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En El Pensamiento, de César Aira

En El Pensamiento, de César Aira

En esta novela de iniciación del gran escritor argentino César Aira hay un pueblo en la Pampa que apenas tiene un par de calles y un puñado de casas, hay un niño con un padre que está comprando la aldea entera y hay un preceptor que viene de la gran ciudad para educar al narrador. Ah, y también hay una locomotora desaparecida.

En Zenda reproducimos las primeras páginas de En El Pensamiento (Random House), de César Aira.

***

Hace poco empecé a ver en la memoria imágenes nuevas, distintas de las que el recuerdo me había venido trayendo desde mi pasado más lejano. Al principio eran figuras discontinuas, no se precisaban y no podía ubicarlas. Se empezaron a fundir unas con otras, a transparentarse unas sobre otras, a borrarse en el momento justo en que estaba por reconocerlas, como si quisieran burlarme, aun cuando era yo mismo el que las proyectaba. ¿Yo había estado ahí? Podían venir de los sueños, no me extrañaría porque ya otra vez me habían engañado. Pero éstas tenían un inconfundible color de realidad, y cuando al fin las reconocí pude entender por qué me habían resultado tan extrañas. Venían de lejos, de mi primera infancia en El Pensamiento. En realidad lo único extraño era que hubieran tardado tanto en llegar. Pero había razones para la demora. Una de ellas fue que hubo un episodio que juré mantener en secreto, y aunque fue un juego de niños, debió de hacer presión sobre el relato general, donde valen lo mismo las veras y las burlas. También, sobre todo, estuvo Pringles, el teatro de mis descubrimientos e invenciones, tan importante en la creación de lo que fui que me hizo decir que allí había pasado toda mi infancia. Era cierto, pero antes estuvo El Pensamiento. ¿Cómo pude olvidarlo durante tanto tiempo? Quizás lo dejé en reserva, para cuando lo hubiera contado todo y faltara lo más importante. Pudo haber también un desaliento previo, un temor de no poder transmitir el detalle significativo, el que se pierde en la curva de la memoria. Pero a la expresión siempre la está vigilando el desaliento, es preferible seguir adelante sin atenderlo. Voy a dejar que el fantasma que se hizo cargo de mí me tome de la mano y me lleve adonde estuve en aquel entonces.

Tenía siete años, y era el último año que pasaríamos en El Pensamiento, donde había nacido y de donde no había salido. Por decisión de mi padre, en el verano nos mudaríamos a Pringles. Eso hizo que fuera un año marcado por el presentimiento y, aunque callada, la aprensión. El cambio, de un pueblo chico a una ciudad incipiente, no habría asustado a gente con más experiencia. Para nosotros era portentoso, no era un hecho más sino la suma de todos los hechos posibles en la vida de la familia. Por mi parte, me limitaba a anticipar mi obediencia, la sumisión del niño que sigue aferrado a las polleras de su mamá. Para ella no debía de ser tan fácil, aunque podría disimular sus inquietudes bajo la callada timidez, casi imperturbable, de las mujeres jóvenes de entonces. Nunca había salido de El Pensamiento, lo que sabía de Pringles era lo que oía de los que habían ido, complementado por el recuerdo de los que no habían vuelto y por los trabajos de su imaginación. Éstos seguramente superaban la realidad del Pringles de entonces, un pueblo grande, con unas pocas calles empedradas, envuelto en vientos polvorientos, pero, sí, con comercios, banco, iglesia, autos, todo lo que no había en El Pensamiento, y a ella se le antojaría superfluo, quizás abrumador. Mamá era muy joven entonces, creo que no había cumplido los veinticinco años, una cierta sumisión campesina la embellecía, una niña flor que ya era madre.

Mi padre era mucho mayor, venía de Europa, había conocido países, al llegar levantó de la nada empresas prósperas, compró campos, con el tiempo casó a sus hijas con las familias prominentes del partido y él mismo se volvió el hombre providencial del sur de la provincia, gran empleador y benefactor de la comunidad. Nunca supe por qué había elegido empezar su carrera comercial en El Pensamiento, que era como decir en medio de la nada, cuando podía haberlo hecho en una ciudad, que también se habría rendido a su empuje, y se habría ahorrado un paso. Pero debió de tener su lógica. Era de los que no hacen nada sin un buen motivo. Allí donde comenzó tenía un espacio fabuloso abierto a la aventura. En esas mullidas colinas tuvo las visiones de su futuro, y creo que son ésas las imágenes que recibo del pasado, invertidas como en una fábula. Algunas parecen dotadas de volumen, quiero estirar el brazo y tocar a los seres delicados que se presentan en líneas y superficies móviles.

Quizás lo estoy haciendo realmente, pues la sombra de mi padre llega hasta mí, y me acomodo a ella, a sus contornos tan precisos. Era un gigante, es decir, un hombre hecho a la medida de un niño. Una vez una adivina me predijo que habría dos hombres que serían importantes para mí, que mi destino se ajustaría a ellos, mi imaginación los pintó como dos siluetas enfrentadas, y el espacio entre ellas formaba una figura amenazante. Quizás eran las dos caras de mi educación, que al invertirlo todo en su ida y vuelta hicieron que resultara tan defectuosa. Como sea, con mi padre no necesito poner en marcha la máquina del recuerdo, porque él es en buena medida lo que soy, en un espejo deformante. Vuelve naturalmente, sin que lo llame, por la forma que tomó mi vida. Ésa es la diferencia con mi madre, que vuelve en imágenes, en una ensoñación cercana a la invención. Me hace dudar si es influencia de mis lecturas, o deseos desplazados, o una premonición del pasado.

(…)

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Autor: César Aira. Título: En El Pensamiento. Editorial: Random House. Venta: Todos tus libros.

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