“Veo a mi alrededor mujeres eufóricas y hombres destruidos”. Así comienza El macho tumbado Rolando Hanglin, periodista y escritor argentino, libro que vio la luz allá por 1992, en medio de una Argentina turbulenta. Mientras leía tuve la sensación de que describía la situación actual, como si fuera el día de la marmota —y posiblemente lo sea—. Su punto de vista es el que nos interesa: siguiendo el ejemplo de Cassie Jaye, nos meteremos en “la madriguera del conejo”, en la sesera de Rolando, intentaremos comprender cómo vive este presente, los sentimientos y resentimientos de un macho setentón de la época —entonces era cuarentón, pero sigue opinando lo mismo—, un hombre al que tildan de machista, fascista, cavernícola, criticado hasta el hartazgo por el ejército de féminas que enarbola la bandera eterna de la disconformidad.
Hanglin escribió con carne y sangre, como aconsejaba Arlt. Sin pelos en el pulso, sin retóricas, sin temor a ser crucificado, pone los bofes en la mesa. Opina, por ejemplo, que en caso de “violación” si la mujer “desata al indio” se la tiene que aguantar. Porque “…una vez desencadenado el mecanismo de excitación, el macho prosigue en una serie de movimientos psíquicamente predeterminados. Le es imposible contenerse”. “Aquella mujer que excita y provoca, poniéndose en la línea de fuego, ha de soportar estoicamente la embestida del macho, por la sencilla razón de que se lo buscó”. “De ningún modo puede alegar violación en caso de que el hombre la posea, pues el juego previo ha generado una situación sin retorno. Y ahí se gana o se pierde. Es como jugar con fuego”. Nos trae el caso de Mike Tyson, condenado a prisión por violar a una adolescente. Se pregunta por esa delgada línea que separa la violación del forcejeo amoroso. Si la joven “se deja besar y pellizcar por él, sale a pasear por la ciudad con él y acepta subir a su habitación a las tres de la madrugada… Vamos a suponer que la chica, en ese instante mismo, decide cambiar de idea y renunciar a un contacto sexual… Ella es dueña de su libertad y de su cuerpo… (Arrepentirse) es normal y legal. Pero también es normal que un hombre naturalmente dotado de los instintos propios de la especie prosiga en su asedio, utilice la violencia y proceda al forcejeo amoroso”. “Resulta fácil pasar del forcejeo amatorio a la violación descarnada. Y en todo caso nunca es violación, en el sentido criminal de la palabra, cuando macho y hembra están ensayando un juego brusco en el que se gana y se pierde, se hace la voluntad de uno o la del otro, porque no siempre los miembros de la pareja están de acuerdo”. “La violencia constituye un dato esencial del sexo humano”. “La mujer que seduce a un hombre sabe perfectamente que la respuesta del macho es activa. Quien dice activa dice agresiva”. Aclara que usa la palabra “violación” en un sentido más amplio. “Desde el punto de vista criminal violación es algo muy concreto. Específico. Se trata, primero, de un abordaje violento, que incluye el golpe y el secuestro… Por último hay una penetración sangrienta, sin seducción”. Y aclara que aclara porque la prensa está utilizando la palabra para describir situaciones muy diferentes y así “se extiende la mala costumbre de confundir forcejeo amatorio con la verdadera violación”.
Claro, era otra época, no había redes sociales, ergo nadie veía su reputación y su carrera destrozada en cuestión de segundos por hacer uso de la libertad de expresión. Hanglin siempre fue un hombre polémico. Vaticinó la que se venía, y vaticina, según su resentido análisis de macho hostigado, la que nos espera a todes. Serán las mismas mujeres las que desearán volver a ocupar su rol: encargarse del hogar y de los chicos. Las mismas que hoy se quejan porque no hay hombres, pero en cuanto aparece uno se encargan de acusarlo de acoso excesivo, de violador desenfrenado, de violento sin causa, o bien de hacerle un niño sin consentimiento, con juicio venidero incluido por la manutención del mismo y de ella, ya que podemos.
El periodista se siente incómodo, deprimido, no valorado, indefenso, perdido, como otros tantos hombres. “El macho de la especie ha sido despiadadamente herido, sitiado y luego tumbado. Ya no tiene atractivo ser hombre”. Explica que en un mundo impredecible como el de hoy las mujeres se adaptan mejor porque son más sutiles, elásticas, y en cambio el hombre es ordenador, estructurado, no está habituado a agarrar cualquier propuesta laboral por dos pesos, porque razona como cabeza de familia. Dice verlas excitadas, llenas de expectativa, emprendedoras, ambiciosas. Recuperándose del divorcio o de la viudez rápidamente. En cambio ve al hombre agobiado, odiando su propio cuerpo, pelado, barrigón, recorriendo empleo tras empleo sin ilusión porque “para el hombre trabajar no es ninguna aventura. No encierra ningún encanto. Es lo que ha hecho siempre. Es aquello para lo cual lo han educado. Agachar el lomo y trabajar como un burro hasta triunfar. Y si no se triunfa se es un fracasado”. “Nadie tiene la culpa de lo que pasa: vivimos tiempos más indicados para la mujer que para el hombre”.
