No soy yo desde ayer si es que ayer fue ayer. Cuándo caeré cascada abajo, cuándo me lastimaré contra una roca, un árbol ambulante o sólo contra el estrépito del agua, el estruendo de la espuma enroscada en sí misma, sierpe de escamas de plata, apoteósica, exultante en su nada, y luego el silencio, un silencio blanco de hospital, los ojos en el techo de aspas, en una habitación con ventanas francas, silencio entre el silencio, condenado a no poder huir, un recuerdo lívido y gravitando entre las paredes de mi cerebro o de esta celda de nieve, “no me abandonéis, no me abandonéis”, el eco aún flotando en la noche, pasillo adelante y escaleras arriba, sin poder mirar ya atrás, llevado como un pelele por dos enfermeros, pataleando en el aire, los gritos apagándose en la ardiente oscuridad hasta que la aguja amanse al demonio.
No hablar no escuchar sólo permanecer en el caparazón de ese duermevela algodonoso y elástico donde se confunde pasado y futuro en un presente sin dimensiones quizá líquido tal vez inmerso en una corriente que aguas abajo nos devuelven al origen como un carrusel del tiempo, no sabemos si avanza o retrocede tal vez hayamos perdido toda coordenada en ese letargo de un océano traspasado por un oblicuo haz de luz, vaivén caprichoso y boca abajo, no sabemos si con los ojos abiertos o eso creemos y si estamos inmersos en un sueño, un eco del que no sabemos si queremos o si podemos escapar (y hacia dónde, todo es un enorme desierto en calma).
Las palmas de las manos hacia arriba esperando la caída de una gota de agua o una lágrima, el roce de lo que los demás sienten fuera del edificio, un airecillo que alivie esta tarde suspendida entre el origen y la noche sideral donde has de permanecer sin gravedad mientras conserves algo parecido a la memoria, un diapasón que se mantiene en la infinita oscuridad abandonada por todo color, traspasada por un frío de acero, una eternidad blanca y blanda.
Suspendido en lo que recuerdas parecido al aire, absorto en la blancura de la ingravidez, laxo e inerte, podría decirse que has asistido a tu propia muerte desde la otra orilla y has querido regresar donde creíste permanecía viva la llama de la vida pero te has ahogado y desciendes y emerges, vuelves a descender y vuelves a surgir en un viaje sin rumbo, condenado a vagar en la hueca noche sin estrellas, sin faro, sin nadie que pueda escuchar tu gesto mudo.
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