Empecemos por el principio. Por la materia prima. Por las crónicas escritas hace cientos de años por gentes que decidieron dejar constancia de los sucesos que vivieron y que nos sirven a los historiadores para hacer nuestro trabajo. En este caso, se trata de un texto compuesto a fines del siglo X por un miembro de la corte del califa omeya de Córdoba, que ejercía como secretario y entre cuyas funciones se encontraba anotar todo cuanto ocurría en ella. De nombre Isà al-Razi, este hombre escribe en árabe y con un solemne tono oficial narra las largas audiencias que ofrece su señor, el califa al-Hakam II (961-976), las medidas políticas que toma (como, por ejemplo, decretar una bajada de impuestos), o las convocatorias de sus ejércitos y las campañas que realizan. Lo hace a veces reproduciendo cartas y decretos oficiales, pero también detallando cómo y con quién pasó el califa un domingo de campo, el clima que hacía en cada época del año, o la forma en que se acometieron las obras para la reparación del antiguo puente romano que el califa decretó se hicieran en el verano y otoño del año 971:
“Se dio comienzo a la construcción de una presa (…) cuyos materiales consistían en ramaje de jara traído de la sierra de Córdoba, encuadrado de grandes piedras y arena mezclada con arcilla (…) con objeto de desviar la corriente en aquella zona…”.
Lo primero al realizar una investigación sobre un texto así es explicarse por qué se dedicó tanto tiempo y esfuerzos para componerlo. Desde luego, Isà al-Razi no lo hizo pensando en mí —un historiador que vive más de mil años después—, lo redactó por otro motivo: tanto el califa como el resto de sus colegas en la administración necesitaban tener un registro ordenado sobre lo que acontecía en la corte. ¿Cómo se dispusieron los invitados en tal recepción? ¿En qué fecha y cómo fueron recibidos los enviados del conde Barcelona? ¿Qué tropas fueron enviadas en determinada expedición? ¿Cuándo cayeron las lluvias en el año 972? ¿Por qué y cuándo ordenó el califa pavimentar la calle de un arrabal de Córdoba? Preguntas que encontraban respuestas en los anales que escribía Isà al-Razi y que aseguraban que el estado califal contara con una memoria escrita de sus actuaciones.
También, y esto es importante, es preciso ser consciente de que yo no soy la primera persona interesada en el texto que escribió Isà al-Razi. Han sido muchos los ojos que han leído sus líneas tanto en el pasado como en el presente. Uno de los primeros fue otro cordobés llamado Ibn Hayyan, quien escribía pocas décadas después, a comienzos del siglo XI, en plena crisis del califato de Córdoba y cuya angustia vital en ese momento —era un ferviente partidario de los omeyas— le llevó a componer una gran historia de al-Andalus desde la conquista árabe del 711 hasta sus días, tratando de explicarse los motivos por los que el esplendoroso mundo retratado por Isà al-Razi estaba desmorándose ante sus ojos. Para componer esta historia, titulada al-Muqtabis y dividida en varios volúmenes, Ibn Hayyan recurrió a obras escritas por sus predecesores, entre ellas el texto que había redactado Isà al-Razi y que le proporcionaba el material necesario para componer lo que posiblemente fue el volumen séptimo de este Muqtabis dedicado a la época de al-Hakam II. Como tantos manuscritos antiguos, la suerte que corrieron los volúmenes del Muqtabis fue muy diversa: algunos desaparecieron; otros han llegado hasta nuestros días, sin que sea descartable que en el futuro pueda aparecer algún otro que ha escapado hasta ahora al radar de los investigadores que trabajan en manuscritos árabes.