Este tono se desarrollará en todos los capítulos: las ventajas de las que goza la mujer hoy día, según el autor, y las injusticias que se cometen contra los machos. “Todo lo que el hombre haga como hombre está prohibido, censurado socialmente o castigado por la ley”. Describe cómo poco a poco se ha ido confinando al macho al lugar de violador, opresor, violento, fascista, asesino, explotador, insensible. Menciona películas que lo único que hacen es poner al hombre en estos roles. Dedica buena parte a Prostituta, de Ken Russell, y alega que muchos hombres acuden a estas mujeres en busca de afecto, en busca de alguien que les sane el ego destrozado. Evidencia las injusticias por las que deben pasar los hombres por el simple hecho de ser hombres. En el capítulo sobre el divorcio describe que “las estadísticas indican que, en todos los países del mundo, la tenencia de los hijos se le concede, prima facie, a la mujer”. “Se presupone que el hombre, porque es macho, logrará sobreponerse a ese trauma, seguirá trabajando, aportará una mensualidad razonable a su ex mujer y a sus hijos, fundará otro hogar, alimentará a otra mujer y a otros hijos, y todo sin que se le mueva un pelo”. “Esto es lo que la sociedad machista espera del macho”. Pone el hincapié en el hombre que, decidida la separación “de mutuo acuerdo”, pasa la primera noche solo en una casa extraña, sin su compañera al lado, sin sus niños cerca, con el vacío encima. “En pocas horas el macho lo ha perdido todo”, porque mayormente es él quien debe dejar la casa.
Compara luego dos casos de asesinato a cónyuge, uno de ellos el del famoso boxeador, Carlos Monzón, que un trágico día terminó con la vida de Alicia, su pareja, quien fue arrojada por el balcón de la casa. Ella acabó muerta y Monzón preso. El otro caso es el de una masajista de burdel, detenida porque su jefe aparece degollado en un hotel alojamiento. La muchacha lo había degollado con el cuello de una botella, defendiéndose de un supuesto ataque. La diferencia es que la mujer quedó en libertad al día siguiente. ¿Por qué?, se pregunta Hanglin. Porque ella y sólo ella, sin testigos, declaró que el hombre había intentado violarla, drogarla contra su voluntad y, por último, golpearla. “Los distintos casos que nos presenta la administración de justicia nos habla de una valoración de la vida, la integridad y los derechos muy diferente, según el sujeto sea hombre o mujer”. “Estamos presenciando una caza de brujas, una desmesurada caza del macho en todas sus expresiones”. “La pareja golpeadora practica un juego peligroso. A veces él termina matándola a ella, a veces ella a él. Propone el autor iniciar alguna gestión educativa, tendiente a persuadir buenamente a hombres y mujeres de que hay modos de amar más saludables”.
Claramente, su trazo destila desazón, resentimiento, tristeza, agonía. Al igual que en La píldora roja, el autor describe que hay infinidad de comisarías para la mujer atendidas por personal especializado, pero no hay ni una comisaría especializada para hombres. “Todo el mundo espera que cualquier macho mínimo se defienda solo, empezando por el agente de turno de la comisaría”. Por eso equipara la indefensión de la mujer violada a la del hombre. “En esto sí que la sociedad es machista: no hay filósofos que se ocupen de la sintomatología machista. No hay psicólogos especializados en hombres. No hay pensadores que piensen en lo nuestro. No hay comisarías, ni tribunal, ni consultorio, ni periódico, ni programa de televisión, ni día internacional, ni asociación que valga. Primero las mujeres, segundo los gays, tercero los niños, y el hombre, que se las arregle”. “Si la ley no lo protege el hombre debe empezar a comportarse de un modo anormal. Esto equivale a dejar de conducirse como un macho”.
Y hablando de machos, en el capítulo “El neo-machismo” nos trae un cuento de los hermanos Grimm sobre un hombre velludo que vivía en el fondo de una laguna y cada vez que salía era un peligro. Entonces el rey decide meterlo en una jaula cuya llave, no por casualidad, entrega a la reina. Este monstruo no representaba otra cosa que al hombre salvaje, instintivo. “Ella tiene la potestad de liberar al hombre velludo… Ella es quien maneja los tiempos en que el instinto puede liberarse”. Luego, cuando el instinto es liberado “ya no hay regla que valga, liberarlo es vivir, y hay que vivir y gozar hasta el final”. “Ese hombre que hay en nuestro interior da miedo, y mucho más ahora que las sociedades tecnológicas han trabajado tanto para producir un hombre higiénico, lampiño, superficial y doméstico”, por no decir apático. “No necesitamos una nueva masculinidad, necesitamos la vieja virilidad, restaurada y revindicada”. “De lo contrario volverán a reprocharnos nuestra falta de hombría, nuestra semierección… la ausencia de “auténticos machos”, y las mujeres de occidente seguirán buscando el encuentro sexual con un aborigen del Amazonas para conocer a un verdadero hombre. Es decir, un hombre con olor a hombre, gestos bruscos, manos grandes y voz gruesa”.
Finalmente, nos trae a cuento algo de Julián Marías: “El filósofo ha subrayado su alarma ante la falta de energía del mundo contemporáneo. Marías señala la gran orfandad de talento que se observa hoy en la civilización occidental… Los genios que le quedan al mundo son hombres viejos, educados por generaciones anteriores… Hoy no existe el espíritu del pionero, en el sentido intelectual”. “Aquél sentimiento tan masculino… eso de buscar el peligro… puede expresarse históricamente en las vivencias de Colón, Hernán Cortés, Freud, Marx, Castro, Magno”. Alude a que como el macho, cansado, dejó el timón en manos de las mujeres, “ya no hay aventureros, no hay épica, no hay rigor, no hay esa pizca de ferocidad que enciende la llama erótica”. Y concluye Hanglin: “Lo que la humanidad necesita es un verdadero macho y no un hermafrodita. Lo que las mujeres necesitan y van a reclamar es una nueva generación de machos dotados de carácter, garra, espíritu de aventura, amor por el riesgo, fuerza física y un buen par de huevos”.
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