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Emilio Aragón: «Me gusta cuando veo a un chaval de quince años que no sabe quién soy»

Emilio Aragón: «Me gusta cuando veo a un chaval de quince años que no sabe quién soy»

No creo que haga falta presentar a Emilio Aragón. Sólo contar que es hijo de Miliki, esa nariz de payaso eterna, que ha hecho de todo y que acaba de publicar Telmo Lobo: El misterio del capitán (Alfaguara), la primera aventura de un serial juvenil.

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—¿Cómo se escribe para jóvenes? Porque yo sé escribir libros, pero no sé escribir para jóvenes.

—Pues yo, si te soy sincero, no me planteé que iba a escribir un libro para jóvenes… De hecho, cuando editamos con Leire, una de las editoras del libro —un encanto, porque la labor de editar tiene tela—, ¿qué quito? Y lo hablé mucho con ella. No escribía pensando en un niño, escribía pensando en una novela de aventuras: la actitud de los niños en algunos momentos la he tenido que corregir, porque hablaban a veces como demasiado adultos. Eso he tenido que reescribirlo. Mi padre jamás trataba al niño como un niño. Mi padre no era de los que hablaban a los niños con la vocecilla «para niños»: mi padre trataba al niño como un adulto. En los sketches que hacían, los torpes eran ellos y el truco de la fórmula de alguno de los programas de mi padre era conseguir que lo viesen los padres con los hijos. He crecido con esta idea, e inevitablemente eso aparece a la hora de escribir.

—El libro es encantador. Y una de las cosas que, para mí, más encanto le da es su uso del lenguaje. La forma que increpan, en el mejor de los sentidos, los héroes al villano remite a «antiguo», a cómo increpaba el Capitán Trueno. Un uso de un lenguaje muy bonito, muy encantador.

"Mi género literario es la aventura: Moby Dick, La isla del tesoro, las de Julio Verne"

—Mi género literario es la aventura: Moby Dick, La isla del tesoro, las de Julio Verne… Toda esa atmósfera me encanta y quiero pensar que está ahí, sobrevolando en la novela. A mí me enseñó a leer un profesor en Buenos Aires, don Miguel. «Enseñó», entre comillas: me introdujo de verdad en la literatura. Fue un hombre que generaba un ambiente en clase y luego no sólo en clase, en el patio, el colegio, que es más difícil. Y la primera novela que leí, que recuerde, fue con 11 años y era para adultos. Y luego cuando empiezas a leer, coges carrerilla, como en todo. Hay gente me dice: «Es que a mí hay algunas piezas de música clásica que me cuestan». Pues eso es como todo: cuanto más escuches más te va a gustar. Cuanto más leas más te va a gustar. Soñar nuevos universos y tener libertad a la hora de imaginar me parece fantástico. Y a la hora de escribir, más todavía. Pero cuando haces un guión para cine o televisión, tienes a producción diciendo: «No, eso no lo puedes hacer». Aquí no. Aquí hay libertad absoluta. Aquí el papel lo puede sostener casi todo. Luego toca la hora de la edición, y ya…

—Eso es otra cosa. La libertad de la página en blanco, muy dura, siempre es menos dura frente al guión, porque siempre hay un señor que te está diciendo: «Corta, que se nos va de pasta».