Muchos años después de la muerte de Ibn Hayyan, el volumen séptimo del Muqtabis, el que recogía los anales de Isà al-Razi, fue copiado en Ceuta en 1249. De esa copia se hizo a su vez otra, que acabó en los anaqueles de una biblioteca privada situada en la ciudad de Constantina, en la actual Argelia. Allí reposó durante décadas. La humedad y las polillas se cebaron sobre sus páginas y carcomieron una parte importante de ellas, de tal forma que lo que debió de ser un grueso volumen quedó reducido a unos 130 folios, faltando, por lo tanto, una parte importante de su inicio. Estos folios fueron examinados en el año 1888 por el arabista Francisco Codera, quien había visitado esa biblioteca gracias a una ayuda del gobierno español para buscar manuscritos árabes relativos a la Edad Media hispana en el norte de África. Aunque sólo se conservaba en parte, el manuscrito de Constantina seguía teniendo un valor incalculable: el relato oficial y casi cotidiano de lo ocurrido en la corte de al-Hakam II entre los años 971 y 975. Consciente de su importancia, Codera solicitó que se hiciera una copia del manuscrito para que fuera enviada a la biblioteca de la Real Academia de la Historia, donde quedaría depositada a disposición de los investigadores. La copia fue realizada por un amanuense, llamado al-Makki b. Ali al-Fakkun, y remitida meses más tarde a Madrid. Fue una decisión providencial: poco tiempo después, la biblioteca de Constantina, que custodiaba el manuscrito original, fue malvendida y sus ejemplares quedaron desperdigados con lo que el tomo del Muqtabis desapareció sin dejar rastro. Sin la eficaz labor de Codera y de al-Fakkun habríamos perdido, tal vez para siempre, la valiosa informacion que contiene.
Tuvieron que pasar décadas hasta que, finalmente, el manuscrito árabe de la Real Academa de la Historia fue editado por un investigador iraquí, Abd al-Rahman al-Hayyi, en 1965; dos años después apareció una traducción al español del texto árabe firmada por el arabista Emilio García Gómez sin apenas aparato crítico. El episodio dio lugar a una agria polémica, pues el arabista español siempre pensó que la Academia había tratado el asunto con demasiada ligereza, pues era él quien debía haber hecho la edición del texto. En cualquier caso, la edición y traducción del texto permitieron a muchos investigadores utilizarlo, aunque nunca se había realizado hasta ahora un estudio de conjunto sobre su contenido. Hay que tener en cuenta que son centenares los personajes que se citan, decenas los cargos que ostentan, muchos los lugares que se mencionan e innumerables los pequeños y grandes sucesos que se relatan. Leer el texto redactado por Isà al-Razi es verse transportado “de golpe y porrazo” (la expresión es de García Gómez) a la Córdoba del siglo X, pero sin que se nos den muchas explicaciones de quiénes eran sus gentes, qué funciones cumplían, o la razón por las que actuaban de determinada manera, pues Isà al-Razi da por descontado que sus lectores estaban familiarizados con todo ello.
Cuando concebí el proyecto de realizar un estudio minucioso sobre el texto originariamente escrito por Isà al-Razi, pensé que sería una tarea relativamente fácil: al fin y al cabo, tener una fuente muy detallada es siempre el sueño de cualquier historiador. Craso error. El texto encerraba enormes dificultades que sólo se desvelaban cuando se analizaba minuciosamente. Había que identificar a los personajes que en él se citaban —uno de ellos el célebre Almanzor en los inicios de su carrera—, comprender el significado de los cargos que ostentaban —por el texto desfilan, en efecto, cadíes, visires, zalmedinas, zabazortas, zabazoques y un largo etcétera de puestos de la administración califal— o desentrañar cuáles eran los distintos cuerpos del ejército omeya que el cronista enumera con enorme precisión, por poner sólo algunos ejemplos. Había, pues, que establecer conexiones con otras fuentes, reconstruir linajes, clarificar la compleja maquinaria del estado califal y, sobre todo, entender la lógica de su funcionamiento con objeto de explicar cosas como la corrupción que el mismo texto señala que empañaba las actuaciones de algunos de estos funcionarios.
