Los espacios mediáticos son una elucubración de fuegos artificiales. Las cosas suceden y ya está: no hay patrones que dictaminen una serie de cualidades infalibles para catapultar a un autor al centro de la discusión literaria. Elvira Sastre lo ha conseguido. Desde sus primeros libros de poesía —Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo (Lapsus Calami), Baluarte y Ya nadie baila (ambas con Valparaíso)—, esta joven escritora nacida en Segovia en 1992 consiguió, especialmente a través de un eficaz trabajo en redes sociales, hacerse con un enorme volumen de lectores, extendidos por España y Latinoamérica. Tras irrumpir a través de ese circuito lírico de nuevo cuño, Sastre dio un paso hacia el status quo al publicar La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, su cuarto poemario, en el sello Visor Libros. Su consolidación en el mismo ha venido de la mano de su primera novela, Días sin ti, galardonada con el prestigioso Premio Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral, encargada de su edición. Josep Maria Nadal Suau le ha dedicado una extensa y razonada crítica en su espacio dentro del suplemento cultural de El Mundo, El Cultural. Consideraciones críticas aparte, podemos afirmar eso con certeza: Elvira Sastre está dentro del espacio mediático literario español.
Con motivo del lanzamiento de Hombres (y algunas mujeres) —donde publica Lola— y de la llegada a librerías de su primera novela, trazamos hilos con ella buscando un dibujo lo más nítido posible de la Elvira Sastre autora —que es la que debe debatirse—, y no de la Elvira Sastre mediática —insisto: fuegos artificiales—.
***
—Bien, Elvira, podemos empezar hablando de Lola. Aquí abres un espacio muy fugaz, con una narrativa que planea sobre las cosas. Dentro de este libro que busca girar el punto de vista —haciendo que un hombre se enfrente a una perspectiva de género—, planteas un juego de aprendizaje-desaprendizaje. Tu protagonista, ante el alzhéimer de su pareja, se ve obligado a enfrentarse a un espacio desconocido. Es un escenario interesante: plantear ese abismo en el que no hay más opción que abrir la mirada.
—Pienso que es un poco idealista de más pensar que los hombres —siempre en términos generales— van, por voluntad propia, a decidir modificar una perspectiva construida y solidificada a lo largo de varias décadas de vida. Creo que es complicado hacer eso de manera voluntaria y autónoma. Ese aprendizaje se asume, sobre todo, cuando las circunstancias vitales te obligan a hacerlo.
—Hay una suerte de constructo social arraigado a nuestra identidad que, de alguna manera, aterriza en nuestro presente y nos construye de manera inconsciente. Quizá por eso sea tan importante que la reivindicación feminista se lleve a cabo y sea beligerante.
—Y la literatura es una manera de darse cuenta de estas cosas. A raíz de este cuento me ha escrito gente diciéndome que, gracias a él, ha podido aproximarse más a la realidad de su madre, de su abuela o de su hermana. Creo que al final ese es el triunfo: utilizar la literatura para hablar a la gente. Porque esto también te puede pasar a ti, así que conviene no esperar hasta el final, sino empezar ya a cambiar tu mentalidad y esas cosas que has dado por hechas durante toda tu vida. Empezar a plantearte si realmente son buenas o no.
—La literatura también puede servir para nombrar ciertas cuestiones bloqueadas. Tu narrador, por ejemplo, habla mucho de cosas de las que no había sido consciente hasta la enfermedad de su mujer pese a haber estado compartiendo su espacio.
—Yo creo que a veces también pensamos que todos los hombres que tienen comportamientos machistas son malas personas que lo hacen a propósito, cuando el grueso de todo esto está en aquellos que lo hacen sin ser conscientes. Que lo hacen porque se los ha educado de esa manera y las circunstancias han sido esas, y no han tenido las herramientas de pensamiento a su disposición para preguntarse por qué están dando por hecho todo eso. Nadie se ha quejado antes, nadie ha alzado la voz y ha dicho que esto no podía ser. Por eso ahora que se empiezan a poner estas cuestiones sobre la mesa hay tantos hombres que preguntan y dicen: «Sé que me he comportado mal y no he sido consciente, y quiero saber qué es lo que tengo que hacer para no repetir ese comportamiento».
