“Escribir en estos tiempos sobre los hombres es un acto de responsabilidad y humanidad”, prologa José Luis Sariego sobre el libro que Jiménez se anima a publicar, y continúa: “Daniel afronta, desde una perspectiva científica e histórica muy rigurosa, la evolución de la imagen social, mediática y política de los hombres e intenta explicar cómo hemos llegado hasta un momento histórico en el que la masculinidad se ha convertido en el mal de todos los males del mundo. Y lo que es más preocupante, la idea medieval y religiosa de que los hombres son los culpables del sufrimiento de las mujeres”.
Daniel Jiménez, autor de Deshumanizando al varón, se lanza así a deconstruir mitos en los que se apoyan las teorías feministas. Demuestra a lo largo de la obra con datos, estadísticas y fuentes comprobables que el discurso de género (hombre opresor, mujer oprimida) carece de argumentos reales, de estadísticas no sesgadas. Se responde cuestiones básicas tales como por qué nunca hubo una insurrección armada femenina contra el sistema que “tanto mal les provoca”; por qué existe pantagruélica disparidad de atención entre los problemas que tocan a las mujeres y a los hombres, siendo los mismos; por qué no existe un hilado de género que una los problemas exclusivamente masculinos tales como la guerra y el servicio militar… Si vivimos en un sistema que privilegia al varón ¿por qué los suicidios son en un 80% masculinos? ¿De dónde viene la idea de que el sistema fue gestado por el hombre para oprimir a la mujer? Si casi tantas mujeres como hombres opinan en Europa que el papel más importante de la mujer es ocuparse de la casa y los hijos ¿por qué llamarle “machismo” o “patriarcado”?
El libro consta de tres partes: el pasado, el presente y el futuro. La primera hace un estudio riguroso por distintas épocas, regiones y culturas. Desmenuza mitos que damos por sentado. Por ejemplo, desmiente que el sistema nazca como un capricho del hombre para dominar a la mujer y demuestra que fue creado, así como los roles de género (por hombres y mujeres), en favor del grupo, para adaptarse al entorno. La vida de la mujer era más valorada por su capacidad de dar vida, explica. Esto gesta a lo largo del tiempo mayor estatus para el varón y mayor protección para la dama, lo que implicaba también mayor responsabilidad para él y menos para ella. La mujer era tratada como un niño, no como a un esclavo. Hace especial hincapié en la diferencia entre opresión e infantilización. “Ambos estados parten de una relación desigual pero no son ni mucho menos equivalentes, aunque en la superficie puedan parecerlo: a un esclavo se le imponen limitaciones por el bien del dueño, a un niño se le imponen limitaciones por su propio bien”. El amo jamás daría su vida por el esclavo, cosa que el hombre hace: mujeres y niños primero. “Para aplicar esta protección, esperada tanto por la mujer como por la sociedad, el hombre debía contar con la autoridad necesaria para ejercerla”.
También demuestra que el matrimonio no les pesaba tanto. España del siglo XVI: “Cuando esto (el rol social del hombre, mantener y proteger) no sucedía se daban serios reclamos por parte de algunas mujeres a sus maridos, especialmente de aquellas abandonadas por sus esposos por haber emigrado estos últimos a la Nueva España”. “La mujer reclamaba el regreso de quien supuestamente la “sometía”, pese a que en casos de ausencias largas como los viajes a América las esposas podían obtener del juez una licencia general que les otorgaba plenos poderes para administrar sus bienes”. “Otro ejemplo de que el matrimonio se consideraba generalmente como un objetivo a alcanzar, y no un yugo del que librarse, lo encontramos en los últimos años de la República romana, cuando la carencia de hombres debido a las guerras hizo que mujeres libres buscaran esposos entre los esclavos”.
