El 7 de octubre de 1571 se produjo la batalla naval de Lepanto, entre la flota Otomana y la de la Liga Santa, que terminó con la aplastante victoria de las naves que enarbolaban el pendón de la Santa Cruz.
La primera batalla fue la denominada de “los Campos Cataláunicos” (451 d.C.), en la que el general romano Aecio, al frente de una coalición de romanos, francos y godos, derrotó a las huestes de Atila, logró parar la invasión y, además, que el caudillo de los hunos abandonara Europa e iniciara el retorno a su tierra natal. La segunda fue conocida como la «batalla de Poitiers» (732), en donde Carlos Martel, al frente de los francos, logró derrotar al hasta entonces invicto ejército del califa Ab dar-Rahman, evitando que continuara con la invasión de Europa. La tercera batalla fue conocida por “Las Navas de Tolosa” (1212), en donde las tropas de la coalición de los reyes Alfonso VIII de Castilla, Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra consiguen infligir una derrota a las tropas del califa Muhammad-an-Nasir que significó el principio del fin del dominio musulmán, evitando que los planes de expansión almohades continuasen adelante. La cuarta batalla es la que se produce en el estrecho de Lepanto, que une los golfos de Patrás y de Corinto. En Lepanto luchan dos flotas que representan a dos imperios enemigos, dos formas de vida opuestas y dos religiones que llevan siglos enfrentadas en una lucha de aniquilación total.
Las naciones cristianas más ricas de Europa se cansan de los ataques que la flota turca y los piratas berberiscos, que actuaban en su nombre, efectuaban sobre sus flotas mercantes y sobre las poblaciones que habitaban sus costas en el Mediterráneo, motivo por el que deciden formar una alianza para hacer frente al poder otomano, y para este fin equipan una armada de guerra capaz de borrar a las fuerzas navales otomanas que actuaban impunes en el Mediterráneo. Esta alianza se denominó la “Liga Santa” y estaba integrada por los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova, el Ducado de Saboya y el Reino de España.
La victoria de los soldados de la Cruz de Cristo, a pesar de que algunos historiadores opinen que fue irrelevante, sirvió para cercenar las aspiraciones de conquista de los otomanos, pacificar las aguas del Mediterráneo y parar la expansión turca en el Mare Nostrum; una derrota que llevó a los turcos a la pérdida de más de doscientas naves, que fueron capaces de reemplazar en poco tiempo, pero sufrieron la pérdida de más de cuarenta mil hombres de un total de sesenta mil que formaban su ejército. Experimentados y competentes generales, capitanes, navegantes, pilotos navales, soldados… forjados en muchas batallas, a los que se tardaría mucho tiempo en volver a formar y reemplazar.
Mi intención no es tratar sobre la épica batalla, que ya está contada en multitud de libros. En el pasado mes de mayo se publicó un ensayo que describe y analiza con profundidad la batalla, cuyos autores son Carlos Canales y Miguel del Rey, titulado Gloria imperial: La jornada de Lepanto, que comenté en estas mismas páginas. El objetivo del artículo de hoy es, aprovechando el cuatrocientos cincuenta aniversario de la victoria en Lepanto, homenajear, a través de las biografías más representativas de las que se encuentran en los catálogos editoriales, al conjunto de hombres que comandaron la flota cristiana y de los que se sabe poco más que su nombre. Auténticos olvidados de este episodio histórico y que se hicieron acreedores, con su actuación en la batalla, a permanecer en la memoria colectiva por su valor e inteligencia.
Al frente de la alianza cristiana para esta batalla, Felipe II designó un estado mayor formado por un grupo de grandes soldados en el que se combinaron la juventud con la experiencia, el arrojo y la valentía con la prudencia. Este estado mayor supo plantear acertadamente la estrategia de combate y, llegado el momento de luchar, lo hicieron con arrojo y coraje.