—Son cuestiones tan vinculadas al sentido común que lo único que hace falta es…
—Hacerte las preguntas pertinentes. Creo que, en ese apartado, las personas jóvenes estamos empezando a no callarnos. Si vemos esa clase de comportamientos, lo decimos. Sin embargo, a generaciones previas todavía les cuesta, porque no han sido educadas con nuestra libertad. De todos modos, gracias a las voces jóvenes, ellas también se están dando cuenta de que hay una serie de cosas que toda su vida han asumido como lógicas y que no deberían serlo. Dentro de 20 años, es muy probable que nuevas generaciones vean algunas de las cosas que hoy nos parecen normales y nos pregunten: «¿Cómo podíais permitirlo?»
—Hay dos dibujos paralelos aquí. Por un lado, el predominio patriarcal como diseño social; por otro, una especie de control de los espacios de poder por parte de un pequeño colectivo. Ambos funcionan un poco como un espejo del otro: todo este movimiento feminista de toma de conciencia y de colocar las cosas para debate en un espacio público está generando un movimiento reaccionario por parte de ese poder, que siente que están violentando todo lo que habían estado preservando, su espacio de seguridad.
—Bueno, es que cada vez que un movimiento lleva a cabo una ruptura como la del feminismo, siempre hay alguien que no quiere asumirlo. A lo largo de la historia siempre ha ocurrido lo mismo, pero es importante que ocurra: sólo así se crean nuevas realidades. Ahora estamos en un momento de esos.
—Toda esa ruptura generacional es una de las tesis de tu novela, de Días sin ti. Tu principal estrategia es generar un juego de espejos entre tus dos protagonistas: dos personajes de distintos géneros, de distintas épocas… pero unidos por el hilo que vertebra toda tu obra, el de lo afectivo.
—Me parecía interesante enfrentar así a dos personajes a priori tan distintos, pero que en el fondo son muy similares. Sus historias se parecen pese a no llegar a tocarse, pese a no cruzarse en el tiempo ni en el espacio. Al final, yo creo que la relación entre una abuela y su nieto, o viceversa, es una de las más especiales que se puede dar en el interior de una familia. Es un tipo de relación a la que convendría prestar más atención.
—Quizá porque está desprovista de ese elemento autoritario y de didactismo implícito en la relación paternofilial.
—Está ese salto que permite que la relación sea más fácil. Al final, las relaciones entre padres e hijos siempre tienen sus altibajos, particularmente durante la adolescencia. Sin embargo, incluso entonces parece que los abuelos son esa habitación pequeña donde puedes ir a dormir y estar tranquilo, dado que allí nadie te va a molestar y sabes que van a cuidar de ti.
—Te he leído en otras entrevistas asegurar que, para ti, la escritura poética es un ejercicio de desahogo. Sin embargo, intuyo que en tu primera novela sí habrás notado la exigencia de un pensamiento previo.
—Lo que más he notado es que exige una disciplina mucho mayor. A lo mejor para otros no es así, pero para mí la poesía fluye de manera natural, llega cuando lo necesito. Puedo estar un año sin escribir ningún poema. No pasa nada, no hay imposiciones. Sin embargo, con la narrativa ha sido otra historia. Si no te impones un poco el trabajo, es imposible sacarlo adelante.
—¿Y por qué tomas la decisión de saltar de la poesía a la novela?
—Me apetecía probar un poco. Cuando empecé a escribir la novela llevaba cuatro libros de poesía y durante el proceso de escritura publiqué otro. Tenía ganas de cambiar el registro, más que nada por atreverme y aprender. Cuando te enfrentas a situaciones que no has trabajado te sientes más inseguro, y de esa inseguridad se aprende mucho.
—Otro salto claro respecto a tu producción poética está en la construcción de personajes que llevas a cabo en Días sin ti. Quedándonos en su dibujo general vemos que una de tus protagonistas es una maestra, lo que nos permite regresar a lo que comentábamos sobre la apertura de espacios de diálogo y la importancia de nombrar palabras silenciadas. Mientras, tu otro protagonista es un escultor, lo cual te sirve para introducir toda tu reflexión en torno a la ausencia y la memoria.
—Tengo maestros en mi familia y sé lo que es esa profesión, posiblemente una de las más complicadas que existen dada la responsabilidad que acarrea. Creo que se debería poner más en valor. La enseñanza va en la personalidad de Dora: ella enseña todo el rato, a pesar de que no esté dando clase. Es su pasión y su vocación, y lo hace muy bien. Gael, por su parte, tiene una vinculación íntima con el arte, en su caso con la escultura, que le sirve como vía para expresar las cosas que lleva dentro, y también como desahogo personal.
