Vaya por delante que no soy un experto en la obra de Francisco Ibáñez, aunque sí lo he leído y lo he disfrutado mucho, sobre todo cuando era niño. Ahora, volviendo a sus historietas, es increíble, siento cómo vuelvo al niño que fui, al momento en que las leía. Supongo que eso les ocurrirá a muchos. Quizá por eso también esté escribiendo este artículo.
Las redes sociales, Facebook, Twitter… supongo que todas, se han visto inundadas de condolencias hacia Ibáñez, homenajes, recuerdos… Este texto forma parte de todo ello, y está escrito desde el corazón, más todavía desde el agradecimiento.
Fui un niño muy lector. Ahora que releo libros que leía en esa etapa me doy cuenta de que casi leía todo lo que caía en mis manos. Ayer y hoy he vuelto a libros, a cómics, no sólo de Mortadelo y Filemón, también Pepe Gotera y Otilio, el Botones Sacarino, etc. y, ya digo, no sólo recuerdo sus historias, incluso pequeños detalles, también recuerdo las circunstancias que rodearon esas lecturas, es decir, nada menos que una infancia, toda una infancia, LA INFANCIA, la mía y, no me cuesta nada imaginarlo, la de muchos otros, gente que yo no conozco, pero personas que considero mis amigos y compañeros, porque todos hemos disfrutado de las creaciones de Ibáñez.
Por supuesto crecí, qué le vamos a hacer. Dejé, por lo general, de leer los tebeos de Ibáñez. Pasé a otro tipo de libros, otros autores que también se hicieron entrañables para mí: Delibes, Cela, Julio Verne, Stevenson, Rafael Sabatini, Anthony Hope… y muchos otros. Disfrutaba tanto con los libros que estudié Filología, que en el fondo es una carrera sobre libros; también quise ser escritor y escribí mis propios libros. Y en ello estoy.
Pero estos Súper Humor que tengo aquí al lado, bien cerca, o las historias de Mortadelo y Filemón endeblemente encuadernadas, pero que sin embargo han resistido valientemente el paso del tiempo hasta llegar hasta hoy, me recuerdan el que fui, y mucho más importante, me recuerdan el que soy, el que puedo ser. Me despiertan. En cada rincón de estos libros hay una sonrisa, el rastro de una diversión, un instante robado, quizá, al estudio, o a cualquier otra ocupación infantil. A otro tipo de juego, porque para mí leer era jugar, y lo sigue siendo.
En alguna foto de esta época se me ve con una con un Súper Humor en la mano; puede ser de Mortadelo y Filemón o, quizá, de otros personajes, pues disfrutaba mucho también con Súper López, Benito Boniato e incluso con otro que leí menos, como Anacleto Agente Secreto o unos investigadores que también me gustaban mucho pero cuyo nombre he olvidado, cuya imagen sin embargo mantengo nítida en la mente. Todos fueron importantes para mí, y lo siguen siendo. Ahora pienso, de hecho, qué importante es crear el lector en la persona, porque una vez creado el lector esa persona lo querrá leer todo, aprender de todo, aprovecharlo todo. Y compartirlo de alguna manera con los demás. Hablando, escribiendo, enseñando… Ahora pienso también que tal vez hay personas que nacen ya lectores y que luego se forman y se desarrollan. No lo sé, es posible.
La imagen de Francisco Ibáñez, que hizo y formó tantos lectores, hoy se me aparece entrañable. Hoy y ayer, siempre. Al releer sus historias reflexiono sobre lo bien que dibujaba, con qué estilo y soltura, con qué gracia, y el inmenso trabajador que era.
Quizá nos haya dejado… esto es difícil de interpretar. Nos ha dejado en verdad sus obras, sus creaciones, sus personajes, sus historias, para que las disfrutemos por siempre, para que no dejemos de sonreír, de regocijarnos, para que nuestra alma, la infantil y la adulta —que también es maravillosa, diferente, siendo la misma— no deje de enriquecerse, de alcanzar un cierto tipo de inmortalidad con él mismo, con nuestro querido Ibáñez, con su pluma, con sus personajes, con lo que fuimos y con lo que seremos. Por todo ello este escrito, como decía antes, nace del corazón pero, quizá más si cabe, del agradecimiento, de una hermosa y perenne complicidad.
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