El mando supremo como almirante de la flota recayó en don Juan de Austria. Como segundo jefe de la armada se nombró a Luis de Requesens. Al frente de las naves genovesas se puso a Alejandro Farnesio. Don Álvaro de Bazán recibió el mando de las naves que componían la división de reserva, mientras que al italiano Andrea Doria se le encargó comandar las naves que formaban el ala derecha de la armada.
Al recopilar los libros más significativos escritos sobre este conjunto de personajes históricos, me encuentro que en los últimos años hay muy pocas biografías publicadas sobre ellos. Posiblemente sea esta la razón que explica el poco conocimiento que se tiene de estos insignes soldados.
En más de cuatrocientos años, de Alejandro Farnesio, príncipe de Parma, solo hay tres libros dirigidos a los lectores españoles. El primero de Julián Rubio, el segundo de Luis Zueco y el tercero de Luis de Carlos. El más reciente, del cual entresaco datos históricos, es el de Luis de Carlos, titulado Alexander: La extraordinaria historia de Alejandro Farnesio. Este libro cuenta una detallada y rigurosa biografía del personaje que concita todas las virtudes del buen soldado. Es tal la erudición del libro de Luis de Carlos como la grandeza épica de Alexander que se merecen, tanto el libro como el personaje, un comentario en solitario.
En Alejandro Farnesio se da un árbol genealógico único. Es bisnieto, por parte de padre, del papa Paulo III, y por línea materna nieto del emperador Carlos V, sobrino de Felipe II y Juan de Austria. Su destreza con las armas, unida a su inteligencia y capacidad para hablar idiomas, le permiten, a pesar de su juventud, que don Juan lo incluya en su consejo de guerra para comandar las naves de la República de Génova. Su comportamiento en la batalla fue valiente, ayudando a la victoria, según se acredita en las notas documentales del libro:
“El príncipe de Parma combatió valientemente, abordando la galera de Mustafá Esdey, donde se guardaba el tesoro de la flota turca, saltando el primero, espada en mano, a la nave enemiga. Empuñando su espada con las dos manos, se abrió paso entre los jenízaros y tras él se precipitaron sus tropas (…). Mustafá Esdey fue muerto en combate y Scander Pachá herido y apresado. El príncipe de Parma se hizo dueño de las galeras y capturó el tesoro de la armada turca”.
El comportamiento mostrado por Alejandro Farnesio le reportó la felicitación del rey y que Lepanto sea una etapa más de su exitosa carrera militar, que culmina al ganarse el sobrenombre de “El rayo de la guerra”.
Álvaro de Bazán, al ser uno de los más grandes almirantes, cuenta con más biografías que aún permanecen en los catálogos editoriales. Sobre el marino han escrito Luis Mollá, Martín Palacios, José Cervera, Agustín Rodríguez González… Escojo la biografía escrita por Rodríguez, en 2017, que tiene por título Álvaro de Bazán: Capitán general del Mar Océano.
Rodríguez González recoge lo que Miguel de Cervantes, que luchó en Lepanto a las órdenes de don Álvaro, dice en el capítulo XXXIX de la primera parte del Quijote, titulado “Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos”. Escribe Cervantes:
… “En este viaje se tomó la galera que se llamaba La Presa, de quien era capitán un hijo de aquel famoso corsario Barbarroja. Tomóla la capitana de Nápoles, llamada La Loba, regida por aquel rayo de guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz”…
Continúa Rodríguez, haciéndose eco de lo que refieren las palabras del cronista de don Juan, Fernando de Herrera, quien afirma de Bazán:
“… que el marqués de Santa Cruz a cuyo cargo quedaba la retaguardia y socorro por la grande importancia que era de todos, y de quien fiaba el peso de toda aquella jornada, que en cual parte de la batalla convenía no dilatar el socorro, acudir en favor de los suyos con toda presteza y con cuantas galeras… ”
La misión que se le encomendó de socorrer a las naves en peligro, la cumplió con destreza. Su auxilio de las naves del ala izquierda ayudó a consolidar el triunfo final. Al socorrer a Andrea Doria y sacarlo de los apuros que pasó, evitó el desastre. Auxilió de igual manera a don Martin de Padilla y a otros, cubriendo los huecos que conseguían abrir las naves turcas. Don Álvaro obtuvo un cuantioso botín de naves, hombres y armamento turco.
