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Enric González: una fascinación

Enric González: una fascinación

Enric González es uno de los grandes corresponsales españoles de todos los tiempos. Por su gran capacidad para escribir de cualquier tema —y con excelente resultado—, por las ciudades en las que ha ejercido —Londres, París, Nueva York, Washington, Roma, Jerusalén y Buenos Aires— y también por el medio de referencia en el que ha trabajado en dos etapas: El País.

El periodista jamás pensó en convertirse en articulista. Eso llegó tras varias décadas ejerciendo el periodismo con la brillantez de los grandes y siempre gerundio: desde abajo, haciendo información de carril, sabiendo lo que es editar teletipos y meter el texto en página; leyendo a maestros hasta convertirse él mismo, sin quererlo, en un Maestro en mayúscula y cubriendo conflictos y pisando moqueta y barro según la cobertura lo necesitara.

"La pasada semana, en las I Jornadas de Periodismo organizadas por Txema Martín en el Centro Cultural La Malagueta, recorrió su vida con la elegancia impertérrita de su abundante cabello plateado y americana azul marino"

El reportero está a punto de jubilarse y está lleno de gozo. No porque se vaya a retirar de la escritura periodística —seguirá ejerciendo— sino porque podrá disfrutar del viaje que comenzó en la década de los setenta en Barcelona. Y quién sabe si volverá a vivir en el extranjero y llegarán más crónicas. Porque, como él mismo escribió, le gustan las novedades y es casi inmune a la nostalgia.

La pasada semana, en las I Jornadas de Periodismo organizadas por Txema Martín en el Centro Cultural La Malagueta, recorrió su vida con la elegancia impertérrita de su abundante cabello plateado y americana azul marino. También con una fluida narración, propia de los que están especialmente dotados para escribir y contar historias.

Enric González, lúcido cazador de la ironía y con gran disposición a expresar la incredulidad y la capacidad de sorpresa, ha escrito obras memorables. Hay una que la escribió en estado de gracia. Se trata de Historias de Roma. “No es muy bueno, pero las dos primeras páginas quedaron muy bien”, dijo en La Malagueta. Pero no es así. Todo el libro es una oportuna reflexión y disparate sobre el universo romano, sobre la sublime cotidianidad de la urbe que hipnotiza en un país “sin verdad” y donde “lo hermoso es bueno y lo feo es malo”.

En casa, es decir, en Palazzo Massimo, teníamos capilla. Y campanario. Eso me impresionaba. Me hacía sentir importante, como un cardenal o un torero. Cada 16 de marzo sonaban las campanas para conmemorar un milagro ocurrido tiempo atrás en el palacio. El de Palazzo Massimo, conviene subrayarlo de antemano, fue un milagro extraordinariamente sutil.

Reconocido claustrofóbico, como enviado especial al Festival de Venecia intentaba siempre situarse en la sala de cine en una fila lo más cerca posible de la salida. También porque necesitaba fumar, un vicio que sigue necesitando para rematar sus columnas en Eldiario.es, Ara, Alternativas Económicas y entrevistas en Relevo. Cuando le llegó la oferta para ser el crítico cinematográfico de El País, casi dijo que eso era un disparate. La dirección siguió insistiendo y llegaron los dos años en los que fue columnista del periódico enmarcado en la sección de televisión.

Así lo explica en Memorias líquidas:

Me vi sometido a un régimen de trabajo relativamente agobiante. Para mí, más dado a la contemplación que a la productividad, muy agobiante. Algunos días la columna salía con facilidad; en otros suponía una angustia casi agónica.

(…)

Escribir columnillas a ritmo industrial exige leer mucha prensa para buscar temas de actualidad, ver mucha televisión (aunque algunos no lo notaran, en las columnas de televisión hablaba a veces de televisión) y conversar con mucha gente.

Antes habían aparecido las Historias del Calcio, columnas encargadas por Santiago Segurola y que publicaba cada lunes en la sección de Deportes de El País entre 2003 y 2007. La excusa es el fútbol italiano. Lo importante es hablar de Italia, de personajes. Conseguir una historia atractiva. Aquí el arranque de «A la Juve le pierden el respeto» (16 de febrero de 2004):

Toda Roma, incluida aquella ajena al fútbol y aquella que tifa Lazio, conoce la secuencia. Toda Italia, en realidad. Sólo ha hecho falta una semana para que los tres gestos se convirtieran en tradición. Primero, el índice vertical se acerca a los labios. Segundo, cuatro dedos alzados se agitan suavemente. Tercero, puro romanesco, los dedos juntos con la palma hacia abajo se acercan a la sotabarba y la mano se mueve poco a poco en sentido horizontal. Traducción: silencio, son cuatro goles y a casa. Qué mal le sentó a la Juventus el triple gesto de Francesco Totti, y cuántas quejas durante la semana del 4-0.

Las columnas de Enric nunca están basadas en apriorismos. Lo mejor que se puede decir de un columnista es que se no sabe qué opinión tendrá de un tema. También que su artículo estará trabajado y lo escribirá al borde del pánico, apurando la entrega al límite del cierre. Un poco con la urgencia de este Omoshiroi para Zenda que envío el jueves por la tarde, más tarde de lo habitual, porque podría seguir escribiendo un sinfín sobre Enric, porque Enric es reporterismo, corresponsalías, coberturas, ciudades. Todo lo que me apasiona. Las historias de Enric González. Una fascinación.

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