—Exacto. Creo que aquí hay una cosa muy importante a la hora de escribir: tienes que ser libre y sin ningún miedo. Entiendo que si tú eres Stephen King y tienes la presión de escribir tres libros en una hora, pues hay menos libertad, pero es importantísimo la libertad y lo que los americanos llaman, perdona que utilice el término: «child’s play». El jugar, jugar, jugar, jugar. Me puedo equivocar o no, pero tener esa libertad es muy importante. Luego, evidentemente, cuando te pones a escribir ya vas gestionándolo. Hay gente que le encanta tener una escaleta muy sólida y muy bien preparada, y luego a escribir. Hay otros que escriben lo que quieren y van modificando. Yo estoy ahí en medio. Necesito una mínima hoja de ruta y luego me pongo a escribir. Pero aunque tengas una mínima hoja de ruta, el bloqueo existe. Y lo he sentido en un par de momentos: «¿Y ahora dónde voy?». Luego también ocurre, te habrá pasado a ti, que llegas a un momento en el que piensas que este personaje te parece muy interesante pero, claro, si lo introduzco en el segundo o tercer capítulo, tiene un impacto en el resto. No hay remedio: tengo que ir atrás y reescribir, reescribir. Creo que en ese tipo de literatura, la reescritura es necesaria, es básica, es importante. Y no hay más remedio: es tediosa.

—¿Cuándo vio por primera vez respirar a Telmo Lobo como personaje completo?

—Primero tenía dudas sobre si debía ser como Los Cinco…

—Aquí son cuatro.

—Sí, pero al final me pareció que tenía mucho sentido que fuera Telmo Lobo protagonista único porque pensé en futuro su historia con Carmina, con su amiga, que puede crecer. Ya veremos por dónde crece, pero me parecía que era interesante. Desde el principio le puse ese nombre y me parecía como que era bastante sólido el personaje, con sus carencias, con sus defectos y con sus problemas Y en ese viaje del héroe intento que se vea que todos tenemos carencias. Todos, desde el héroe hasta el villano.

—El tema principal es la búsqueda del padre. En toda aventura es la búsqueda de algo, pero en Telmo Lobo no hay mcguffin: es literalmente la búsqueda del padre.

—Entre otras cosas.

—No hay una bomba atómica que hay que desactivar, sino que hay que buscar al padre. Hace usted una cosa que a mí me encanta: mezclar ficciones dentro de la ficción. En su libro es Moby Dick la ficción remezclada. Me acordé mucho de esta película magnífica, Los pasajeros del tiempo, donde Jack el Destripador se mezcla con H. G. Wells y, a la vez, a ambos con su máquina del tiempo de ficción.

—Buenísima.

—Al leer Telmo me acordé muchísimo de esa película, siendo la película muy adulta y muy dura, y su libro más dirigido a jóvenes, claro.

"La búsqueda del padre tiene todo que ver conmigo"

—La búsqueda del padre tiene todo que ver conmigo. Yo tuve una relación muy buena con mi padre — con mis padres, con mi padre y con mi madre, pero mi padre también fue compañero de trabajo—, y me acuerdo todos los días de mi padre, pero además de acordarme de él, le echo mucho de menos. Y esa búsqueda del padre, de mi padre, está en ese capitán Bebo, que puedo ser yo pero puede ser mi padre también. Eso de hablar con el padre es una cosa que me pasa. El otro día estábamos hablando de este tema de los cuartos planos y de la cuántica, y de que estamos viendo el presente y el futuro y el pasado al mismo tiempo, y yo pensaba: «Ojalá pudiera hablar con mi padre ahora». Y de repente coger un holograma aquí y hablar con mi padre y contarle: «Papá, acabo de escribir…». ¿Te imaginas?

—Están tratando de conseguirlo con la inteligencia artificial, pero entiendo que aún, no sé si en el futuro lo harán, no capturan la esencia humana. En ese sentido es muy probable que usted en este libro capture mejor la esencia humana del padre, de lo que significa el padre, que una inteligencia artificial que te cree la imagen de tu padre y hable igual que él. Entiendo que le ha pasado, como a mí, cuando habla con una máquina: suena humano, pero no lo es.

—Además porque la vida la reescribimos todos los días. Estoy seguro de que una historia mía que me pasó cuando tenía catorce años en un verano, te la cuento y no fue exactamente así. Y todo esto de hablar con el padre, de alguna manera reescribo también momentos de mi vida con él. Ahora llevo un año con una partitura, el Concierto en sol mayor de Ravel, un empeño, porque a él le encantaba un movimiento de ese concierto. Y vas a pensar que estoy loco y que soy un marciano y que no sé qué pero cuando me puse a estudiarlo, dije: «Estoy hablando con él». Estoy estudiando el segundo movimiento y hablo con él.

