Los que conocimos bien a Fernando Sánchez Dragó sabíamos que no era como la imagen que, a veces, mostraba en público, ni como los medios se empeñaban en desfigurar. Facilidades daba. Como las cosas verdaderamente importantes, Dragó ganaba en las distancias cortas o muy cortas, y se le podría considerar un hombre inteligente, divertido, tierno, íntimo y leal, muy amigo de sus amigos. Su éxito con las mujeres a lo largo de sus ochenta y tantos años fue un éxito real —nada de leyendas—, que provocaba la admiración y, especialmente, la envidia de muchos hombres. Y hasta un cierto odio, ya que al escritor le gustaba vanagloriarse del asunto.
Porque Emma y Fernando no se han separado. Ella es un planeta que sigue girando en torno al astro Dragó. Se le nota en la forma de hablar de esos siete años de convivencia (los más felices de su vida), y en lo claro que tiene el hecho de que no habrá una nueva pareja, a pesar de su juventud. También se percibe al leer el libro que ha escrito, Querido Nano, un libro raro, advierto, como corresponde al que ya se definía como niño raro, y algo así subtituló la primera parte de sus memorias, Esos días azules; libro que se continuó con Galgo corredor: Los años guerreros, que concluyen en 1964; es decir, veintiocho años de su exagerada vida, extendidos en mil trescientas páginas. Aún no había comenzado su exilio ni publicado ningún libro. Emma Nogueiro, que sería la joven viuda si se hubiesen casado, se hizo tres tatuajes tras la muerte, que luego leeremos.
En todas las entrevistas o charlas con autores empleo el usted, pero aquí me resultaba una fórmula extraña, no sólo por la edad de la escritora, sino porque conocí y supe apreciar a Dragó desde que me inicié como periodista, precisamente en el suplemento Disidencias, de Diario 16, que Pedro J. Ramírez encargó al entonces autor de Gárgoris y Habidis. Esta es una charla, por lo tanto, entre dos seres que conocieron a Sánchez Dragó; uno —el que esto escribe— como telón de fondo desde la década de los ochenta, y otro —la joven enamorada— muy de cerca y con intensidad cuando el escritor entraba en los ochenta años. Ya advertimos, antes que nada, que esta conversación puede parecer —y lo es— una loa continuada a Fernando Sánchez-Dragó, un canto al hombre que se nos fue. Y el nombre de Fernando se repite una y otra vez, como un pegadizo estribillo —un lalalá eurovisivo— durante toda la charla. Cualquiera diría, al escuchar a Emma, que la joven periodista está poseída por el Síndrome de Estocolmo; lo que sucede es que aquí no hubo ningún rapto, o quizás sí, un rapto de amor a la manera de los místicos: «Esta vida que yo vivo / es privación de vivir; / y así, es continuo morir / hasta que viva contigo», que escribió Teresa de Jesús.
*****
—He de confesarte que antes de tener entre las manos Querido Nano me esperaba otra cosa. Pensaba que era un libro en el que se contaba tu relación con Dragó, ya fuese como memorias, crónica o novela.
—Todo llegará, ya te advierto, pero a su tiempo. Este es el libro que me apetecía escribir para rendir homenaje a Fernando y a Elena, su madre.
—No la conociste, claro.
—Oh, no, Elena murió en el 2001. Y yo ahí tenía ocho años; pero es como si la hubiese conocido de toda la vida, tanto por lo que me contaba Fernando como por las miles de cartas entre ella y su hijo, que descubrí en un arcón, y que son la base y origen de este libro.
—¿Miles?
—Sí, miles. Fue al comienzo de la pandemia. Estábamos en la casa de Soria, y un día me encontré con todas esas cartas, una larga correspondencia en el tiempo que mantuvieron Fernando y su madre, sobre todo durante sus estancias en la cárcel de Carabanchel o a lo largo de sus siete años de exilio. Ten en cuenta que era la única forma que tenían de comunicarse, y Fernando y su madre siempre estuvieron muy unidos.
—¿Qué decían esas cartas?
—En las cartas hablaban de todo: de las lecturas, de los amigos, de las novias, de su militancia en el Partido Comunista, de la lucha antifranquista, de las detenciones, de sus viajes por Italia o Asia… Para mí supuso un gran regalo. Fue una manera de conocer al otro Fernando, al Fernando joven, y también de conocer esa época que tanto me seduce, porque yo soy una persona muy nostálgica.
