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Enrique Lavigne: «Estamos en uno de los mejores momentos de contenido cultural de la Historia»

Enrique Lavigne: «Estamos en uno de los mejores momentos de contenido cultural de la Historia»

A Enrique López Lavigne (Madrid, 1967) le pirra el western desde que era niño chico y hacía películas de Súper 8 con sus figuritas de indios y de vaqueros. Se licenció en Derecho, curró de abogado, se identificó con el protagonista de Ampliación del campo de batalla de Houellebecq y, en un momento determinado, se sumergió en el mundo que le entusiasmaba: el de la cinematografía. Pasó por Sogecable, fundó Apache Films y, posteriormente, junto a Pablo Cruz y Diego Suárez, El Estudio; ha producido decenas de pelotazos cinematográficos, entre los que se cuentan Lo imposible, Un monstruo viene a verme, La llamada, Verónica o la recientísima Voy a pasármelo bien; es miembro de la Academia de Artes Cinematográficas de España y de la Academy of Motion Pictures and Arts —la de los Oscar, vaya—, y ha colaborado en medios. “Es lo más rock&roll que hay en el cine español”, me dice de él Enrique Bunbury. Teniendo en cuenta que coescribió y codirigió El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo, cualquiera contradice al artista y poeta zaragozano.

Conversamos con Lavigne en el Club Matador:

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—Señor Lavigne, ¿están generando las plataformas una nueva globalización cultural?

"La casa de papel ha traspasado las fronteras de nuestra cultura y de nuestro idioma"

—Las plataformas globales, como Netflix o Amazon, han permitido unificar las culturas. Han permitido que una serie o una película española, argentina o mexicana se vea en 200 territorios. Hace cinco años, vimos cómo La casa de papel, que no había cosechado el éxito esperado en el canal que la emitía en España, de repente, en la plataforma tenía un éxito que desbordaba todo tipo de expectativas. La casa de papel ha traspasado las fronteras de nuestra cultura y de nuestro idioma: en territorios en los que nunca habíamos estado presentes, como en la India, una serie española ha dejado de ser una serie más.

—Se ha convertido en algo popular.

—En cultura popular. La primera vez que entré en contacto con esa realidad fue hace cinco o seis años con Verónica, la película de Paco Plaza. Como bien sabes, está inspirada en unos hechos que sucedieron en Vallecas. Y eso que, aparentemente, no era más que local, se convirtió en algo más. Nos dimos cuenta cuando vimos un tuit de The Rock (Dwayne Johnson), el actor, que decía algo así como: “Esta noche voy a ver una película de terror con mis hijos en español”. Seguramente, era la primera vez que The Rock se asomaba a una película hablada en español y con subtítulos en inglés. Eso nos permitió entender que el fenómeno iba más allá de lo local. El cine, por supuesto, tiene unos elementos universales que transitan, que son la imagen y las historias. Y esas historias, aunque parezcan locales, pueden tener un nivel de universalidad suficiente: las cosas grandes se cuentan desde lo pequeño. A partir de ahí, empecé a pensar, con otros dos compañeros de viaje, amigos míos desde hace años, que son Pablo Cruz, en México, y Diego Suárez, argentino, pero ubicado en la cultura de estudios de Sony, en EEUU, qué iba a suponer nuestra lengua en este mercado nuevo y exclusivo, que es el mercado de las plataformas digitales. Esa eclosión de contenido que nos iban a pedir permitiría que transitaran muchas historias que, aparentemente, ocurrían en nuestro barrio, e iban a poder abrirse a un mundo completamente nuevo. Ese mismo año, conseguí vender y distribuir, a través de Netflix, películas como La llamada, Verónica y Oro, escrita por Arturo Pérez-Reverte, en un mercado que, hasta entonces, pertenecía exclusivamente al ámbito del cine y de lo local. En el momento en el que las plataformas entran en nuestras casas, sobre todo, a partir del confinamiento y de esta crisis que nos ha cambiado a todos de alguna forma, empezamos a entender que el fenómeno no es transitorio: está para quedarse. El hecho de que no sólo haya dos plataformas, sino que hay muchas más en el mercado, nos permite augurar que el presente inmediato está compuesto de propiedades, de franquicias, de historias que, realmente, van a atravesar los hogares del mundo entero.

—¿Y cómo se las apaña un productor independiente como usted en este ecosistema?