—¿Le pasa que al estudiar obsesivamente algo descubre conexiones absolutamente imprevistas, pequeños «eurekas»? De pronto se abre como si fuese un árbol con ramas.

—Exacto. Como la conspiración de la vida del universo contigo.

—Entiendo, hablando de obsesiones, que al escribir esta novela tuvo un volumen de Moby Dick al lado del ordenador. ¿Qué significa para usted Moby Dick? ¿Y qué significó reescribir esas mutaciones de los personajes clásicos?

"Es que Moby Dick, tú le preguntas a cualquier autor del mundo, da igual de dónde sea, y pondrá Moby Dick entre sus diez o sus quince novelas favoritas"

—Primero, a mí me encanta el mundo del mar, la náutica. Me encanta la vela. Y luego sus personajes, y luego soy licenciado en historia. A mí todo lo que tenga que ver con historia es una cosa que me apasiona, todo el universo de las batallas navales. Justo estaba pensando que en la segunda voy a introducir un poquito esta idea. Pero Moby Dick… Es que Moby Dick, tú le preguntas a cualquier autor del mundo, da igual de dónde sea, y pondrá Moby Dick entre sus diez o sus quince novelas favoritas. Los personajes, la obsesión de este hombre, del capitán Ahab… Luego, la aventura del chico que narra y que va a vivir, se mete en un ballenero y conoce el mundo de los balleneros, cómo era. Imagínate a un lector de esa época que va a leer aquella novela… La lees ahora y sigue siendo apasionante. Ese es el poder que tiene. Porque luego Melville escribió alguna cosa más, pero su novela es Moby Dick.

—Vértigo, el malvado, es un malvado clásico. Y luego está Ahab.

—He querido rescatar de alguna manera a Ahab. He querido salvarlo, aunque luego hay gente que interpreta a Ahab en Moby Dick de otra manera. En cambio, aquí Vértigo es Vértigo y punto.

—Como pasa siempre, Vértigo parece que va a ganar y luego nunca pierde del todo. En las ficciones recientes hay mucha obsesión por que el malo siempre esté enmascarado detrás de alguien que parece bueno, cosa que clásicamente no ocurría: el malo era el malo.

—Moriarty es Moriarty.

—Echaba de menos malos como su Vértigo, como echo de menos al Doctor No o a Fu-Manchú.

—Te confieso una cosa: incluso lo quería hacer más malo, dejando al personaje de Mortimer Swift como otro más de la trama.

—No chafemos las sorpresas del libro. Hemos hablado de su padre, pero el libro quien lo abre en la dedicatoria son sus nietos. Voy a quedar cursi pero ¿qué le han enseñado tus nietos?

"Por las mañanas trabajo, por las tardes trabajo un poco más y luego ya me dedico a la vida familiar. Cuando tenía treinta años no podía hacer eso, llegaba a casa a las once de la noche"

—Por las mañanas trabajo, por las tardes trabajo un poco más y luego ya me dedico a la vida familiar. Cuando tenía treinta años no podía hacer eso, llegaba a casa a las once de la noche. Y ahora trato de limitar eso. Entonces, intento interactuar en lo posible con ellos, escucharles, el mayor, sus problemas, en el colegio, el patio, el colegio… Un día cenando, ya un poquito mayores, la que verdaderamente me empujó y me dijo: «Bebo, por favor, escribe, escribe», fue una de mis nietas. Y fue cuando de verdad me senté y empecé a escribir ya en serio, porque empezaba primero con el capitán Bebo, que era yo, que les contaba las historias y pensaba: «Voy a elegir, voy a pensar un personaje que tenga algo que ver con ellos». Y de hecho, Telmo, Mía, es Aruca, y Sammy es Teo, uno de mis nietos. No tienen nada que ver con ellos pero sí que hay detallitos de ramalazos de su personalidad. Mis personajes tienen su entidad y mis nietos son otra cosa. Me dieron el libro el viernes por primera vez y cuando llegué el sábado me dijo: «¡Hala, bebo!». Porque ahora tiene cinco años. Y le respondí: «Este eres tú». «¿En serio?».