—Nostalgia por lo que no se ha vivido, curiosamente.
—Así es. Ahí había un material desconocido y muy valioso, y Fernando me sugirió que con todo ello podría escribir un libro.
—Ya te he comentado que me parece un libro raro.
—¿Raro? ¿Por qué?
—Es un libro supuestamente escrito por la madre de Dragó sobre su hijo, y en verdad quien lo escribe eres tú, que has tomado el lugar de la madre, o al menos la voz… No sé si por ahí hay algo de incesto literario o qué…
—Sí, es un poco transgresor. Es como si me convirtiera de repente en su madre, siendo… Bueno, ya sabes la edad que tengo. Pero era un reto, una manera de conocer mejor a Fernando, y de explorar de primera mano una época muy lejana para mí. Así que, a partir de sus cartas, que releí muchas veces, me puse en la piel de Elena, intenté retomar y recrear su voz. No sólo fue un desafío literario sino también un acto de amor. En el libro no se cuenta solo la relación materno-filial, sino que puede considerarse una historia generacional y una oblicua crónica de la España de las dos últimas décadas del franquismo.
—Al leer el libro, la voz de la madre se me parece a la voz de Dragó en cuanto a metáforas, circunloquios, expresiones… Es como si la madre copiara al hijo, al Dragó que conocemos.
—Es que Fernando es lo que es, lo que fue, gracias a su madre. Es un hijo póstumo, que nació cuando había muerto ya su padre en la guerra, y Elena troqueló a Fernando en el molde de la ausencia de su padre con amor, libertad y ansias de conocimientos. Ella era una mujer excepcional, muy distinta a las de su época. Y estaban muy unidos. Fernando y su madre eran uña y carne, aunque tuvieron trayectorias muy distintas; pero la raíz de Fernando es su madre.
—Las cartas de la madre ¿han sido la única fuente para escribir Querido Nano?
—¡Oh, no! También he contado con los testimonios de sus hijos Alejandro, Ayanta y Aixa, así como de muchos de sus amigos. Además, Fernando, tú lo sabrás bien, cuando te contaba algo te lo contaba muy minuciosamente y con todo lujo de detalles. Así que tengo la sensación de haber estado y vivido en aquel tiempo. Este libro, en cierto modo, viene a completar sus dos volúmenes de memorias que dejó incompletas…
—Muy incompletas. Se quedan en el momento de irse al exilio, que fue hacia 1964.
—Y yo lo he retomado, pero no he empezado por ahí; porque para entender bien por qué Fernando se pasó siete años en el exilio había que recordar todo lo que sucedió antes y resumir sus aventuras hasta llegar a ese punto.
—En esa primera parte, que ya contó a su extenso modo Dragó, hablas de cómo un hijo de familia bien se mete en el Partido Comunista, de la lucha antifranquista, de las detenciones de la policía y de su estancia en la cárcel de Carabanchel.
—Era necesario. De otro modo, no se hubiese entendido bien Querido Nano. Aquí están sus años de exilio, que empiezan en Roma, sus estancias en Asia, cuando nadie viajaba por allí, y sus andanzas por medio mundo hasta el día que le conceden el Premio Nacional por su primer libro, Gárgoris y Habidis, una historia mágica de España.
—Sí, en ese preciso momento empieza Querido Nano, y también acaba ahí, porque como comenta su madre, «A partir de aquel momento, su vida pasó a ser de dominio público».
—Sí.
—Por cierto, tú que has leído todas esas cartas y te has metido en la piel de su madre, ¿Dragó era un niño raro?
—Era un niño independiente, que iba a lo suyo y no seguía lo que hacían los demás, un niño al que le gustaba escribir y leer (antes de los 9 años conocía la Ilíada y la Odisea), un niño que nació con el sello de la libertad y su madre le dio alas. Era un niño que, en el cumpleaños materno, en vez de regalarle flores, le hacía una revista completa. Ya ves, era una persona muy particular, que ya apuntaba maneras.
***
(El periodismo, recordemos, lo llevaba Sánchez Dragó en la sangre. Su padre, Fernando Sánchez Monreal, fue director de la agencia de noticias Febus —precedente de Efe—, su tío abuelo fue director de La Vanguardia y su abuelo fue uno de los fundadores de la Asociación de Prensa de Madrid).