Con todo, había otra dificultad que cada vez se me hizo más evidente. Isà al-Razi escribía un texto oficial, pero detrás de su retórica solemne es posible adivinar tensiones y conflictos latentes, que configuraban la realidad política y social muy compleja, oculta bajo el discurso oficial, que ofrecía claves para entender por qué el gran edificio construido por los califas omeyas se desmoronó poco tiempo después. Y es que hacer una interpretación histórica no implica una mera repetición de lo que dicen las crónicas. Es preciso explicar lo que dicen, por qué lo dicen, cómo lo dicen, e incluso atisbar aquello que no dicen. Afirmar esto, sin embargo, es algo más fácil que hacerlo. Una de las cosas más asombrosas que revela el texto de Isà al-Razi es el increíble refinamiento político e intelectual de las personas que poblaban la corte omeya. Detrás de cada verso de los poetas de la corte se esconden elaboradas alusiones eruditas, las cartas del califa están repletas de citas del Corán que hacen referencia a sutiles consideraciones teológicas que tenían relevancia política, mientras que el orden en el que se recibía a las embajadas de condes y reyes cristianos respondía siempre a una clara intencionalidad. En cada detalle, en cada persona, en cada objeto o en cada suceso ha sido siempre posible descubrir extensas y, a veces, complejas implicaciones de toda índole. Por mucho que uno esté familiarizado con su sociedad y cultura, la extraordinaria viveza y capacidad intelectual de los andalusíes es algo que no deja nunca de sorprender.
Afortunadamente, muchas de las claves que encierra un texto tan denso pueden ser comprendidas gracias a la gran tradición de estudios arabistas dentro y fuera de nuestro país. Especialmente, las tres últimas décadas han sido para los estudios sobre al-Andalus una época dorada en la que muchos y muy reputados investigadores han trabajado sobre el formidable legado dejado por el califato omeya de Córdoba: se han estudiado con gran detalle textos no sólo cronísticos, sino también tratados de derecho, de agronomía, de medicina o astrología de ese mismo período; se han sistematizado y comprendido cada vez mejor las “cadenas de conocimiento” que permitieron la creación de una clase de gentes, los llamados ulemas, que destacaron en alguna rama de los saberes musulmanes; se ha leído la epigrafía, se han estudiado las monedas, se ha desmenuzado la lengua, conocemos cada vez mejor las telas cerámicas y objetos suntuarios que adornaban las estancias de la corte, y son muchos, en fin, los trabajos que permiten entender mejor las oscuras referencias que pueblan los panegíricos de los poetas. He podido enriquecer así la investigación sobre los anales de Isà al-Razi incorporando otras piezas del majestuoso mosaico que compone la sociedad califal de época omeya y que se detallan en las notas que acompañan al texto y en la extensa bibliografía que he incorporado.
Por último, una de las razones que me hicieron zambullirme en estos cuatro años del califato fue la posibilidad de “ver” y “tocar” los escenarios en los que transcurría la vida del califa y su corte hace más de mil años. Uno de ellos es la ciudad palatina de Madinat al-Zahra, creada por los califas a cinco kilómetros al oeste de Córdoba, recientemente declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, y en donde la investigación arqueológica ha sacado a la luz una parte importante de los restos del alcázar. Dentro de sus salones tuvieron lugar muchas recepciones y audiencias de al-Hakam II, descritas con sumo detalle por Isà al-Razi, y que pueden ser identificados con los restos hoy visibles, hasta el extremo de que es posible situarnos en los lugares exactos que atravesaban las comitivas o en los que recibía el califa. Igualmente, la Córdoba actual preserva emplazamientos como la gran mezquita o el alcázar de los omeyas, así como algunas de sus calles, plazas y otras mezquitas que se diseminaban en sus barrios. Además, los trabajos arqueológicos de los últimos años han sacado a la luz los impresionantes arrabales que rodeaban el núcleo de la ciudad y que configuraban la topografía urbana en la que paseaban y vivían las gentes del califa.
La investigación sobre la corte del califa al-Hakam II ha sido un trabajo extenuante, pero también fascinante. Muy pocas veces los historiadores que trabajamos sobre la Edad Media más temprana podemos acercarnos a un entorno social y político armados con la profusión de datos con los que contamos para comprender los cuatro años que se recogen en el manuscrito de Isà al-Razi e Ibn Hayyan. Gracias a estos datos podemos entender una sociedad y una corte muy alejadas de nosotros no sólo temporal, sino también culturalmente. Hacer inteligible esa sociedad al lector de nuestros días ha sido, en última instancia, el principal objetivo de todo ese trabajo.
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Autor: Eduardo Manzano Moreno. Título: La corte del califa: Cuatro años en la Córdoba de los califas omeyas. Editorial: Crítica. Venta: Amazon
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