"Entonces, ahora mismo, los productores, ¿qué estamos haciendo? ¿Nos dedicamos a la cultura o a la cultura del entretenimiento? Creo que nos dedicamos a lo segundo"

—Todos, no sólo los productores, estamos aprendiendo a marchas forzadas, como exploradores en un territorio nuevo. Los acontecimientos van a una velocidad tremenda, es muy difícil extraer muchas veces conclusiones y, cuando lo haces de forma apresurada, puedes caer en el ridículo. Sí te puedo decir que, desde hace cinco años, vivimos una etapa de consumo muy diferente, en todos los aspectos. Y, por supuesto, en el entretenimiento, sin ninguna duda. La cultura transita por este universo de una forma muy diferente también. Digamos que no se ha considerado un bien prioritario, y creo que eso va a volver otra vez. El entretenimiento y la cultura se están peleando en este proceso. Entonces, ahora mismo, los productores, ¿qué estamos haciendo? ¿Nos dedicamos a la cultura o a la cultura del entretenimiento? Creo que nos dedicamos a lo segundo. Y esta cultura del entretenimiento, que, políticamente no tiene muchos…

—Digamos que es menos aplaudida.

—Es menos aplaudida. Y está en pugna con esa cultura más aplaudida que pertenece a la industria. Y la industria da puestos de trabajo, nos permite concentrarnos en otras industrias que están alrededor, como el turismo o los viajes. Entonces, ¿en qué estamos los productores? Explorando un territorio nuevo que no está en lo local, intentando entender que nuestro ámbito de aplicación de la producción audiovisual tiene que escapar necesariamente de nuestra zona de confort, y tenemos que volver que conquistar mercados que, posiblemente, nunca hayamos conquistado más que de forma ocasional: un Oscar por aquí, un éxito en tal territorio para allá…

—Hay que ir más allá de poner la banderita.

"Hay que apostar por el mestizaje, que es, por cierto, la aportación principal de los conquistadores españoles"

—Esa banderita apenas crea un tejido industrial, un tejido cultural más allá de un fenómeno o una anécdota en el tiempo. Tenemos que entender que es el momento de cruzarnos genéticamente. Hay que apostar por el mestizaje, que es, por cierto, la aportación principal de los conquistadores españoles, y creo que eso, en el ámbito de producción audiovisual, es o debe ser idéntico: cada vez encuentras más profesionales españoles de la escritura y de la imagen trabajando en Ciudad de México, por ejemplo, donde tenemos una oficina, o actores que utilizan Latam y México como puente de entrada a EEUU. El objetivo principal de nuestro mercado, o, al menos, en mi compañía, El Estudio, es entrar en ese territorio, que nos ha estado siempre vetado. Piensa que, en el año 2050, el 50% de la población norteamericana no va a ser angloparlante: va a ser mexicana, ni siquiera latina. Con eso, empiezas a entender geopolíticamente la urgencia que tienen las clases que se sienten amenazadas de construir muros, y la dificultad e imposibilidad de que estos muros se sigan manteniendo. Realmente, el español se expande como se expanden las personas de lengua española que colonizan el mundo. Cuando hablo de colonizar el mundo, no hablo sólo de forma social y económica, sino también profesional y cultural. Creo que, ahora mismo, estamos en esa fase. Es una fase embrionaria…

—…pero al embrión ya se le empieza a distinguir los órganos.

—Eso es. Voy a pasármelo bien, por ejemplo, ha sido número 1 en Amazon México durante más de un mes. ¿Por qué? Los Hombres G son tanto o más importantes fuera de España, en México, que en España. Estamos en ese proceso de maximizar su potencial. Y los nuevos productores capitaneamos una nueva generación de exploradores en ese territorio que es nuevo. Ese territorio no es Latam, es el mundo, y tenemos que entender que tenemos una ventaja sobre los italianos, los franceses y los alemanes, que es nuestro idioma. Y hemos empezado a entender esos utensilios. Es muy curioso: los primeros colonos o los primeros navegantes de esto son los escritores, tanto los que tienen una tradición en España como los de, entre comillas, marca blanca, que se dieron a conocer a través de Amazon Libros, por ejemplo. Ya están entrando en muchos hogares del mundo, y estos hogares están demandando series y productos audiovisuales con su marca.

—¿Tienen razón los agoreros que dicen que los cines van a desaparecer?

