Para el escritor mexicano Emiliano Monge la intolerancia a la hora de tratar los asuntos políticos es una tendencia que marca del mundo de hoy, porque a la mayoría le interesa imponer su opinión más que reflexionar.
Como periodista y también como creador de ficciones, Monge es un interesado en la realidad y en reflexionar hacia dónde va la humanidad, lo cual acaba de confirmar en su nueva novela Tejer la oscuridad, editada por Random House. El libro desentraña ideas acerca del individuo y la colectividad, deja entrever que las agresiones al medioambiente pueden tener consecuencias impredecibles y reflexiona sobre los niños que no tienen una oportunidad.
«La novela parte de la búsqueda de responder esa pregunta, cómo sería el futuro de todos si este quedara en manos de aquellos a quienes les negamos el futuro, que son los niños de los orfanatos y los niños olvidados, los niños a los que les negamos una existencia», cuenta.
La primera parte del volumen transcurre con historias de niños en un hospicio en un momento de desastre natural, dentro de unos años, con el cielo agrietado y los seres humanos duplicados. Se desata una guerra cuya clave parecerían ser los niños y niñas desprotegidos. «Lo de la duplicación es una exageración. En la novela era importante para mí que, aunque transcurre en el futuro, ese futuro fuera en realidad una vuelta al pasado. Es un futuro habitado de diferentes momentos y de nuestros pasados», señala.
A propósito de la obra, el escritor reflexiona sobre la niñez y se pregunta si la infancia es en realidad un lugar idílico porque en ella también uno despierta al terror, el odio y el resentimiento. «Pienso en la cantidad de padres hartos de que sus hijos están conectados todo el día a la realidad virtual y no se detienen a pensar por qué está pasando eso, qué mundo les estamos dejando, tan horroroso que es mejor estar en la realidad virtual. Que ven más verde en sus videojuegos que en el mundo que ofrecemos», explica.
MÁS ALLÁ DE LA CIENCIA FICCIÓN
Con un juego de símbolos, durante 238 páginas Monge cuenta un mundo inventado que ha sido interpretado como una distopía con elementos de ciencia ficción, pero para el autor es algo más. «En la novela lo que sucede es el futuro al que estamos conduciendo al planeta. Tiene que ver con el punto de no retorno del cambio climático que puede significar un cisma completo. No sé si vaya a pasar algo similar, pero es una manera de extrapolar de manera literaria lo que estamos viviendo», agrega. La obra sugiere repensar la individualidad y reflexiona sobre la tendencia de la humanidad a dividirse en bandos políticos cuando quizás las claves están por otro lado.
«A veces cuando pensamos que deberíamos imaginar un nuevo mundo, empezamos siempre por los sistemas, por lo grande, cuando tendríamos que empezar por lo minúsculo. La idea que tenemos de la familia, la idea que tenemos del amor, la idea que tenemos del otro, del yo y más allá incluso», opina.
Monge reconoce que leer es para él una manera de acercarse a la niñez, sin embargo, escribir es lo más adulto que hace en su vida y no lo asume como una carga , sino con la filosofía de que aprendió a ser adulto a través de la escritura, así como sigue siendo niño a través de la lectura.
El autor lamenta los egoísmos que impiden una colectividad distinta y defiende la idea de la literatura como herramienta para retratar la realidad. «No existe una literatura que no tenga una relación con la realidad. Y también está el otro asunto, que es qué tanto puede uno alejarse o no de la realidad. Yo a veces no sé si es algo que quiero escribir o si me convenzo de que es lo que quiero escribir porque no podría escribir otra cosa», concluye.
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