nuevo presidente de México?
—Creo que está la gente contenta, optimista. Yo soy más cauto, la verdad, porque no sé si podrá llevar a cabo cambios sustanciales. Pero, por otro lado, estoy muy contento de que parece que ya sí es el acta de defunción del PRI, y eso me parece una muy buena noticia, aunque tampoco estoy seguro de que de la noche a la mañana se va a acabar la corrupción. Ya está muy enquistada, agarrada en el sistema sanguíneo de los mexicanos. Por eso soy cauto.
—¿Qué queda del Crack, de aquel grupo que formasteis a mediados de los noventa?
—Sobre todo hay que entender que somos amigos, éramos amigos y continuamos siéndolo. No fue una cosa mercadotécnica, como algunos quisieron atacarnos. Simplemente éramos un grupo de amigos del bachillerato, con los mismos gustos artísticos y literarios que nos reuníamos a tomar café, y un buen día decidimos autonombrarnos, y nos pusimos ese nombre, nada más. Y a mucha gente les cayó muy gordo, quizá porque el nombre no se le ocurrió a ningún crítico. A partir de ahí, empezaron a hablar de movimiento y de generación, y no era ni lo uno ni lo otro. Como mucho, yo diría que somos un grupo de amigos que formamos parte de una generación de escritores latinoamericanos, que es bastante más amplia, nacidos en esa época, escritores que comparten lecturas, músicas, películas…
—¿Cómo llevas la presidencia de Donald Trump?
—Hay que padecerlo, pero se va a acabar. Todo se acaba. No creo que repita mandato, pero también todo el mundo esperaba que no ganara, y ganó.
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