“Según la narrativa de género el matrimonio es una institución que beneficia al varón para explotar a la mujer, tanto en el pasado como en el presente. Sin embargo encontramos numerosos textos, desde la Sátira VI de Juvenal hasta el poema medieval De coniuge non ducenda (No tomes esposa), que recomiendan al hombre no casarse. ¿Qué podría llevar, pues, a los autores a adoptar esta postura?”. “Si bien la narrativa de género puede explicar algunas razones por las que las mujeres perseguían el matrimonio (por ejemplo la supervivencia económica), no consigue ofrecernos razones de peso para comprender por qué el hombre querría rechazar un acuerdo en el que, se nos dice, la mujer quedaba relegada a un papel similar al de una propiedad o un esclavo, y que podía justificar la violencia del marido”. “La respuesta, claro está, es que los hombres de la época no concebían el matrimonio desde esta perspectiva, como tampoco lo hacían las mujeres, puesto que esta narrativa es una creación moderna que no se ajusta a la compleja realidad del pasado”.
Da también por tierra con la mítica “desigualdad desde siempre” describiendo cómo era la sociedad del matrimonio campesino: ella unas tareas, él otras. “Susan Carol Rogers reveló que aunque los hombres detentaban la autoridad, las mujeres esgrimían el mismo o incluso mayor poder. Entre los motivos se encontraban: que las decisiones importantes para la comunidad solían ser tomadas por órganos políticos lejanos al pueblo o la aldea, limitando el poder de decisión masculino centrado en lo público; que ambos sexos realizaban tareas distintas pero complementarias, creando una interdependencia entre los esposos; que el hogar era el centro de producción y consumo para el campesinado, área dominada por la mujer. La suma de estos factores retrataba una imagen de la campesina que, lejos de estar sometida, esgrimía un poder comparable o superior al de su esposo. Teniendo en cuenta que la mayor parte de la población mundial a lo largo de la Historia ha pertenecido al campesinado, no es una conclusión que debamos desechar a la ligera cuando nos planteamos si históricamente la mujer contaba con poder”.
Las culturas anteriores a la revolución eran androcéntricas. Sí. El quid de la cuestión era mantener a los machos de la familia, clan o tribu juntos para defenderse de los posibles invasores. Por esto la que se mudaba de casa al casarse era ella y no él, y este sistema se llamó patrilocal. Y luego: “Para la familia “invertir” en la educación de una niña es como regar el jardín del vecino, cuesta dinero para que luego sea otra familia la que se beneficie… Para aquellas familias con menos recursos es mucho más eficiente invertir en la educación del varón, pues será quien se encargue de la familia en la vejez”. De acá que no se educara a las mujeres con tanta frecuencia como a los varones, lo que podría erróneamente llevar a creer que se consideraba a la mujer inferior o menos inteligente.
Ahora bien, la revolución industrial y la liberal causaron cambios que dejaron en inferioridad de condiciones, ahora sí, a las mujeres”. Ocurrió que la producción doméstica dejó de tener peso, “las revoluciones liberales otorgaron a los hombres derechos y libertades sin precedentes, incluyendo el voto, lo que les permitió ampliar su papel en la esfera pública. La mujer fue inicialmente excluida de estos avances, provocando un importante desequilibrio que debía rectificarse”. Y “la Revolución Industrial va a cambiar la relación de interdependencia económica entre los sexos que caracterizaba a las sociedades agrícolas. La entrega de un salario directamente al trabajador (en la mayoría de los casos, un hombre)”. “Estas transformaciones, y no una supuesta dominación milenaria, será lo que empuje a la mujer hacia la esfera pública, el único camino ahora disponible para restaurar el equilibrio”.
“La teoría política sobre el origen de la dominación masculina dice que ésta no fue evolucionando históricamente influenciada por una multiplicidad de factores, sino como una agresión del género masculino al femenino con la finalidad de oprimirlo y beneficiarse de ello”. Engels, por ejemplo, considera que el surgimiento de la propiedad privada condenó a la mujer. Esto se dio en el Neolítico. “El desarrollo de la ganadería, la agricultura e incluso la esclavitud enriquecieron al hombre y lo empujaron a desear que sus hijos se beneficiaran de la herencia, que hasta entonces se entregaba a los hermanos y hermanas para pasar posteriormente a los sobrinos”. Este cambio “no plantea en ningún momento que las propias mujeres pudieran haber sido partidarias del mismo por idénticas razones que los hombres: transferir las riquezas del padre a sus hijos, aunque a cambio de ofrecer garantías al hombre de que efectivamente eran suyos”. Luego “en la ley romana el gran jurista Domicio Ulpiano distinguía legalmente entre dos usos de la palabra «familia»: una con sentido de propiedad (res) que hacía referencia al patrimonio donde podrían incluirse los esclavos, y otra con sentido personal (personae) que hacía referencia a todas aquellas personas bajo la autoridad del paterfamilias: hijos, nietos e hijos adoptivos. Justamente la única persona que podía quedar excluida en esta definición de familia era la esposa”. “En el mundo romano la mujer no estaba bajo la autoridad del marido”. El autor se encarga de brindarnos evidencia de sobra.