—La escultura te sirve para hablar de dos cosas: por un lado, planteas a través de ella un desfile a través de recuerdos estáticos, una reflexión sobre cómo el amor permanece en nuestra memoria; por otro te sirve para hablar de cómo proyectamos a la hora de enamorarnos, de cómo superponemos a la persona que querríamos que fuese sobre la persona que realmente es.
—Él, en algún momento de la novela, habla de ello: de cómo lo que hace le sirve para recordar las cosas que le pasan. Esos momentos, esos gestos, esos rasgos que están en el físico de cada uno… A él la escultura le sirve para guardar todo eso en su recuerdo, para moldear su memoria con sus manos. Es una suerte poder contar con medios de expresión como lo es la escultura para Gael o la escritura para mí.
—En el ecuador de la novela, en un momento de ruptura, Gael dice: «Me estás dejando hacerme todo este daño». Ahí se desvela una paradoja entre todo el discurso que trae aprendido de su abuela, relacionado con dejar que la gente sea libre y lograr que el amor sea un territorio abierto; y esa reacción impulsiva de dependencia emocional que lo lleva a descargar culpa en su pareja.
—El objetivo también era hablar, desde la posición de Gael, acerca de qué es lo que nos pasa cuando una relación termina, de qué etapas atravesamos hasta lograr estar bien. La etapa de la culpa creo que la pasamos todos. Durante un tiempo buscamos culpables para algo que no comprendemos. Finalmente Gael se da cuenta de que ni él ni Marta tienen la culpa del devenir de los acontecimientos. Comprende que al final el daño infligido y recibido es responsabilidad de cada uno. Que nuestro dolor sólo nos pertenece a nosotros mismos.
—Tanto en esta novela como en tu último poemario, La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida (Visor, 2017), dejas caer gran parte de tu peso discursivo sobre las ausencias. Ambos se enfocan desde un momento posterior a la pérdida, un poco con la voluntad de obtener una visión global de los afectos tras la ruptura y el duelo.
—A mí la escritura me sirve para eso. Yo escribo porque necesito sacar las cosas que llevo dentro y que me hacen daño. Escribí La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida tras una ruptura y un daño bastante grandes. Me costó mucho enfrentarme a ello y escribir los poemas que me pedía el cuerpo, porque sabía que iba a pasarlo muy mal, pero al final el libro fue lo que me sacó de todo aquello. Para pasar esas cosas tienes que hablar de ellas, y en mí caso escribirlas. Es lo que me hace plantearme soluciones para las cosas que me pasan.
—Así que realmente tú, como autora, sí que te acercas a la escritura como a un proceso personal de diálogo contigo misma.
—Sí. Creo que en la dedicatoria de alguno de mis libros escribo que la literatura es un camino de rosas que también tiene espinas. Los procesos de escritura son, en cierto modo, dolorosos, porque si ciertas cosas salen a la superficie es porque, inevitablemente, algo de eso has vivido. Sin embargo, a mí me aporta muchas cosas positivas, especialmente la calma de aprender de las cosas que suceden. Cuando comprendes algo, inmediatamente pasas a verlo de otra manera.
—Y, ¿cuál es el largo alcance de todo esto? ¿Percibes el hecho de escribir sólo como una sanación a corto plazo o… no sé, también como un ejercicio en cierto modo escultórico en busca de dejar viviendo esa emoción con el paso del tiempo?
—No sé… creo que depende de cada libro o poema. Cuando escribo un libro es porque necesito contar algo, no tanto para que perdure en el tiempo. Yo ahora vuelvo a poemas escritos hace unos años y que a lo mejor me dolieron mucho en ese momento y no acabo de comprender cómo podía estar así, ver las cosas de esa manera cuando en realidad todo iba bien y las cosas no fueron para tanto. Sin embargo, en su momento su escritura me sirvió y me ayudó mucho. Tampoco me parece algo desdeñable conseguir que perdure esa emoción, porque al final volvemos al pasado, que es lo que nos forma y lo que, en última instancia, somos. A veces vuelves a vivir algunas cosas, aunque sea con otras personas, y el hecho de haber escrito sobre ellas te ayuda a entender qué caminos debes coger y cuáles debes evitar. Sin embargo, la intención fundamental, como te digo, es la del desahogo y la comprensión.
—En ese sentido, la literatura —no sólo la propia, sino la de los demás—, así como el resto de artes, sirven como espacio de diálogo contigo mismo y con tu memoria. Quizá el arte tenga un poco de esto, de memoria histórica.
