El poeta Paul Valéry escribió sobre qué significa percibir en un sueño: «Cuando digo yo veo tal cosa, lo que anoto entre yo y la cosa no es una ecuación. (…) Pero en el sueño hay una ecuación. Las cosas que veo me ven tanto como yo las veo». Esa última frase que hemos destacado en cursiva nos sitúa en el funcionamiento del mundo onírico que vamos a encontrar en el Diario de sueños, el segundo volumen de las cartas reunidas de H. P. Lovecraft publicado por la editorial Aristas Martínez, que viene a complementar al anterior, Escribir contra los hombres, y aguarda por la tercera recopilación, que estará destinada a compendiar aquellas misivas donde el de Providence consagró sus ideas en torno a la política, la filosofía y la ciencia. Estamos hablando de un escritor con una frenética actividad epistolar, del que se ha llegado a estimar una producción de en torno a cien mil cartas.
En esta edición se encuentran los veintidós sueños que se conocen de Lovecraft por su correspondencia (hay una pequeña errata en la primera página: se indica que son veintiuno, aunque ese error no se arrastra en lo sucesivo) y cierra con Las fabulosas aventuras de la fraternidad KAPPA ALPHA TAU, una sección final, exenta, con las cartas cuya materia son los gatos y coloca una capa más, desconocida en el ámbito hispano, en la obra lovecraftiana. La labor realizada por Javier Calvo es encomiable, casi una práctica de edición forense, pues, sin alterar los textos originales, entresaca párrafos de procedencia diversa y los hilvana y recose, entregándonos un todo coherente y, francamente, delicioso desde el punto de vista del lector. Pongamos un ejemplo: el titulado «El sueño romano», uno de los más conseguidos en términos narrativos, se lee con total fluidez, pese a que se encuentra compuesto de fragmentos procedentes de una carta a Frank Belknap Long, que, al hallarse perdida, Calvo debe extraer de la novela El horror de las colinas, donde fue incrustada; de una segunda a Donald Wandrei; y, finalmente, de otra enviada a Bernard Austin Dwyer. Y, sin embargo, por la carretera textual se circula sin ningún bache.
Muchos de los sueños aquí contenidos fueron el núcleo seminal de algunos de sus grandes cuentos, como «El testimonio de Randolph Carter», «El innombrable» o «La llamada de Cthulhu», por lo que el oficio onírico lovecraftiano casa con la anécdota descrita por André Breton en el Primer manifiesto surrealista, en el que cuenta cómo el poeta francés Saint-Pol-Roux, cuando se disponía a dormir, colgaba un cartel en la puerta donde podía leerse: «El poeta está trabajando». De hecho, en Diario de sueños encontramos afirmaciones como esta: «Yo no puedo quedarme amodorrado ni un segundo —ni siquiera en mi sillón, ni sentado a mi escritorio— sin tener sueños tremendamente nítidos; no siempre grotescos ni fantásticos, pero invariablemente nítidos y realistas» (p. 133). Así resume Javier Calvo el método: «A partir de una imagen onírica inicial, construye una historia ‘‘racional’’ que emprende una dirección distinta» (p. 76). Tenemos, pues, sueño, pero también ensoñación, ese soñar despierto, manteniendo las imágenes en un estadio intermedio entre la vida y la muerte. ¿Pueden constituir los sueños un genuino material literario? ¿O, al menos, una mina de datos en bruto, listos para ser trabajados? Más allá de la ambivalencia que pudo mostrar nuestro autor al respecto, está claro que en su caso la respuesta es afirmativa. Estos sueños tenían en él, además, un fuerte correlato físico, ya que en muchas de las páginas de este Diario de sueños lo vemos somatizar y padecer dolores de cabeza. Si a Mahoma le bastó una noche para visitar los siete cielos, Lovecraft, poco dado a moverse de su ciudad natal, solo necesitó apoyar su cabeza en la almohada para emprender el viaje por tiempos arcaicos y mundos remotísimos.
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Autor: H. P. Lovecraft. Título: Diario de sueños (Cartas II). Traductor: Javier Calvo. Editorial: Aristas Martínez. Venta: Todos tus libros.
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