***
—Decía antes que es un libro generacional, y leyéndolo se nota la diferencia de las clases sociales que había entonces. El barrio de Salamanca tiene su protagonismo. Elena remarca en varios momentos que son una familia bien… Y curiosamente, las mujeres con las que vive Dragó en aquella época —y la madre lo comenta— también son de una clase privilegiada. Me he dado cuenta, al leer el libro, que Dragó tenía un prototipo de mujer.
—¿Sí?
—Sí. Creo que hay algo común en los cinco amores que aquí se describen: todas proceden de buena familia, pero son las hijas rebeldes, raras, distintas a su entorno inmediato, y suelen tener cierto interés por la cultura.
—Es verdad que tenía un patrón y que no solía cambiar, pero eso es normal, yo también tengo un patrón masculino, que siempre he seguido.
—¿Te identificas con el prototipo que acabo de describir?
—Hmmm. No sé…. Me gusta la cultura, la lectura y la escritura, y mi familia también es así, pero yo no soy nada rebelde, sino más bien conservadora.
—Mira cómo describe la madre —o describes tú— en el libro a una de sus novias: «Apareció otra invitada que iba a sumarse a la fiesta: Alicia Blanco, niña bien de Madrid, criada en el barrio de Salamanca. Buena chica, pero rebelde, un poco progre y suficientemente soñadora».
***
(Y aquí hemos de hacer un paréntesis para advertir al lector que, en Querido Nano, se incluyen, más o menos adaptadas, cartas de Elena, la madre, así como otras cartas de sus novias y también las que el propio escritor les mandaba. A lo largo del libro, que se mueve entre 1955 y 1979 de la vida de Sánchez Dragó, aparecen, por orden cronológico, las siguientes mujeres con las que que convivió: Teresa, Adela, Caterina, Novella y Alicia Blanco. Lo curioso es que salvo Caterina —la madre de Ayanta Barilli—, todas las demás mujeres figuran con un nombre falso «para preservar su intimidad», como comenta la autora. Sin embargo, la intimidad de Sánchez Dragó era, muchas veces, pública, y se han hecho casi más reportajes —bastante confusos, advertimos— sobre su vida sentimental que sobre su obra. Y si uno investiga un poco descubrirá que Teresa, su primera esposa, es Elvira Álvarez, o que Alicia Blanco fue la mujer que estuvo viajando con él por Asia, le transcribió parte del monumental Gárgóris y Habidis, y es una de las tres mujeres a las que está dedicada la obra… Y no seguimos desenmascarando personajes, porque este no es el lugar, y el protagonismo pertenece a Emma Nogueiro y su libro. Aunque añadiremos, para evitar confusiones, que a pesar de tantas parejas y convivencias, Sánchez Dragó sólo se casó tres veces: con Elvira, con Beatriz Salama, que luego se fue con Antonio Escohotado en un caso que nos recuerda al de George Harrison, Pattie Boyd y Eric Clapton, y con Naoko).
***
—¿Ha sido complicado escribir Querido Nano?
—Ha sido un agradable paseo, un premio poder viajar a esas épocas que conocí a través de los testimonios de mi gran amor, y de lo que se escribió sobre Fernando. Para mí lo complicado era poder estar a su altura y que el libro le gustara. Pudo leer la mitad del texto antes de morir, y le gustó. Esa es mi gran satisfacción. El original tenía casi seiscientas páginas, pero comprendo que ahora los tiempos son otros, y tuve que dejarlo en la mitad.
—¿Ya escribías antes de conocerle?
—Sí, escribía poemas y soy periodista.
—Precisamente le conociste el día que fuiste a hacerle una entrevista para Vozpópuli. ¿Ahí se produjo el flechazo?
—Sí, rotundamente, sí. Mi vida cambió por completo en el momento en que conocí a Fernando.
—Me imagino que irías con una idea previa sobre Dragó, y te encontraste con otra persona.
—Es muy curioso, porque mientras entrevistaba a Fernando me doy cuenta de que me estoy enamorando de él. No me lo podía creer. Y así fue. Me enamoré de Fernando durante la entrevista.
—Son las distancias cortas… ¿Qué pasó?