—Sigue siendo una sensación incomparable el tener tu libro editado, tan bien editado.

—Me emocioné. El primer ejemplar me lo dieron a las puertas de la cadena SER. Y me emocioné.

—Cuando me llegó el aviso de la editorial, por su tradición, pensé que sería infantil. Pero no. Telmo Lobo es preadolescente y adolescente.

—Quiero pensar que los padres se lo van a quitar a los hijos y lo van a leer. Quiero también pensar, soñar es gratis, que saca el niño que todos llevamos dentro, el niño aventurero. Ese universo de Enid Blyton, me encantaría, ojalá.

—Usted, que siempre piensa en otros formatos, ¿piensa esto en audiovisual? ¿Se lo imagina?

—No he escrito pensando en audiovisual. Ahora, que hay un audiovisual, sí. Inevitablemente, cuando escribo, deformación profesional, suelo pensarlo, imaginarlo, cómo sería. Lo divertido es que cuando me senté con Leire a editarlo ella de repente veía cosas de otra manera y yo pensé en lo interesante que es la mirada de cada uno. Pero yo escribo con absoluta libertad. Y luego si es audiovisual y se convierte en una película, ojalá.

—¿Le apetece volver a algo de lo anterior —cine, televisión…— en su vida? Usted hasta trabajó con Robert Duvall en su segunda película, Una noche en el viejo México.

—Esa película la hice precisamente por trabajar con él, no por otra cosa, y por rodar en inglés. Ahora estoy con la tercera película. Hemos terminado el guión ya y sería como director. Me apetece de alguna manera cerrar, porque yo he hecho dos pelis, necesito una tercera y me parece que por esa cosa ternaria de la vida del un, dos, tres, un, dos, tres, un, dos, tres, necesito hacer otra.

—Miles de cosas van asociadas al tres, nos avisó ya Aristóteles. Pero la que más me gusta es el chiste «van dos y se cayó el del medio». (se ríe)

—Y el vals: uno, dos, tres, uno, dos, tres. Es una cuestión de una necesidad mía. Y además de una historia que me apetece contar, tiene que ver también con el mundo del espectáculo. Es un drama que tendrá mucha comedia. Pero sí que lo de volver otra vez delante de la cámara…

—No le apetece.

"Me encantaría ahora que me conocieran los chicos, los más jóvenes, que me identifiquen como ese señor de barba blanca que escribe Telmo Lobo. Eso sería fantástico"

—No, porque ya me fui hace tiempo y me fui además buscando esa salida. Y sí, he escrito, he compuesto cosas, he compuesto un ballet, he dirigido cine, he hecho teatro y demás, pero siempre detrás. Delante de la cámara, primero que te quita mucho tiempo, necesitas mucho tiempo delante de la cámara. Y luego que me gusta cuando veo a un chaval de quince años que no sabe quién soy. Eso es fantástico. Tienes a otra generación que sí que te recuerda de Médico de familia o lo que fuera. Pero que de repente tengas también alguna vez un cierto anonimato para poder vivir… Me encantaría ahora que me conocieran los chicos, los más jóvenes, que me identifiquen como ese señor de barba blanca que escribe Telmo Lobo. Eso sería fantástico.

—Usted ha tenido una carrera muy atípica en España. En España, yo creo que en todo el mundo, pero dicen que en España sobre todo, cambiar de disciplina artística, por llamarlo de una forma, pasar de la comedia pura a la música clásica, al cine, descoloca al personal. Dicen los expertos en márketing que eso es malo. Ahora que no nos oye nadie, Emilio: a mí los malos me parecen los expertos en márketing.