"Creo que estamos en uno de los mejores momentos de contenido audiovisual y cultural de la Historia. También es verdad que es uno de los que peor se está monetizando"

—No. Sí desaparecerán aquellos que no están cumpliendo los requisitos técnicos que tú exiges ahora mismo para una salida, para tener algo más de lo que tienes en casa. En este tiempo en el que nos hemos encerrado, nos hemos parapetado tecnológicamente detrás de un montón de pantallas. Y esas pantallas, que están funcionando en casa a partir de un comando de voz, están funcionando de forma orgánica. Esto, que parecía el futuro, que lo veíamos en las películas, con Dick Tracy hablándole a su reloj, que parecía imposible, sucede desde hace un tiempo. ¿Dónde nos lleva esto? Creo que estamos en uno de los mejores momentos de contenido audiovisual y cultural de la Historia. También es verdad que es uno de los que peor se está monetizando. Nos sorprenden los bolos que tienen que hacer cineastas y escritores para conseguir que sus películas se vean o se compren sus libros en ferias, mercados y festivales, pero también esa visibilidad es la que permite que, hoy, millones de consumidores sepan diferenciar a un escritor de otro, a un cineasta de otro. Y permite que se hibriden.

—¿Hay una burbuja cultural?

—Digamos que no todo el mundo tiene visibilidad, y parece que las cosas son flor de un día. Que las cosas que no tienen solidez se van evaporando. Si a eso lo llamamos burbuja… Aparentemente, es una sensación de burbuja, pero que sea una burbuja que vaya a pincharse en uno o dos años… Tengo muchas dudas de que eso sea así. Tenemos que formarnos para entender mejor este mercado para financiar mejor a los escritores, a los músicos, a los cineastas y a los actores que giran con el teatro. Los productores tenemos que entender mejor cómo funciona el nuevo consumidor, sacarlo de casa, o dejarlo en casa consumiendo esos productos que vayan directamente a él. Tenemos que ver quiénes son esos mediadores o comisionistas, y estudiar mejor el mercado. No somos generosos con el creador. El consumidor no es generoso con el creador: le da exactamente igual si el producto viene gratis, si hay que pagarlo… Prefiere, de hecho, que sea gratis. No piensa en la pervivencia del creador.

—Cambiemos de tercio: señor Lavigne, ¿le han intentado lapidar alguna vez?

"Hay muchos escritores que se van a la Casa del Libro para preguntar qué tal va su libro y qué tipo de gente compra"

—Antes, el contacto de la “élite cultural” con el cliente, con el consumidor, era muy ocasional: en ferias, en festivales, muy pocas veces en la calle, en los estrenos… y en los estrenos en los que se quería establecer el contacto con el consumidor real. Hay muchos escritores que se van a la Casa del Libro para preguntar qué tal va su libro y qué tipo de gente compra. A mí, eso siempre me ha parecido algo muy similar a lo que yo hago: yo iba a los cines, cerca de donde trabajaba, a la primera sesión de los viernes, y preguntaba a la taquillera qué tipo de gente estaba viniendo a ver esta película. A las cuatro de la tarde ya sabía si la película era un éxito o un fracaso, si había conseguido que calara el mensaje de que la película era especial, era distinta. Creo que, ahora mismo, ese contacto lo tenemos de forma inmediata y violenta, muchas veces, de una forma muy salvaje, en las redes sociales, donde descubres sin quererlo, sin pedirlo y, muchas veces, sin necesitarlo, la realidad de la temperatura del producto, de un producto que, para mí, va más allá: un libro o una película parten de una construcción artística. Y creo que, ahora mismo, tenemos la temperatura de lo que la gente piensa de lo que hacemos. Eso es buenísimo, pero también es muy violento.

—Pero, ¿hasta qué punto se manifiesta la realidad en Twitter?

—No, no lo es. No es la realidad, pero tiene anclajes. La gente a la que le interesa estar conectada con el mundo utiliza las redes sociales para que sus deseos, sus preferencias y sus odios se vean reflejados. No necesariamente de forma cuantitativa: muchas veces es exclusivamente cualitativa. Me di cuenta en una película que hice hace mucho tiempo, Open Windows, con Nacho Vigalondo, que es una estrella mediática de las redes. Le decía: “Si este millón de seguidores que tienes hubiera querido ir a ver la película, no tendríamos que girar por toda España como un grupo de rock para intentar meter gente en los cines”. Es decir, no hay una real vinculación, pero sí tienes una temperatura. Además, insisto: no sólo a nivel local. Conseguimos seguir el rastro de lo que una película significa en el resto del mundo, y nos hemos dado cuenta de cómo un producto que, en teoría, sólo tenía posibilidades en el mundo local, las ha superado. Hay que entender el lenguaje de las redes sociales, y no me quiero sentir alejado de ese lenguaje.

