Como insta a hacer Baudelaire. «¡Embriáguense!», exclama desde esa otra realidad, que era la suya. Desde ese punto de vista, a veces, tan esencial y necesario como vital. «Hay que estar ebrio siempre», comienza. «Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso». Hace un alto antes de proseguir. Toma aire. Siente el corazón latir, y la mano y la pluma escribir. La danza de tinta recorre las páginas en blanco; un papel arrugado, espolvoreado con manchas de café y ceniza. ¡Ah! Ese rumor, esa palpitación y temblor casi febril. Esa emoción tan difícil de definir y calibrar, que verdaderamente embriaga al ser y colma al espíritu sin necesidad de pedir más, de exigir más. Entonces una pregunta le aprieta las sienes, y se dice: «Pero [embriagarse], ¿de qué?». Su respuesta es sencilla: «De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca. Pero embriáguense». De cultura, de arte, de aventura, de vida. Embriáguense como si estuvieran en el Ascenseur pour l’échafaud donde sólo se escucha la trompeta de Davis; como si fueran modelos y posaran en un cuadro de Vettriano, y acabaran formando parte de ese erotismo y lujuria que también describe y califica la belleza así como intenta explicar la razón de la existencia; como si encarnasen a Bogart y a Bacall en el rodaje de Tener y no tener. Déjense seducir, desnudar, (re)descubrir. Dejen que los sentidos se busquen y se encuentren, aunque sea torpemente; que los cuerpos, las manos, los ojos, los labios bailen como respuesta a un encantamiento y arrebato vital. Hasta qué punto sirve la embriaguez, ese estado medio lúcido y seguro, por un lado, y oscuro y borroso por otro. Ese que tanto da como quita. Que trastorna la realidad e invita a conocer otra verdad, revistiendo la escenografía con un misterio insoluble que es precisamente lo que más atrae y magnetiza. Todo, al fin, consiste en un despertar, en un deslumbramiento que te cambia y hace cambiar. Ya nada será igual. Ya nada será como antes. Pensaron los demás que continuaría igual, pero no es así. No ha sido así. Farfullaba el Tiempo asegurando que no sería capaz de desafiarle, pero también él erraba en esa afirmación sobre la nada fundada. Se embriaga el ser para acariciar la eternidad, para estirar la espalda, para hallar el coraje ahí donde menos se imaginaba; donde sólo podía verse y apreciar debilidad o vulnerabilidad, la embriaguez no sólo es suficiente sino que también basta, pues es la que te saca, a veces, de la oscuridad; la que te hace remar o seguir remando. Se oye decir “vivir no es necesario; navegar, sí”, mas qué opinión les merece esa travesía sobre las aguas movedizas, sobre la mar embravecida, que es claro paradigma de violencia y de vida. Adrizar el velero de uno mismo resulta ser una de las tareas más desafiantes y provocadoras del ser humano, sobre todo cuando se halla escorado a causa del barlovento interno que todos padecemos.
Culminó el primer mes del año, los primeros treinta y un días, y la sed continúa a flor de piel; no han desparecido las ganas de beber. «Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la hierba verde de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida, ustedes se despiertan, pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán: “¡Es hora de embriagarse! Para no ser esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar!”. De vino, de poseía o de virtud, como mejor les parezca», concluye Baudelaire. Será por eso que la embriaguez, si no evita la muerte, que es sentencia y destino de todos, al menos la mantiene a una apropiada distancia. La vida en realidad no dura más que un verso. Embriáguense, por tanto, de la esencia más pura de los elementos. De lo material, pero con mayor vehemencia de lo inmaterial. De aquello que cobra vida con sólo mirarlo, con sólo contemplarlo, y cuanto más se les ceda a los sentidos penetrarlo como es debido, mayor asombro, seducción y atracción provocará. Cálcense las botas correspondientes al suelo que pisan, vístanse acorde, arrópense con el espíritu curioso e inquieto que sólo busca, no porque vaya a encontrar, sino por el mero hecho de explorar, reconocer y revelar lo que se esconde detrás; aquello que tiembla y se estremece porque vive un palmo más allá, aunque quede oculto a la vista. Oculto a los ojos de quienes no saben ver o ignoran cómo se debe mirar. Agudicen el interés, también el valor, y quizá les lleguen, como un eco o un susurro, los versos que Kipling compuso para El explorador:
« “No tiene sentido ir más allá -es el límite del cultivo”,
eso dijeron, y yo lo creí -partí mi tierra y sembré mi cosecha-.
Levanté mis graneros y engarcé mis vallas en el puesto fronterizo.
Estaba oculto bajo las colinas, donde los senderos se acaban y se detienen…
Hasta que una voz, tan mala como la Conciencia, anunció cambios interminables
en un eterno Susurro que día y noche repetía:
“Hay algo oculto. Ve a descubrirlo. Ve y explora detrás de las montañas.
“Hay algo perdido tras las montañas. Algo perdido que te espera. ¡Ve!” ».
Y a medida que vayan avanzando en respuesta al anuncio y voz de esa Conciencia, percibirán cómo el cuerpo y la razón responden sin esfuerzo al ardor que mueve al espíritu que a cada paso se colma de embriaguez. Así pues, embriáguense, por dentro y por fuera, de nuevos vinos, poesías y virtudes; de arte, cultura, aventura y vida, ¡pero embriáguense!, tal como aconseja Baudelaire.
Demasiadas birras…
No te enteraste, machote!
En efecto, soy un tipo con muy poca sensibilidad.
Cito: «Hace un alto…». What!? ¿No será «haz»? Cómo duelen estos tropezones en ayunas…
El hace un alto..; no es imperativo. Lo que duele son los anglicismos con el aperitivo!
Buenas tardes,
Le invito a que vuelva a leer el artículo.
Comprobará que el contexto utilizado por la autora, en el punto apreciado en su comentario, es una visualización, realizada en tercera persona, de ese instante que todo artista experimenta al momento de comenzar a crear su obra (en el supuesto que nos ocupa, un texto), de ahí que la conjugación adecuada sea «hace» en vez de «haz».
¡Qué facilidad para la crítica cuando se está en ayunas!