Lo que son las cosas: se han juntado en la cartelera dos musicales ambiciosos, relevantes y capaces de suscitar (diferentes) expectativas de (diferentes) públicos. Nos referimos a Wicked y a Emilia Pérez, la primera una precuela del popular Mago de Oz y la segunda una suerte de Narcos en clave musical con el mundo trans y el narcotráfico de trasfondo. Un verdadero enjuague que Jacques Audiard maneja con una seguridad arrolladora por mucho que, a diferencia de la superproducción norteamericana, las canciones sean más intensas que verdaderamente carismáticas.
Premiada por partida doble en Cannes (Mejor Actriz a sus cuatro protagonistas y Premio del Jurado), Emilia Pérez utiliza el trasfondo identitario de un cambio de sexo, el del narcotraficante Manitas del Monte al personaje titular (Karla Sofía Gascón) para narrar la nueva vida de tres mujeres que tratan de sobrevivir a la lacra del narcotráfico en Ciudad de México. Audiard pone en escena la historia integrando las canciones con la acción de manera magistral, sin que el argumento de Emilia Pérez se detenga para que los personajes bailen: todo aporta una información necesaria que convierte el musical en un extraño híbrido que late a ritmo de thriller de denuncia social.
Con la coartada del cambio de sexo, el film se plantea un cambio creíble, físico pero también moral, sobre nosotros mismos y nuestro entorno. En un escenario de “plata o plomo”, estas tres mujeres (comandadas, en realidad, por Zoe Saldaña, quizá el verdadero punto de vista del relato) sobreviven a una coreografía social: el consentimiento a una forma de vida donde el crimen está literalmente cosido a la comunidad. Emilia Pérez es, por tanto, una película sobre cómo cambiar de vida en medio de una atmósfera bulliciosa, corrupta y alucinada como la del Distrito Federal.
Audiard aporta una puesta en escena oscura y enérgica (justo lo contrario a la de Wicked), donde la cámara parece seguir de manera viva a unos personajes que pasan de una emoción extrema a otra, donde la acción coquetea con el ridículo sin ningún tipo de miedo. Llama la atención que la mezcla de musical, con toda la fantasía que lleva acarreado justa o injustamente, maride tan bien con el pulso de thriller, con su fotografía oscura y saturada, las texturas sucias y los lugares comunes de un relato que aspira a una autenticidad visual. El film retrata con credibilidad unos bajos fondos donde el director francés de Un profeta parece moverse como pez en el agua.
Lo verdaderamente desconcertante de este narcocorrido que tan bien equilibra escapismo con tragedia, es lo esquivo de las letras de los temas musicales, un tanto perdidas entre una orquestación brillante y épica y su naturaleza íntima. Su capacidad de cautivar es, salvo en algunas excepciones, un tanto limitada, pero por suerte tiene tres actrices excelentes para defenderlas.
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