Demuestra también con estadísticas que la violencia es perpetrada mayormente por varones, pero las víctimas también son en su mayoría varones. Esto se debería a su mayor fuerza física y a la exigencia del éxito que el mismo sistema les demanda, entre otros factores. El discurso de género no tiene en cuenta que si consideran la cantidad de crímenes y la población mundial, el 99,98 % de los hombres no ha cometido ningún crimen. ¿Es un problema de género o sólo de algunos hombres violentos? Sigue con estadísticas y datos que ponen en jaque al rol de violador que ha estigmatizado al hombre. Al parecer ellas no se quedarían atrás, si consideramos que “el Center for Control Disease (CDC) publicó en 2010 el Sondeo nacional de violencia intima en la pareja y violencia sexual, cuyos resultados arrojaron números francamente sorprendentes: un 1,1% de las mujeres había sido violada en los últimos 12 meses, en el 98% de los casos por un varón. Sin embargo, un 1,1% de los varones fue forzado a penetrar, en el 79% de los casos (esto no es considerado una violación, aunque lo es) por una mujer. Significaría que mientras un 1,08% de las mujeres fueron violadas por hombres, un 0,87% de los varones fueron violados por mujeres”.
“Francia penaliza las pruebas de paternidad privadas con hasta 15.000 euros y un año de cárcel, pruebas que realmente no importan en el caso de Japón, donde un fallo del Tribunal Supremo obliga ahora a los maridos a mantener a los hijos resultantes de la infidelidad de sus parejas. India todavía mantiene una ley contra la infidelidad conyugal que sólo penaliza a los varones. En Rusia, Bielorrusia, Tayikistán y Guatemala sólo los hombres pueden ser condenados a muerte. Los dos primeros países, junto con Albania y Azerbayán, también aplican la cadena perpetua únicamente al sexo masculino. 37 países imponen una jubilación más tardía a los hombres pese a su menor esperanza de vida, y de los 33 que todavía permiten la aplicación de castigos corporales, 19 lo relegan exclusivamente a hombres y niños varones. Por otra parte, 16 naciones africanas sólo criminalizan la homosexualidad masculina. Muchas de estas injusticias, sin embargo, no llegan a convertirse en noticia o no se difunden como las que afectan a las mujeres”. “Mientras estos hechos nunca se calificaron como problemas de género, los medios condenaban las diferencias salariales entre los multimillonarios y multimillonarias de Hollywood como evidencia de sexismo en la sociedad actual”. “La narrativa de género constituye el recurso ideológico empleado para justificar nuevas discriminaciones. Los problemas masculinos por razón de género se niegan o minimizan debido a la calidad de opresor adjudicada a los hombres… En pocas palabras: se lo merecen”.
Y el tipo sigue pero los caracteres se terminan, así que los dejo con una última y agónica parrafada: “Resulta extraño que se hable de un sistema “para beneficiar al varón” cuando se envía regularmente a los hombres a la muerte o a los trabajos forzados y constituyen la mayoría de las muertes laborales o de los sin techo, por poner algunos ejemplos señalados. Parece bastante más razonable pensar que la principal motivación de este sistema era defender y mantener el grupo (dependiendo de los casos, también enriquecerlo y/o expandirlo). Esto se haría tanto a costa de los hombres como de las mujeres, ya que en el pasado los intereses del grupo se anteponían a los individuales”. Chapó.
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