—Tengo entendido que uno de los motores que le mueven es la fantasía. ¿Está el mundo anémico de fantasía?

"Digamos que la fantasía pertenece mucho a una franja de edad que, yo te diría, está hasta los treinta años"

—Esto siempre ha ido por generaciones y por franjas de edad. He tenido esta conversación muy a menudo con directores, cineastas y también con los espectadores: digamos que la fantasía pertenece mucho a una franja de edad que, yo te diría, está hasta los treinta años. Hasta que el mundo deja de ser una quimera y empieza a ser real, asquerosamente realista. Tanto para los que vamos a ver cine fantástico como para el que lee fantasía, y yo he sido un gran lector de ciencia ficción. Te obliga a abstraerte mucho, a tener una capacidad de concentración enorme para conseguir que esa comunicación del escritor o del cineasta, de algo que no existe, sea mucho más directa, no te canse. Que esa intensidad no te agote.

— Y que enganche.

—Y que enganche. Tenemos eso en los primeros años de nuestra vida y, en un momento determinado, nos apegamos a la realidad y rechazamos aquello que no se mueve más allá de los cánones de la realidad. El ensayo, por ejemplo, es muy recurrido por la gente a partir de cierta edad. Y yo estoy en ese momento: prefiero entender el mundo en el que vivo. Esto es aplicable también al cine. En esta postpandemia, hemos visto cómo los jóvenes seguían yendo al cine a ver películas de superhéroes, y cómo los adultos, que tenían más miedo de salir a la calle, de volver al mundo real, han desertado de las películas que se estaban orientando hacia ellos, películas que estaban faltas de ese espectador, un espectador que se va recuperando, pero muy poco a poco. Son como las famosas discusiones y polémicas que establece Scorsese con todo Twitter, por ejemplo. Entra Scorsese, un enorme director, con sus ochenta años, y explica que a él le gusta mucho más entender cómo funciona el mundo que una película con tíos que van con esquijama. No lo dice exactamente así, pero está ese menosprecio hacia la gente que sí son consumidores, y voraces y fans, de ese tipo de cine. El cine español no ha tenido muchas chances. Nuestros presupuestos, y nuestra forma de acercarnos al mundo, a Europa, concretamente, siempre ha estado muy pegada a la realidad. Sí tenemos una generación, la mía, con gente como Álex de la Iglesia, que ha construido su mitología con una hibridación entre lo real y lo fantástico, pero sí notas síntomas de cansancio. Y todo está muy relacionado con los presupuestos y con el dinero, con las inversiones que hagas en efectos y en fantasía. Construir mundos nuevos es muy caro, mucho más caro que intentar, con una cámara, pegarte a la realidad social, generacional, de los que van al cine.

—Hablemos de literatura, que tengo que justificar esta entrevista. ¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?

—Soy de esa generación que a lo primero que se enfrenta es a Julio Verne, Emilio Salgari, Edgar Allan Poe, H.P. Lovecraft

—Es el primero de su generación que, en mucho tiempo, no me responde mencionando cómics.

"En mi generación, están unidos intrínsecamente a la necesidad de coleccionar libros. Y también revistas contraculturales"

—En mi generación, están unidos intrínsecamente a la necesidad de coleccionar libros. Y también revistas contraculturales: gente como Moebius, Manara… Esa construcción contracultural de la que somos hijos los de la generación de Mayo del 68, aunque yo sea nacido en el 67, sí me ha llegado, he tenido la suerte de haberla disfrutado. Y he disfrutado esa revolución contracultural también desde el punto de vista cinematográfico. Todos los directores de los setenta, que hoy son los maestros, son aquellos que también me han permitido avanzar en mis pasiones, que son el cine, la música y la literatura. Entonces, cuando vuelve a caer en mis manos Moby Dick o La isla del tesoro, parece una tontería, pero me acerca mucho a mi padre y me acerca mucho a los escritores que más me gustan, y, curiosamente, me aleja de mi hijo y de los nuevos lectores, que están muy alejados de esa literatura. Son historias que les quedan muy lejos.

