Confieso mi debilidad por seguir al día las nuevas voces literarias. Suele ser un ejercicio no demasiado gratificante. Normalmente uno encuentra obras que participan de los criterios dominantes en cada momento. Pueden ser, y lo son con frecuencia, trabajos correctos, y aun bastante meritorios, de cuando en cuando, pero rara vez traen el destello de una voz distinta, el fulgor de una creación fresca y novedosa, sin que este término suponga el tentador tributo a un vanguardismo rupturista más o menos estrafalario. Recuerdo, sin hurgar en la memoria y por evocar solo un par de casos, la impresión que me causaron lustros atrás las respectivas novelas de los desconocidos Eduardo Mendoza y Luis Landero, La verdad sobre el caso Savolta y Juegos de la edad tardía. Ahora, y sin establecer comparaciones, hacía tiempo que un escritor no me proporcionaba la gratificante sensación de estar ante alguien con una personalidad tan marcada, con una escritura tan libre y atractiva como la que manifiesta la joven lucense Alba Carballal en Tres maneras de inducir un coma.
La novela de Carballal es, dicho en pocas palabras, un disparate. Tanto por lo menos como el sector de invenciones locuelas del consagrado Mendoza, a quien su creativa discípula rinde homenaje, por cierto, dando el nombre del catalán al coprotagonista de la historia. La historia comienza con un cuarentón sin oficio ni beneficio, Federico, que pone un anuncio para buscar trabajo a pesar de declararse «un completo inútil». En esta ocasión la Fortuna ayuda a quien no la desea, y encuentra ocupación. Lo contrata la transexual lesbiana Natalia para que espíe a su padre, Joaquín Mendoza, un ricachón lascivo que abominó de ella cuando todavía era él, Eduardo, antes del cambio de sexo… Nati sospecha que su padre quiere desheredarla, y con la encomienda de averiguarlo ficha a Fede.
El encargo detectivesco, bastante simple, se complica, sin embargo, y el espionaje de medio pelo da lugar a una maraña de líos. El padre y Fede se hacen íntimos. Fede se ve atraído por su empleadora. Loli, amante de Natalia, la traiciona. Natalia, fallido el intento de evitar que su padre la desherede, concibe un plan B sangriento. Por otro lado, el ámbito de la trama se amplía. A la madre del chico, absorbida todo el día por la caja tonta, se le despierta la codicia. Susana, prostituta de noche y «despampanante socorrista» por el día en un polideportivo municipal, le abre los ojos a la realidad a Fede.
Carballal monta un original artefacto a base de jugar con desenvoltura con formas narrativas y teatrales: el relato de intriga, la novela criminal, el monólogo de autorreproche, la comedia de enredo, el melodrama y el absurdo. La división de la trama en secuencias apunta a una ideación cinematográfica, y los rótulos de estas segmentaciones remiten a la picaresca y a los enunciados clásicos (la primera, por ejemplo, dice: «De cómo Federico conoció a Natalia, y de las cosas que ella le contó»; y por este estilo rezan las demás). Y la estupidización ante la caja tonta de la madre da lugar a unas inteligentes escenas paródicas interpoladas que mimetizan los programas televisivos de videntes.
El agudo y eficaz recurso a una miscelánea incongruente de géneros viene a ser la correspondencia a nivel formal de la realidad incoherente representada. Es un acierto compositivo muy notable. La historia está impregnada de un minutísimo costumbrismo madrileño (calles y locales de Chueca, Malasaña, Chamberí, Tetuán, Serrano…) avalado por un explícita referencia galdosiana. Sin embargo, el marco neogaldosiano acoge sucesos al límite del absurdo que tienen el alcance de una metáfora del mundo actual. Así, las dislocadas peripecias se recrean con una estructura dislocada.
La narración avanza, por otro lado, peraltada por un magnífico humorismo, tanto verbal como de situaciones. Una muestra más de la escritura diligente de Carballal, que manifiesta en todo momento un trabajo puntilloso. Incluso un punto excesivo. La autora maneja con plasticidad y eficacia los registros coloquiales, las voces malsonantes y el decir encanallado, en expresivo desajuste con el habla culta. La búsqueda la lleva, sin embargo, algo demasiado lejos. Los monólogos en segunda persona de Natalia tienen un papel funcional, permiten conocer las trampas mentales de la chica y facilitan que la acción avance; es decir, son una buena idea, pero también resultan en exceso reiterativos, hechos como sobre una plantilla a la que la autora le ha cogido el gusto.
El desenfado burlesco proporciona una lectura muy grata y entretenida. Tres maneras de inducir un coma asegura el placer de la aventura. La parodia suscita la sonrisa. Pero la novela no se limita a estos cometidos, por otra parte dignos. Trasmite una imagen de la vida contemporánea bastante desconsoladora. Un rosario de engaños, incoherencias, egoísmos, materialismo duro e ideales frustrados. Sentimientos equivocados. Ilusiones falsas. Relaciones humanas sórdidas. Un moralista de antaño habría hecho un alegato malhumorado a partir de esta materia. Alba Carballal galvaniza el amargo desorden del mundo con un baño de humor.
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Autora: Alba Carballal. Título: Tres maneras de inducir un coma. Editorial: Seix Barral. Venta: Amazon y FNAC
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