—Cuando te decía antes lo de que es una suerte tener un medio de expresión que te ayude a comprender las cosas… claro, puede ser que lo crees tú mismo o que lo disfrutes también leyendo, viendo una película o escuchando una canción. ¿Quién no ha llorado escuchando una canción en su vida? Nos sigue pasando porque nos emociona, nos conecta con algo. Yo creo que el arte es lo único que consigue tocar ese punto ajeno a la superficie. Por eso es importante poner más en valor la cultura, porque es algo que nos enseña también cosas importantes acerca de la gestión emocional que no se afrontan en la enseñanza.
—Al retirarse de los sistemas educativos asignaturas como la filosofía, que buscan alimentar el espíritu crítico y crear sistemas de pensamiento complejos, se está, de alguna manera, atacando a la primera línea de flotación a partir de la que nos construimos como individuos.
—Es bastante evidente la intención que subyace tras la decisión de quitar todas estas asignaturas vinculadas con las humanidades. El desprecio desde la sociedad a las carreras de este perfil es un elemento que las personas de mi generación hemos sufrido permanentemente. Produce mucha rabia, dado que después… así estamos todos: no sabemos dialogar, no encontramos maneras para entendernos los unos a los otros. Nos pasan cosas y nos hundimos, porque no nos han enseñado métodos para evitarlo.
—Regresando al principio de la entrevista y a esos pequeños círculos que sostienen el poder, podríamos decir que interesa asegurar cierto pragmatismo en las formas de actuar de la población.
—Es un poco intentar adoctrinarnos. El pensamiento es lo que nos hace libres y la cultura es la puerta a todo eso. Cuando intentan coartarla y dejarla bajo mínimos… las cosas se vuelven bastante evidentes. Hay que luchar contra ello.
—Y también está presente un utilitarismo un tanto absurdo, una necesidad de buscar significados prácticos para todas las cosas que hacemos. En Días sin ti reivindicas también la belleza como medio y fin, como cuestión autosuficiente.
—Creo que nos perdemos muchas cosas por ir tan deprisa por el mundo e intentar buscar… lo material o lo económico, lo rápido, lo útil, lo práctico. Te tiene que pasar algo que emocionalmente te quiebre por dentro para que tengas que reestablecer tus prioridades.
—Si ese lugar al que llegamos tras una reordenación de las prioridades fuese un estado de partida, quizá podríamos trabajar desde el principio una inteligencia emocional más calmada, más entregada a la comprensión del entorno y las emociones de los demás que no nos obligase a alcanzar los niveles de dramatismo de Gael.
—Él consigue solucionar su situación gracias a las herramientas que le ha dejado su abuela, pero… quien no cuente con ellas, ¿cómo lo hará? Quien no haya tenido un abuelo, quien no haya leído un libro, quien no se haya enfrentado al dolor de otros, ¿cómo va a tratar el suyo?
—En tu novela hay otro personaje interesante, el del abuelo de Gael y marido de Dora. Pese a que sólo accedemos a él a través del relato de otros y a que no coincidió con su nieto en el espacio-tiempo, es evidente que funciona como espejo suyo, en tanto le sirve como inspiración vocacional de cara al arte y la creación, y también por ese apasionamiento en la forma de mirar las cosas. Todo eso está, de alguna manera, inscrito en la herencia de la comunicación familiar. En los ecos que retumban en las paredes.
—Al final, todo está ahí. No sirve de mucho negarlo. Somos en base a cómo nos han educado y a lo que hemos vivido. Es verdad que después, cuando te haces mayor, puedes desapegarte un poco de ese entorno al irte de tu casa o de tu ciudad y obtener nuevas experiencias —las cuales a mí me gusta llevar de vuelta al sitio de partida para ver cómo interactúan—, pero todavía somos demasiado jóvenes para negar la influencia de la infancia.
—Con ese regreso de Dora a Cuba —regreso entre comillas, pues ella nunca ha estado pero sí su marido fallecido— también hablas de una especie de reconocimiento en los espacios. De cómo a través del contacto con espacios del pasado de las personas queridas podemos reconocerlas a ellas, en tanto personas y espacios interactúan permanentemente.
—Al final, todo eso nos contiene. Ese regreso de Dora a Cuba sirve un poco para cerrar el círculo, para buscar esa calma que yo también trato de encontrar en la escritura.
—Tras todo esto introduces un elemento muy político y arraigado a la actualidad como lo es la memoria histórica de las víctimas del franquismo. Recuperando aquello de que este es un momento de ruptura, parece difícil pensar que el hecho de que esta cuestión haya salido con tanta intensidad a la palestra al mismo tiempo que el feminismo despega como herramienta discursiva sea casualidad. Ambas reivindicaciones buscan una recuperación —o consecución— de libertades identitarias y una apertura de diálogo respecto a debates hasta hoy bloqueados.