—Estoy contigo. Lo lógico sería tener una carrera que sea consecuente con la persona. Pero creo que también de lo que se trata es de ser feliz y sobre todo de ser honesto contigo mismo. Yo no he hecho este libro porque alguien me ha dicho: «Oye, ¿por qué no escribes un libro?». No, no. Esto es porque es una necesidad vital, porque es importante que haya verdad en lo que haces y que te remangues. Con este libro me he remangado un año y lo he escrito y ya está. Y esta es toda la verdad que hay. Cuando haga la película me remangaré y estaré las veinticuatro horas haciendo la peli. Tenía el «no» muy presente, pero a veces el «por qué no» es muy importante. Dices: «Oye, es que quiero hacer tal cosa, ¿y por qué no?». Recuerdo que me dijo un día Alfredo Kraus: «Tú tienes timbre de tenor y como le dediques un poquitito…». Aunque solamente sea por el placer… Aún no lo he hecho, pero algún día a lo mejor tomaré algunas clases para que me coloquen la voz y cantar en el salón de casa.

—Y por el hecho de hacerlo.

—Creo que es muy importante ser libre. Y he crecido en un entorno de absoluta libertad. Mis padres nunca jamás me impusieron hacer nada. Sólo me recomendaron: «Oye, ¿tú no crees que tal?». En casa hemos crecido con absoluta libertad. Mi hermana Rita es compositora, es pianista, es viola, es soprano, e hizo eso porque quiso. Y Pili, mi segunda hermana, se dedicó más a ser comercial, ventas de distintas empresas. Api, mi otra hermana, estudió decoración pero ahora de repente escribe, y escribe bastante bien. Creo que es muy importante la libertad en todos los órdenes de la vida.

—Hay varios ensayos sobre la importancia de la libertad y el juego de los niños en esta sociedad donde crecen con agenda e hiperprotegidos. Quizá, en parte, porque como en los países del Primer Mundo cada vez hay menos niños…

"Es importante también el tiempo para mirar al techo, para estar en un patio comiendo pipas, en el parque con los amigos"

—Es importante también el tiempo para mirar al techo, para estar en un patio comiendo pipas, en el parque con los amigos. Y yo, al menos mi generación, tuvo eso. También tengo que decir que tuvimos la suerte de que no teníamos tanta información como tienen ahora. Es que ahora es una cascada continua de información. La tablet, el teléfono de los padres… Es mucha, mucha, mucha información. De hecho, a mí me cuesta. Hay muchas apps que me he quitado. Porque de repente dicen «oye, que esta app es muy buena para meditar, que esta app es muy…». Bla, bla, bla… Llega un momento en el que ni meditas ni lees.

—La tecnología actual es casi una extensión de la mano, del cuerpo. No puedes parar de atender a cosas sin distinguir cuál merece más atención, y creo que eso limita los temas a los que atender y a la creación artística. Pero a mí me pasa.

—El otro día estaba leyendo que hay muchos psicólogos que recomiendan que por la mañana no enciendas el teléfono. O sea, despiértate, desayuna, haz tu tal, haz tu ejercicio o tu meditación si tienes que hacer… Y luego lo enciendes. Pero tiene cosas buenas, claro: yo el uso que le doy es para música y sobre todo para notas de voz con ideas, incluso melodías. Para esto es fantástico, porque antes tenías el grabador o tenías que apuntar o tenías que hacer un pentagrama o una idea que se te ocurría para el guión. Lo que ha salido ahora, que lo estuve leyendo hace un mes, que en Estados Unidos es controvertido, se llama Study Fetch y es una aplicación con inteligencia artificial para que no tengas que tomar notas en clase.

—Ahí hay lío.

—Pero es que es la bomba, porque tú pones el teléfono y lo que habla el profesor te lo saca niquelado.

