Paso Chico existe en esta novela, pero no sé si existe en el Uruguay.
La principal diferencia con Paso Chico es su anarquía, porque lo que domina el relato son los ciclos, las estaciones, el río continuo, los perros que aúllan y amenazan con su presencia a los que pasan, o a los que llegan, como a Recio, pibe que aparece en el pueblo y es recibido como es costumbre: con una tremenda paliza de otros jóvenes, barbarie sostenida, silencio de lodo, todo se lo come el calor y el río, nada es igual, todo fluye y pronto olvidan.
El rito de paso de Marga, la gurisa yute, desde pequeña ya maldita arrastrando su mala suerte, la violencia en el paso a su juventud, los encuentros sexuales con Recio, el nacimiento del deseo como algo corporal y la inexorable violencia del acto mientras todo rueda sin demorarse. Habitantes de La Paraíso, el bar local donde, de vez en cuando, se celebran orgías espontáneas respondiendo al aguardiente y al escabio, poco más tienen que hacer, solo la pesca, todo lo da el río y todo lo quita.
Además de estas referencias entre Yoknapatawpha y Santa María de Onetti, la prosa efectiva de Ladra nos adentra en el ambiente de la tierra profunda, donde los personajes juegan los papeles que les han tocado desempeñar, cautivos de un destino salvaje del que no pueden escapar, la atmósfera es opresiva, del río a La Paraíso, y, una vez al día, la telenovela. Se entremezcla Pasión de gavilanes y el relato principal, los mezcla la autora en la trama como si fuesen personajes de Carnada, ante el brillo de los personajes televisivos, el contraste en tono sepia de Paso Chico, donde la vida duele de veras, los golpes te hacen sangrar y el amor no huele a celuloide, no está preparado como en esos set de rodaje. Lo visto en la tele es el reflejo al que Marga quiere parecerse.
Llega el circo y Marga quiere entrar, y aprende que todo en la vida cuesta. A veces una caricia, otras es un truco, pero siempre pierde, en la vida de Marga siempre se pierde algo, en un viaje inexorable a una adultez casi tan frágil como la adolescencia acribillada por el sol de Paso Chico. Aunque le ponga nombre al tigre, aunque la gente se muere a tu alrededor, siempre hay algo que se va perdiendo sin descanso.
La novela de Ladra es un debut excelente en una nueva literatura antigua, la rioplatense, de la que forma parte Ladra por méritos propios junto a aquellos buenos precedentes de Onetti, Levrero, Armonía Somers, La mujer desnuda también trata sobre una mujer que levanta las más bajas pasiones de quien la contempla, y una escena similar ocurre en La Paraíso durante Carnada. Y todo se mezcla en esa noche única del relato.
Todo además está pespunteado del habla uruguaya, el yute, el escabio, los gurís, las gurisas, a los corcovos, que embellecen el relato en cada página. Ensanchando este lenguaje que nos une en una distancia sólida.
“Se acostumbró tanto al trabajo que, por más que nunca quedó embarazada, dos por tres, las tetas le chorreaban leche durante días, lo que sirvió para alimentar no solo a Marga cuando perdió la madre, sino a unos cuantos gurisitos más que, a falta de sangre de su sangre, se prendían al pecho extraño de Olga”.
O cuando relata:
“Paso Chico fue un pozo mal drenado que se llenaba con cualquier chaparroncito y cualquier lluvia suelta, que era tierra de nadie, más barro que otra cosa, más charco que pueblo y que eso, eso mismo, fue lo que le gustó a Godoy y a los pescadores que andaban con él […]
Un pueblo que procede de las crecidas del río, un pueblo que fluctúa y en el que todo está siempre haciéndose, casi desapareciendo, como sus habitantes fugitivos “nada de permisos, solo la ley del que llega, elige el lugar y construye, así llegaron los hombres solos”.
Pero el río siempre quiere recuperar su lugar, y vuelve, como la vida una y otra vez hasta que el tiempo se disuelve en la vida y en el agua, esas tres cosas son ya lo mismo en Carnada.
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Autora: Eugenia Ladra. Título: Carnada. Editorial: Tránsito. Venta: Todos tus libros.
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