—No lo sé. Los dos debimos desplegar nuestro arte y nos dimos cuenta de que estábamos unidos por una especie de energía.
—¿Y ahí empezó vuestra relación?
—Y ahí fue cuando una chica asturiana de 23 años, que vivía en Madrid desde hacía cinco, empezó a compartir vida, pasión, viajes, literatura con alguien que me demuestra que es un hombre, un compañero, un escritor, un trabajador nato y una persona extremadamente culta, buena, sensible, honesta… Y ante eso mi vida va cambiando día a día…
—Dejas tu piso de estudiantes y te vas a vivir con él.
—Sí, al cabo de un tiempo, no de inmediato. Y fue maravilloso. Lo que yo viví y compartí con Fernando pasa una vez y yo he tenido la suerte de que me pasara a mí. Siempre digo que hay que distinguir entre el Fernando persona y el personaje que han hecho los medios de comunicación.
—Lo que pasa es que a veces a Dragó, provocador siempre, le gustaba mostrarse así, como, por ejemplo, alardear de ser un eterno donjuán, un incansable conquistador de jóvenes mujeres.
—Fernando era una persona libre y así se mostraba. Las etiquetas no sirven con él. Ya te dije que Fernando era una persona que pasa una sola vez en la vida, y ese tipo de personas no son usuales, son ellos mismos; otra cosa es que en esta sociedad se les entienda o no se les entienda, pero cuando tú pasabas tiempo con Fernando te dabas cuenta de que no era el tipo que la gente creía que era.
—Yo le conocí desde hace cuarenta años, no tan intensamente como tú, y sé que no tiene nada que ver el Dragó público con el privado. Era un gran amigo de sus amigos, una persona leal…
—Era leal, generoso, un buen hombre, y de alguna forma me gustaría dejar claro con este libro que era así: un buen tipo.
—Estoy de acuerdo. Lo que no tengo tan claro es que fuese un modelo de fidelidad.
—Conmigo lo fue. Yo hablo por mí.
—Lo sería contigo, pero no con las mujeres de las que se habla en el libro, donde leemos que se lió con unas u otras siempre que estuvo en pareja. Esto fue antes de 1979. Y después, cuando se casó con Naoko, declaró en más de una ocasión que su esposa no era celosa y le permitía tener sus aventuras.
—Eso sería antes, pero entre nosotros el pacto de fidelidad no se quebró jamás.
—¿Seguro?
—Segura.
—¿No tuviste problemas con tus padres cuando te fuiste a vivir con Dragó?
—Eso es algo de lo que no voy a hablar. Mis padres son personas anónimas y forman parte de mi estricta intimidad.
—Me imagino que sí. Posiblemente la mayoría de las familias reaccionarían en contra de la relación de una hija con un hombre 57 años mayor que ella, aunque entiendo que es algo íntimo y no te apetezca airearlo. Ahora ¿con tus padres te llevarás bien?
—Sí (Pausa). Si algo aprendí de Fernando es una máxima que dice: «el único juicio que importa es el de tu conciencia». Cuando tú no haces mal a nadie, y las cosas vienen en contra, tienes que capear el temporal y las cosas se volverán a poner en su sitio.
—En estos siete años con Dragó habrás aprendido mucho de él, y me imagino que has estado en contacto con todos sus amigos, que son muchos. Te habrá dado pena no conocer a Ángel Sánchez Gijón, que es quizás la persona que está más cerca de él durante el exilio y el nombre que más aparece en el libro.
—Sí, es un personaje importante, al que no pude conocer. El padre de Aitana murió mucho antes de que yo estuviera con Fernando. Sé que los dos estaban muy unidos, tanto en su etapa de Roma como después, en España, y sé que le ayudó cuando estaba con lo del Gárgoris y Habidis. Eran dos que cabalgaban juntos; pero también son muy importantes otros nombres, como Aute, que es el que le pone en contacto con Jesús Munárriz para editar su libro en Hiperión, y no nos olvidemos de esos amigos que iba haciendo a lo largo de sus viajes, o los compañeros de la cárcel.
—Es que la lucha antifranquista unió mucho… Por cierto, en estos siete años de convivencia con Dragó, ¿cómo ha cambiado tu vida y tu manera de ver el mundo?
—Es una pregunta muy amplia. No sé bien cómo te puedo contestar…
—A cachos.
