Tras tres años de taller de escritura, varios cuentos y un proyecto de novela corta a medias, un día recibo un correo de Elvira Navarro, mi profesora de creativa en la escuela Fuentetaja.
Elvira, profesora que empodera a sus alumnos, generosa y libérrima, envía a todas las personas que conoce que están escribiendo una novela el link con información a un concurso literario.
«Ay, Elvira», le respondo, «en mi caso podría presentarme a un premio de novela inacabada».
Dos días después tenía escrita la primera versión de El escritor completo, relato ganador del XII Premio Joven de relato corto El Corte Inglés, organizado por el Ateneo Navarro y Ámbito Cultural, de El Corte Inglés de Pamplona, con la colaboración de Fundación Escritura(s) y Diario de Navarra, y cuyo premio he recibido unos días atrás.
El presidente del jurado, Iker Andrés, declara el día de la entrega que el jurado quiere destacar del relato galardonado “el fino sentido del humor que subyace a todo el relato, así como el desarrollo de toda una narración que consigue la implicación del lector sobre la base de una situación imposible que hace las veces de metáfora de los cambios que se pueden percibir en la sociedad actual”.
Me halaga la crítica, pero en mi condición de escritora novel, de bebé de tres meses en el mundo de la ficción contemporánea, a duras penas gateo entre interpretaciones, críticas, conceptos. ¿Escribo pensando eso? Siento solo que escribo y luego viene eso, pero soy un bebé de tres meses y por ahora las interpretaciones las cuentan otros.
¿Cómo armar un cuento? ¿Cómo se hace una novela? ¿Qué es un buen personaje? ¿Cuál es la voz del relato? ¿Y el estilo? ¿Y el tono? ¿Sé crear una atmósfera? Maldito ritmo, nunca se me dio bien bailar. ¿Mi héroe viaja con conflicto o a tontas y a locas por la narración? ¿Me sirve con una brújula o hay que tirar de Google Maps?
En este enjambre de la creación literaria uno aprende y se marca a fuego que empezar a crear es empezar a creer.
Vivo con dudas irrazonables: ¿de dónde saco las ideas para escribir? ¿Eliges los temas o ellos te eligen?
En invierno de 2017, un día que paseaba por mi barrio, al pasar por la iglesia leí en el tablón de anuncios “Confeshop”. Quedé conmocionada por esa mercantilización de los pecados… tanto que volví a comprobar qué narices se vendía en Canillejas. Mis dioptrías de más me habían jugado, en este caso, una buena pasada: al poco tiempo tenía escrita la historia de un cura de un pueblo castellano que, para conseguir financiación, vende (online) pecados con perdón de Dios.
La historia de un suicidio fue el germen de un cuento en el que un tipo atasca la entrada al Paraíso “porque le sale de las narices”, y Dios tiene que plantearse aligerar el acceso al Cielo porque le ha generado un problema de “computación en la nube”.
Creo que uno se encuentra con las historias que crea, pero que debe fomentar el encuentro.
Profundizando en el germen del humor y la comedia hace unos meses, me inscribí en un curso de creación de monólogos, pues tan denostada está la literatura humorística en nuestro país que no hay formación específica (y si la hay, dejen los datos en comentarios). Albergaba la esperanza de aprender “las técnicas” que te llevan a las ideas humorísticas, buscaba “el pozo de las ideas”.
Ser cómico es muy jodido. Cualquiera que sepa sumar y restar puede hacer chistes básicos de caca-culo-pedo-pis. Sin embargo, descubrí que crear humor es muy laborioso. La gran mayoría de los artesanos de la comedia tienen detrás muchas horas de trabajo.
Lo mejor que le puede pasar a un cómico es que se rían de su trabajo, y lo peor que le puede pasar a un espectador de comedia es que el cómico no honre su profesión escribiendo textos buenos. Exíjanle, pues, que dignifique su profesión con lo que escribe. Al mismo tiempo, no se rían de cualquier pamplina… Le harán mejor profesional.
Mi proyecto de novela surge de una idea completamente aleatoria y fruto de la lectura compulsiva de biografías en la época que viví en Brasil. Me guardo el tema con la esperanza imberbe de volver un día a estas páginas a hablarles de ella.
Cuando uno empieza a escribir sueña con pisar escenarios, aunque con el tiempo se aprende que esto es un oficio que carece de ellos: angustioso, solitario, individual, que deja al escritor indefenso, inseguro y solo. Pero sensacional, un chute.
Y aunque el proceso es solitario, siempre está presente la necesidad de contar de alguna forma la realidad… bajo una capa de fino humor que presenta la sátira social transmutada dentro de la inverosimilitud de una historia.
Cuando recibí el premio los miembros de las instituciones convocantes pidieron unas palabras. Me daban ganas de ir corriendo a besarles, pero me contuve y les agradecí que por gente como ellos el joven escritor aprende que escribir es un oficio.
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