Quince años después de cerrar una trilogía, La guerra de las brujas, que vendió más de un millón de ejemplares, se publicó en 27 países y se tradujo a 29 lenguas, Maite Carranza publica la precuela de aquella historia. En La loba gris, la autora introduce a los jóvenes lectores, y sobre todo a las jóvenes lectoras, en un universo en el que las brujas rebeldes dominan el mundo.
En este making of, Maite Carranza cuenta los motivos por los que ha escrito La loba gris (Edebé), precuela de la saga La guerra de las brujas.
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Una precuela puede ser un buen final
Siempre digo que un final es un final. Esa era mi principal objeción a escribir un nuevo volumen de mi trilogía fantástica La guerra de las brujas (EDEBÉ 2005/2007). Sin embargo, y tras quince años de darle vueltas, me decidí a probar en la dirección opuesta, o sea, remontándome a los orígenes de la saga y atreviéndome con una precuela. Muchos lectores (mejor dicho, lectoras) me habían preguntado acerca de Deméter, la matriarca y abuela de Anaíd, que en el primer volumen aparece muerta. Su interés era lógico, Deméter, un personaje apenas esbozado, es el origen de esa saga femenina intergeneracional que aparece referenciado con respeto, admiración y miedo en los tres libros. ¿Quién es Deméter? Me pregunté. ¿Cuál es la causa de su seriedad, de su compromiso, de su entereza…? No hay nada más atractivo que la curiosidad y en ese momento escribir sobre Deméter me pareció fascinante. Reconstruir la vida, las razones y los motivos de una muerta cuya voz acompaña a los vivos y cuya leyenda ensombrece el presente. Y todo eso sin modificar ni una coma el futuro y estando obligada a encajar, como en un puzle, los detalles esparcidos al azar sobre ese tiempo pretérito y vago. Un reto.
Viajar a través de los mapas en la pandemia
Aunque parezca un chiste, durante el verano de 2020 viajé hasta los confines de las Cícladas desde el pirineo catalán. Con la ayuda de mapas, Internet y una buena dosis de imaginación me lancé a describir un mundo que no había pisado antes. La pandemia, como la censura franquista, dio alas a la imaginación y desde mi refugio pirenaico de Escaló, tras largos meses de reclusión y sin posibilidades de viajar, concebí la infancia y juventud de Deméter en un lugar tan remoto como hermoso. Puesto que quería que el personaje, la matriarca Tsinoulis, rezumara mediterraneidad, me transporté al Egeo y escogí la isla más lejana del archipiélago: Amorgos. Cerré los ojos y soñé con el confín de las Cícladas. Fue fácil, ya estoy acostumbrada a pasear a través de los sueños. Borges negó una beca a un escritor en ciernes que pretendía una estancia inspiradora en Nueva York con un argumento tajante e injusto: si era incapaz de inventar una ciudad no merecía ser llamado escritor.
Pisar, oler, tocar, preguntar
Y a pesar de Borges y sus sentencias me quedé con las ganas de conocer Amorgos. La novela, diseñada argumentalmente en el verano del 2020, necesitaba ser escrita bajo una atmósfera propia. Quería que La loba gris, cuyo título e historia tenía claro, respirara salitre y estuviese impregnada de luz mediterránea, y para ello me faltaba información de primera mano. Tenía que pisar la isla y dejarme llevar por las emociones. Comenzaría a escribir tras el viaje, me prometí. Probablemente fuera una excusa, pero me sirvió para organizar mi calendario de escritura. Eso siempre ayuda, el orden, la organización, la planificación. Una novela es un largo trayecto y como escritora debo programar las etapas. La primera de todas, ese viaje, me apetecía un montón y era un buen incentivo para iniciar la aventura. Quería desembarcar con mi maleta en el pintoresco puerto de Katapola, visitar el monasterio de Jozoviotissa, excavado en la roca, alojarme en su capital Chora, con sus casas blancas repletas de flores, y dejarme acariciar por el meltemi, el viento maldito. Y así lo hice. Sola y ligera de equipaje. Una semana intensa de experiencias con mucho tiempo para observar, pensar y anotar en mi libreta. Las fotografías que hice me devuelven una Maite intrépida explorando una isla agreste, pura, anclada en un tiempo ambiguo. Me enamoró la belleza de sus pueblos y sus costas y el vértigo de sus carreteras empinadas con precipicios a lado y lado, su luz, esa luz cegadora, y el croma infinito de azules, y los aromas intensos y la magia, mucha magia. Viajar sola es algo que hago poco a menudo y que nunca olvido. Todo es denso, compacto, rotundo, y hasta la música de las voces ajenas suena diferente. No me hice trampas al solitario y comencé la escritura en la isla. La fuerza de mi personaje arraigado a la naturaleza me arrastró enseguida y, sin demasiado esfuerzo, cumplí el trato conmigo misma.
Un menisco roto puede ser una oportunidad
Siempre me he lamentado de gozar de excelente salud. De niña envidiaba a los escritores enfermizos que aprovechaban sus largas convalecencias en cama para escribir. Pues bien, Amorgos me regaló un menisco roto. Fue poco heroico y bastante chapucero. Me lo rompí mientras dormía en el ferry del trayecto de Amorgos al Pireo por culpa de una postura imposible, encajonada en un sofá. Al despertar tenía la rodilla hinchada y la pierna dolorida. Aunque en un primer momento creí que había sido un mal gesto luego vino la inmovilidad, la operación y la posibilidad de prolongar la escritura más allá del verano. Un regalo agridulce, pero una oportunidad para rematar la faena.
La loba gris nació de mis contradicciones, mis curiosidades, mis sueños, mis deseos y mi dolor.
La magia de la escritura.
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Autora: Maite Carranza. Título: La loba gris. Editorial: Edebé. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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