—Pues… como te dije, yo soy una persona muy nostálgica que nació tarde. No me gusta el 2024, me hubiera gustado ser del 64 o del 54, y en la medida de mis posibilidades trato de vivir en base a esos años. Entonces, conocer a Fernando, que era como el último heredero de esa generación, fue un triunfo. Crecí histórica y culturalmente con Fernando, porque el día a día, desde que nos despertábamos, abrazaditos en la cama, hasta que nos acostábamos, abrazaditos en la cama, era cultura, cultura, cultura, libros, escritura y libros. Todo aquello era muy especial. Y luego había una parte de Fernando —la más importante—, que era la filosófica: la parte de aprender a vivir, de cómo te tomas las cosas, de que, aunque te vengan mal dadas, hay que tener el valor de transformar todo ello en algo positivo. Yo ahora cuando tengo un problema, me pregunto: «¿Fernando qué hubiese hecho?».
—(Risas) Es curioso, porque yo cuando estaba en la Universidad, y tenía un problema o una duda, siempre me preguntaba: ¿cómo reaccionaría Leonard Cohen en este momento? Está claro que lo admiraba y para mí era una referencia de vida. Sus canciones siempre me transmitían serenidad.
—En mi caso fue Fernando. O más exactamente, me suelo plantear cómo Emma, que ha tenido la grandísima suerte de conocer, amar y ser amada por Fernando, puede afrontar cualquier cosa que le pase en la vida. Y como le conocí muy bien, sé lo que me diría y me resulta fácil contestarme.
—No solo de mujeres. Yo diría que conquistador de la vida. También conquistaba a amigos, a familiares… Hay una frase que solía repetir: «Hay que ir por la vida en patinete». Fernando era así. Cuando yo le conozco a sus casi 80 años nos vamos a París, y la estancia allí no estuvo exenta de aventuras, ni el último viaje a Grecia, que nos pasó de todo. Así era Fernando: aventurero, conquistador, divertido… ¡Lo tenía todo!
—¡Vaya! ¡Lo vas a tener muy difícil!
—¿Para qué?
—Para encontrar otro hombre a su altura.
—A lo mejor no quiero encontrarlo.
—Lo entiendo, y yo mismo defiendo esa postura, pero tan joven…
—Mira, hay una película sobre el almirante Nelson, que cuando muere le preguntan a su viuda: «¿Y después?». Y Vivian Leigh, que es la actriz, confiesa al final de la película: «No hubo después para mí». ¿Por qué tiene que haber después para mí?
—Cierto. La vida no tiene que ser obligatoriamente en pareja para que se entienda y sostenga.
—Por supuesto…
—¿Y eso? (señalo sus brazos) Eso es nuevo. ¿Cuándo te hiciste esos tatuajes?
—Después de su muerte. Aquí pone «Fernando». Y aquí hay dos frases: «No nos moverán», y «We Shall Overcome», una canción de Joan Baez, que dice: «Venceremos».
—Son como lemas.
—Son cauces que me van equilibrando, como el dios Shiva.
—Supongo que a ti no te habrá pasado lo mismo que a Blanca Andreu. Te comento, por si no conoces la historia: Blanca Andreu, una poeta que ganó el Adonais muy joven, se casó con un maduro Juan Benet, el novelista más prestigioso del momento, y fue muy bien acogida por el mundo cercano al escritor; pero luego, cuando murió Benet, la dejaron sola. La familia, y todos los amigos que hasta entonces eran muy solícitos con ella, le volvieron la espalda.
—En mi caso es al revés. Me llevo muy bien con los hijos de Fernando y todos sus amigos me han apoyado y me apoyan, tanto ahora con la publicación del libro, como en su muerte, que fue durísima.
—¿Durísima?… Tengo entendido que fue una muerte muy rápida.
—Eso sí, pero se me murió en los brazos. Habíamos pasado la Semana Santa en Soria con la familia de Fernando. Cuando se fue, nos quedamos un día más a descansar los dos juntos, nos despertamos a las 9, a las 10.15 me dice: «Me encuentro mal». Algo muy raro, porque nunca se quejaba. Y a las 11.06 ya estaba firmando el parte de defunción.
—¡Qué bien! Nada de agonías. Una buena muerte es media vida.