De Andrea Doria no hay en la actualidad libros publicados en castellano. En la batalla, Andrea cayó en la trampa que le puso Uluch Alí, aunque consiguió rehacerse gracias a la intervención del marqués de Santa Cruz.
Del segundo al mando de la flota, Luis de Requesens, tampoco hay libros publicados en los últimos años; solo dos, agotados y descatalogados: el más antiguo, publicado en 1971 por Isidro Clopas Batlle, se titula Luis de Requesens: El gran olvidado de Lepanto. En 1984, Adro Xavier publicó Luis de Requesens en la Europa del siglo XVI.
El papel de Requesens, por voluntad del Rey, consistió en que toda decisión de calado que se tomase tenía que tener su aprobación expresa, ya que su veteranía, buen juicio y prudencia debían de servir de tutela al joven Almirante. Realizó con tal esmero y aplomo la misión encomendada que, para la Historia, es el gran olvidado de la gloria de Lepanto.
Felipe II entregó el mando de la armada a su hermanastro Juan de Austria. Como es lógico, de este protagonista, Almirante de la flota, es de quien más biografías escritas hay. Se encuentran en catálogo las obras de Bartolomé de Bennassar, José Antonio Vaca de Osma, Joaquín Javaloys, Ángel Martínez Pons y Fernando Ponce Muñoz. En el mes de mayo pasado salió la última reimpresión de la obra de Louis de Wohl El último cruzado. En este título hay una crónica minuciosa de los prolegómenos, organización y desarrollo de la campaña que finaliza en Lepanto. El autor da voz al mismo don Juan, que hace el relato de muchos de los acontecimientos de la batalla desde la perspectiva de quien los protagonizó. Es destacable la narración del abordaje que realiza la nao capitana pontificia sobre la nave capitana turca, llamada “La Sultana”, y cómo el soldado cristiano Pedro Zapata termina cortando la cabeza del almirante Alí Pachá, colocándola en una pica e izándola para que los turcos se enteraran de que su flota estaba descabezada y para que los cristianos supieran que la victoria estaba próxima. Por primera vez una derrota musulmana llevaba aparejado que el estandarte santo de La Meca cayera en manos infieles.
Hay varios heroicos capitanes a cargo de diversas secciones de la armada, como Marco Antonio de Coloma, Sebastián Veniero y Agostino Barbariego, que no han sido protagonistas de ningún volumen. Los libros aquí mencionados son complementarios, ya que cuentan el mismo suceso con la riqueza que dan las diversas perspectivas de los protagonistas.
—————————————
Autor: Luis de Carlos. Título: Alexander: La extraordinaria historia de Alejandro Farnesio. Editorial: Crítica-Planeta. Venta: Todos tus libros, Amazon.
Autor: Agustín Rodríguez González. Título: Álvaro de Bazán: Capitán general del Mar Océano. Editorial: Edaf. Venta: Todos tus libros, Amazon.
Autor: Louis de Wohl. Traductor: Manuel Morera Rubio. Título: El último cruzado: La vida de Don Juan de Austria. Editorial: Palabra. Venta: Todos tus libros, Amazon.
Qué maravilla de artículo para conocer más sobre la batalla en que Cervantes fue herido perdiendo la movilidad de su brazo izquierdo… Para tomar nota de los numerosos libros que cita y en una fecha tan señalada… Gracias Ramón!
Fabuloso recorrido por una de las batallas más fascinantes de nuestra historia en el que, además, se destacan brillantes personajes injustamente olvidados. Gracias por devolvernos su recuerdo.