Había de ser con ella con quien este catálogo de pecadoras tomase altura de nuevo después de un cierto tiempo de abandono. A unas horas del 8 de marzo y con la aparente incongruencia de una escritora conservadora, fiel católica, noble, que se pasó por la saya todos los noes de este mundo y siguió, inmutable, a lo suyo.
Emilia Pardo Bazán se hizo como quiso: culta, ambiciosa y retadora. Valiente y ferviente feminista porque tuvo la bendita consciencia de mirarnos a todas y no únicamente a ella sola. Con su intensa visión periférica creó una obra que la sitúa no sólo entre las primeras de nosotras, sino entre lo mejor de toda Europa.
Su intensidad narrativa tensa la lectura ya en «El indulto», el primero de los cuentos seleccionados en El encaje roto, una imprescindible antología de relatos de la mujer que intentó cambiar la sociedad denunciando su principal miseria: considerar a la mujer como inferior al hombre. En treinta y cinco historias breves Pardo Bazán expone la estremecedora normalidad de la tragedia femenina. Lo habitual de lo brutal: el maltrato del marido a la esposa, del padre a la hija, el miedo insuperable que consume royendo en silencio el ánimo, el horror de una justicia que entrega en ofrenda a la víctima, el desprecio del egoísmo y el patetismo de la sumisión. La terrible adaptación a lo intolerable, cuando adaptarse al terror es cuestión de supervivencia. O no.
Pardo Bazán inquieta con sus historias de mujeres que acaban mal incluso cuando acaban bien. Lo consigue con un estilo directo, sencillo, rico en localismos y escaso en expresiones trágicas. A pesar de los desgarros no hay sentimentalismos en El encaje roto. Ni en la escritura ni en las acciones de los personajes. Un ejercicio estremecedor de ira contenida que, sin exageración alguna, alza el vuelo por sí misma. También hay espacio para la mujer autónoma o la mujer al mando aunque poco y raro, como raro era encontrarlo a finales de 1800 o en 1900 y algo. Una situación de poder que viene dada por el rol de cuidadora o adinerada por la prostitución. Un doble tirabuzón que se clava en lo más hediondo de una sociedad siempre más indecente que la pobre contra la que arremete.
Novelista, ensayista, poeta, periodista, esta intelectual fue negada tres veces por una Real Academia Española que tembló ante ella hasta la última astilla del sillón de la ‘Z’. Pardo Bazán perdió la batalla por inferioridad numérica pero la ferocidad de su asalto hizo mella en una sociedad —sobre todo de hombres— que no estaban preparados para una mujer de tal fuerza intelectual y física que le hubiese dado la vuelta al orden de género en cualquier mente entonces reconocida. Casi todas, ahí también, masculinas. Algunos la valoraron. Unos pocos se le rindieron. Los que más, hicieron lo que se hace cuando no se comprende lo que se teme: burlarlo, despreciarlo, ridiculizarlo. Ninguno pudo ignorarlo.
La escritora se enfrentó a las críticas, la envidia y los celos con la energía y el sentido del humor de quien se sabe capaz, rozando la superioridad. Los celos están también presentes en El encaje roto como gran motivo universal de feminicidio aceptado. La expresión extrema del desprecio a la mujer, negándole la capacidad de elección, la libertad, la vida. El mal llamado «crimen pasional», tan recurrente en aquellos tiempos y que sigue colándose en la actualidad. No hay manera de leer esta antología sin que un organismo sano se revuelva. Como al respirar ese otro mundo de la protagonista de «Aire», ingresada por loca, una mujer que no quiso ceder a exigencias sexuales y se creyó sin dudar que ella no era nadie. Solo era aire. Una loca del aire. Tan solo el espléndido cuento final que da título a la antología ofrece un respiro. Con un final de escasa justicia, permite apenas que la presión del pecho se reduzca. Pardo Bazán da a la lectora la tregua justa.
La condesa de Pardo Bazán siguió abriendo camino para ella y para todas con la convicción de una creyente y la delicadeza de una apisonadora. Lo hizo porque pudo. Por inteligente, por informada y por condesa. También por condesa pudo viajar y escribir de lo que quiso sin dar más cuentas que a ella misma. Cuando un marido se interpuso, adiós marido. Tampoco lo impidieron sus tres hijos. Y así describió, por primera vez en nuestro país, lo que era ser mujer española pobre, campesina u obrera. Al fenómeno se le llamó naturalismo.
En El encaje roto Emilia Pardo Bazán también despliega su capacidad de oración compleja, intensa y hermosa en algunos textos como en “Cuento primitivo”. Una brillante y divertida revisión del papel de Eva en el mito genesíaco. Adán se come la manzana. Lejos de aceptar su responsabilidad, culpa a Eva. Eva, a fuerza de oír la historia milenariamente repetida, acaba por creerlo.
Así, Eva va asumiendo la culpa. Todas las culpas del mundo. Y se repite en cada Eva a lo largo de los siglos.
Una tragedia a combatir con la lucidez de las que, como Pardo Bazán, se alzaron y se alzarán como remedio para la infinidad de locas del aire que todavía acaban creyéndose nadie.
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