—Yo creo que ha surgido porque hay también una especie de miedo, vista la tesitura política que atraviesa Europa y que ahora ha alcanzado también a España. Hay miedo a que esa recuperación de la memoria histórica pueda no llevarse a cabo, así que tomamos carrerilla. Se nos trata de disuadir argumentando que hablamos de la historia de nuestros antepasados, pero no es tan sencillo: hablamos de la historia de nuestros abuelos, que siguen vivos y que pueden hablar ellos mismos del asunto. La cuestión es que no lo hacen porque tienen miedo. Tienen pánico, porque fueron educados en un silencio permanente.
—En este sentido, es muy importante que se abran espacios para hablar y afrontar las cosas con calma. Actualmente hay una sensación permanente de enfrentamiento ciego entre dos bandos sin ninguna voluntad de diálogo, con una tremenda incapacidad para trasladar cuestiones como esta al ámbito humanista, en el que encontramos lazos comunes. Todo se sostiene en un ámbito político-dialéctico que favorece el choque.
—Yo creo que, en realidad, no hemos aprendido. Es verdad que seguimos enfrentados en dos bandos en lo político, pero es que lo estamos… hasta en el fútbol. Parece que tu círculo tiene que estar formado por gente que sea como tú, que piense como tú y que haga las mismas cosas que tú. Yo entiendo que tiene que haber un espacio para compartir ciertas cosas, pero no puede ser que te niegues a ti mismo —o te nieguen— la posibilidad de ser amigo de alguien que no piense de la misma manera en que tú lo haces. Que no exista esa tolerancia. Ni ese diálogo. Ni ese respeto. Creo que esas son tres palabras clave que ahora mismo no están, y no están entre nosotros porque no tenemos a los líderes políticos practicándolas. En momentos como este, en los que hacen tanta falta esta serie de cuestiones, somos nosotros, el pueblo, quienes tenemos que empezar a ponerlas en práctica por nuestra cuenta.
—Quizá haya, en lo individual, una suerte de bloqueo autoimpuesto. Ante la incapacidad de satisfacernos a nosotros mismos a la hora de crearnos una identidad con la que estemos contentos, nos forzamos a vivir en permanente enfrentamiento para demostrar que esa personalidad está bien construida.
—Creo que nos cuesta mucho admitir que estamos equivocados, o reconocer que hemos cambiado de opinión en ciertas cosas. Parece que hay un rechazo a reconocer ese tipo de cuestiones por si muestran algún tipo de debilidad o fisura en nosotros a partir de la que alguien entre a atacarnos. Sería bonito ver a una persona decir: «Ayer pensaba esto y hoy he cambiado de opinión porque he visto estas cosas. A lo mejor mañana pienso distinto otra vez».
—Como si hubiese un miedo constante a que se ataque nuestra personalidad por el mero hecho de tener la voluntad de aprender.
—Hay una parte de la novela en la que Dora lo dice: si hablas, mal. Si no hablas, también mal. Entonces, al final, hagas lo que hagas estará mal para alguien. Partiendo de esa base… ¿qué haces? No tienes salida. Es ahí cuando empiezan la frustración, la falta de identidad… y de ahí el enfrentamiento.
—Tú trabajas mucho a través de redes sociales y has proyectado enormemente tu carrera a través de ellas. Es interesante ver el papel que juegan dentro de ese diálogo de enfrentamiento. Desde un punto de vista teórico, podrían servir como espacio de democratización opinativa, como lugar de diálogo que ayudase a descongestionar ese choque. Sin embargo, en ocasiones parece que se emplea para solidificarlo.
—Yo me he negado a volcar algunas opiniones pese a, en el fondo, querer hacerlo. Al final, sé que me traería más quebraderos de cabeza que beneficios. Es muy difícil encontrar un diálogo saludable en Internet. Parece que todo el mundo, detrás de un avatar que esconde su identidad, se siente libre para utilizar el lenguaje de manera inquina, lo cual desvela cierto malestar general. Las redes podrían ser un lugar maravilloso para dialogar y ejemplificar la falta de confrontación. También te digo otra cosa: allí te encuentras a muchas personas dispuestas a introducir cosas positivas en el debate, y al final hacen más ruido cuatro individuos hablando desde la negatividad que todos los demás. A lo mejor, si cambiásemos el foco y dejásemos de dar tanta importancia a los que destruyen, toda nuestra visión sobre las redes sociales cambiaría ligeramente.
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