—Fernando no envejeció, no tuvo decrepitud; de hecho, estábamos planeando un viaje a Dakar para el verano. Tras Tailandia y Camboya, teníamos pendiente ese viaje, pero cuando me abraza y me mira a los ojos y me dice «me muero»…
—¡Dramático!
—Trasmitía paz.
—Por cierto, ¿por qué no os casasteis?
—Eso forma parte de nuestra intimidad.
—¿Cuál es tu libro preferido de Sánchez Dragó?
—Sin ninguna duda, El camino del corazón. Un libro que me he leído exactamente 27 veces. Me lo sé casi de memoria. Busca la novela, léeme una frase y te diré cómo continúa o en qué página está.
—Una novela inspirada en el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas. Casualmente estaba conmigo cuando se compró —nos compramos— un ejemplar muy rústico en Chichicastenango, que es el lugar donde se imprimió la edición original.
—(Emma cierra los ojos y recita): «Cuando tengas que elegir entre dos caminos, pregúntate cuál de ellos tiene corazón. Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca».
—De sus libros, yo me quedaría con Soseki, inmortal y tigre, la historia de ese gato mágico que el escritor se encuentra en las tierras de Soria, ya que me parece el libro que tiene su prosa más transparente. A Dragó le solía comentar que escribía de una manera torrencial y acumulativa, un estilo muy barroco, churrigueresco, exagerado, que en voz de un buen conversador, como era él, resulta muy ameno, pero en un libro… Y Dragó, sonriente, me decía: «Lee Soseki«.
—A mí todos los libros de Fernando me gustan.
—Por cierto, ¿cómo es tu vida ahora?
—Supongo que te refieres a mi vida sin Fernando. Y esa vida es muy dura. Te he dicho antes off the record, pero lo puedes contar, que Fernando era gran novio, gran pareja, gran romántico, gran amante, todo veinticuatro-siete…
—No sigas, que vas a provocar más envidias y rechazos masculinos hacia Dragó.
—Una vez que desaparece Fernando, es muy difícil de llenar ese todo. El duelo dura lo que tú quieras. Y mi vida ahora es estar centrada en el trabajo y en la escritura. Hay una serie de mandamientos que él me decía y siempre llevo conmigo.
—¿Son diez, como los de Yahveh?
—Sí. ¿Te los leo?
—¡Por favor! Podrían ser útiles…
—(saca una libretita) «Trabaja en un solo proyecto hasta que lo termines. Cuando no puedes crear, puedes trabajar. No dejes de ser persona. Olvida los libros que quieres escribir, piensa sólo en lo que estás escribiendo. Escribe primero y siempre: pintar, la música, los amigos, el cine, todo eso viene después. La felicidad sólo es posible en el aquí y ahora. Sigue el camino del corazón. No tengas ideología, ten ideas. El único juicio que importa es el de tu conciencia. Sonríe para que la vida te sonría…». El décimo es de la madre.
—¡Oh!
***
Y al oír este último mandamiento me han llegado, como un torrente, imágenes de Fernando Sánchez Dragó a lo largo de su vida: en todas ellas —me doy cuenta— es un Dragó sonriente, una sonrisa muy personal y a media asta, tan pegada que forma parte de la quijada de su rostro. Y no es una sonrisa hipócrita ni defensiva, sino afable, inmortal y tigre, como si flotara o fluyera. Y ahora, al despedirnos de esta charla en la cafetería del Hotel las Letras, he creído adivinar en Emma Nogueiro el trazo leve de una sonrisa que tiende a parecerse a la de Fernando Sánchez Dragó. Y esto que digo no es un desvarío literario. Es lo que he visto.
«—Estoy de acuerdo. Lo que no tengo tan claro es que fuese un modelo de fidelidad.
—Conmigo lo fue. Yo hablo por mí.
—Lo sería contigo, pero no con las mujeres de las que se habla en el libro, donde leemos que se lió con unas u otras siempre que estuvo en pareja. Esto fue antes de 1979. Y después, cuando se casó con Naoko, declaró en más de una ocasión que su esposa no era celosa y le permitía tener sus aventuras.
—Eso sería antes, pero entre nosotros el pacto de fidelidad no se quebró jamás.
—¿Seguro?
—Segura.»
¿Esta es una entrevista aceptable en un medio del prestigio de Zendalibros?