Resulta inevitable comparar, en el momento de su publicación, la segunda novela de un autor con la primera cuando ésta consiguió una recepción tan cálida como la que tuvo Los días perfectos, de Jacobo Bergareche. En esta ocasión, además (y en esto estamos de enhorabuena los que disfrutamos con aquélla), Las despedidas se parece y no se parece a Los días perfectos. Se parece porque, si el autor publicase una tercera novela con la misma temática, la crítica hablaría ya de la “Trilogía de la infidelidad”, la “Trilogía de pasiones frustradas” o cosas por el estilo. Y no se parece porque lo que convertía a Los días perfectos en una novela tan inusual (la estructura, con sus ilustraciones y comentarios, o las cartas reales de Faulkner como espejos de la historia) no se encuentra en Las despedidas. A cambio, el argumento y los personajes tienen aquí más peso. De hecho, los dos mejores personajes de Bergareche están en esta segunda novela. Sus nombres, no obstante, quedan reservados para los lectores.
La premisa es potente y recurre a un narrador que le aporta inmediatez, un narrador que no se parece en nada al de su anterior novela. Aquí ya no es el remitente de una carta reflexiva, nostálgica, a veces desgarrada y a veces irónica, sino una voz omnisciente que acompaña a Diego en su despertar de una vida familiar insulsa. La aparición del rostro conocido y el regreso de recuerdos enterrados dispara esta voz que baila de una tercera persona objetiva, en pretérito perfecto simple, a la segunda persona en presente de los pensamientos de Diego, que se acusa, se desafía y se burla de sí mismo para espolearse.
Permítanme otra comparación. En Los días perfectos asistíamos a la contraposición entre dos esferas que nunca se tocan (la mujer en España y la amante en Estados Unidos). En Las despedidas, estas dos esferas distantes son las mismas, pero aquí la novela nace, precisamente, con la irrupción de una esfera en la otra. La confrontación ya no es una entelequia, sino una posibilidad tangible, una encrucijada ante la que Diego, el protagonista, se ve arrastrado por el impulso obsesivo de ponderar opciones, de imaginar futuros posibles. Estos pensamientos se parecen a los del Luis de Los días perfectos en su contenido, pero no en su contexto. Las reflexiones de Diego también emotivas, también divertidas, son además apremiantes y están amenazadas por la fugacidad de una ocasión inesperada.
La historia avanza como un velero (o más bien como un llaüt) arrastrado hacia un remolino, atravesando las horas que pasa Diego en busca de un encuentro deseado, un encuentro que tal vez sólo sea una despedida, y recogiendo a su paso descripciones (del entorno en Menorca, de su vida de casado), recuerdos (de su añorado primo Tomás, del festival Burning Man hace casi dos décadas) y temas (además del desgaste amoroso, además de la pasión concentrada de unos días perdidos, hay otros dos temas fundamentales: la paternidad y la muerte). Todas estas ramificaciones, salpicadas de rock anglosajón de los 70, convergen, como en un embudo, en las dudas de Diego, en sus fantasías y finalmente en sus decisiones. Porque aparte del narrador, de los personajes o de los temas tangentes, lo que de verdad hace distinta a Las despedidas de la anterior novela de Jacobo Bergareche es esa pulsión entre el pensamiento y la acción.
Diego debe decidir hasta dónde está dispuesto a arriesgar, a desafiar un mundo estable, cómodo y aburrido por buscar no ya una relación idílica o el resurgimiento de una pasión, sino una breve y sencilla conversación con alguien que le dejó una huella imborrable.
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Autor: Jacobo Bergareche. Título: Las despedidas. Editorial: Libros del Asteroide. Venta: Todostuslibros.
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