—Como una transcripción, lo que yo haré con esta entrevista.

"Porque no tiene nada que ver tomar notas con que te lo haga una máquina. El impacto es otro. Ahora estoy muy interesado en la memoria"

—Claro, pero tú eres un profesional. Un chaval de dieciocho años que está en la universidad… Entiendo que el profesor diga «oiga, no señor. Usted tome notas». Porque no tiene nada que ver tomar notas con que te lo haga una máquina. El impacto es otro. Ahora estoy muy interesado en la memoria. Creo que también es un poco neura mía con el tema de la memoria para, a la hora de estudiar, me importa cómo aprenderte una partitura mejor a corto y largo plazo y no solamente me refiero a memoria muscular.

—Aunque nos estemos yendo de tema me da igual, porque en Zenda tenemos total libertad. Estoy seguro de que los procesos degenerativos relacionados con la edad están muy conectados con la falta de práctica memorística. Y ya viendo a amigos mayores, aquellos que se aíslan, y esto ya está muy asentado científicamente, tienen más posibilidades de caer en enfermedades degenerativas asociadas a la memoria y a la cognición.

—Absolutamente. Por eso, en la medida de lo posible, estoy compaginando ebook con libros, porque vuelvo otra vez a coger libros y a hacer notas en el borde. Me esfuerzo en eso.

—Vamos al futuro, aunque esto de antes también sea nuestro futuro como ancianos. ¿Qué ve para el futuro de Telmo?

—Ahora mismo soy un niño feliz. Y si de repente ahora hiciéramos un ejercicio de metempsícosis me gustaría estar ahora presentando Telmo Lobo 10.

—Ya terminamos, pero estos días me pasó una cosa que combina Telmo Lobo, los chavales y Oviedo. Andaba en Oviedo y estábamos comiendo en el Fontán. Pedí una andarica, un cangrejo.

—Un andarica, claro. Mi mujer es asturiana.

—Y apareció un niño de unos ocho o diez años y me preguntó: «¡Oye! ¡Un cangrejo! ¿Me explicas cómo come?». Y miré al padre, porque hoy día igual te metes en un lío al hablar un señor provecto como yo con un niño. (nos reímos) Y el padre, muy inteligente, me puso cara de «adelante». Y le expliqué, entiéndeme, nivel sub-educación-primaria, al niño dónde está la boca, dónde tienen las patas y, lo más importante, cómo y qué comen. Y, de la nada, me dice el niño: «Cuéntame algo curioso de los cangrejos». Ahí es dónde me quedé atontado, porque justo acababa de terminar Telmo y tenía delante a un niño con ganas de aventura, de saber.

—¡Ahí va!

—Y por una puñetera vez improvisé bien. Le contesté: «Mira, lo más curioso para mí es que tienen el esqueleto por fuera. Nosotros, tú y yo, lo tenemos por dentro y el cangrejo tiene el esqueleto por fuera». Y el niño me soltó una genialidad. Por eso no quiero escribir para niños, porque son mejores que yo. Me replicó: «¡Por eso no se rascan!».

—Qué bueno.

—Qué respuesta.

—Ahí tienes un relato maravilloso.

—Repito: no quiero escribir para niños porque son mejores que yo, Emilio. Pero no son mejores que Miliki. Y la historia la meto en la entrevista, y ya. ¿No cree?

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Patricia Fernandez
Patricia Fernandez
24 ddís hace

Me encanta Emilio Aragon, tengo la misma edad que él
y le veia en la epoca de los payasos de la tele, me partía de risa con ellos y esos que era una jovencita y me gustaba a rabiar el programa desde entonces le intento seguir , me alegro mucho ahora de su faceta de escritor y seguro que comprare el libro para mis nietos, les gustará como a mi, porque yo también lo leeré y les contaré quien es Emilio Aragon. Muy agradable la entrevista, muy cercana. Muchas gracias por el buen rato que he pasado al leerlo. Un saludo