—Ha dicho que Moby Dick le acerca a su padre. Entiendo que en su casa se leía.

—Sí. Vengo de una familia híbrida, medio francesa y medio española. Mi abuelo me compraba Dumas, Maupassant y cosas que me gustaban, y también leía literatura española. Muchas veces, literatura de evasión y, por supuesto, los grandes clásicos: Valle-Inclán, Pío Baroja, Miguel Delibes… Me gusta mucho la literatura de Castilla, más ascética y más seca. Del mismo modo, en Francia, Simenon, para mí, es uno de los nombres clave en el tipo de literatura que me gusta.

—¿Alguno que haya alimentado su vocación?

—No sólo eso: sigue pasando. En el confinamiento, mi socio Pablo me pasó Panza de burro y vamos a adaptar Panza de burro, o nos gustaría adaptarla, tenemos los derechos. Lo mismo me pasa con Kiko Amat. Estamos conectados con el momento y nos gusta seguir ahí.

—¿Con qué escritor se iría de copas?

"La mayoría de los escritores con los que me he cruzado han acabado siendo mis amigos"

—No es que me iría: es que me voy de copas con muchos (risas). Me gusta mucho estar en contacto con escritores. Y, muchas veces, a ellos les gusta estar en contacto conmigo porque mi mundo es más superficial, más hacia fuera que el de ellos. El otro día, Alberto Olmos me decía: “Vives en un mundo de oropel y de glamour, aparentemente, lleno de fiestas, y yo vivo encerrado en mí mismo, sacando mi novela”. Son dos mundos muy diferentes. Ray Loriga es un escritor y es amigo… La mayoría de los escritores con los que me he cruzado han acabado siendo mis amigos.

—Voy a darle una vuelta a la pregunta: ¿con qué escritor ya muerto y que no haya conocido personalmente se hubiera ido de copas?

—Irse de copas con Henry Miller hubiera sido muy divertido. O con Patricia Highsmith.

—Bajemos al barro: dígame algún autor que no soporte.

—Es muy difícil… ¿Sabes? Me pasa lo mismo en el cine: es muy difícil que me encuentre con una película o con una novela que deje. Las novelas y las películas te llaman. Tú ya sabes lo que te va a gustar. Las cosas tienen esa peculiaridad que hace que te acerques a ellas. Muchas veces, y creo que no soy el único, estás en las plataformas más tiempo buscando que lo que puede durar una película o el capítulo de una serie. Y esa búsqueda es la de algo que te llame la atención. Rara vez me he encontrado con algo que haya rechazado.

—¿Algún personaje literario del que se haya enamorado?

"Ulises mirando a Ítaca es, para mí, todo el western, que es mi género favorito, un género mitológico que se construye con arquetipos"

—Uff… ¡Son tantos! Todo lo que podría decirte es tan tópico en el fondo… ¿Qué te voy a decir? ¿Ulises? Me entusiasman la Odisea y la Ilíada, de Homero. Y Ulises mirando a Ítaca es, para mí, todo el western, que es mi género favorito, un género mitológico que se construye con arquetipos. Nunca sería Don Quijote ni Sancho, pero El Quijote es una novela que me entusiasma y que me fascina. La fusión de sus protagonistas permite que yo pueda vivir en ella, como dicen los cursis.

—¿Y algún villano…

—¡Long John Silver!

— …al que le hubiera gustado asesinar?

—No. Asesinaría a políticos, pero nunca asesinaría a alguien que está metido en un libro. Sí creo en el magnicidio de dictadores y políticos tóxicos, obviamente.

—¿Un hombre que lee es mejor que uno que no lo hace?

—Sí, no tengo ninguna duda. Existirá gente maravillosa que no lea, pero no me iría de copas con ellos. Como decía John Waters: no te folles a quien no tiene libros en su casa. Es difícil pensar en nuestra existencia sin la extensión que suponen las historias, esa ampliación de nuestro campo de batalla. Houellebecq lo cuenta muy bien siempre.

—¿Ha encontrado en los libros y/o en el cine alguna verdad fundamental?

"Hay momentos en los que los libros se conectan con tu vida y se vuelven mucho más importantes"

—En todos. Siempre hay una verdad, un códice, algo. Lo alucinante es cuando encuentras lo que estás buscando en un libro. Eso te abre la cabeza totalmente. Yo soy abogado y empecé a trabajar en una cosa que no tenía nada que ver con el cine, pero estaba cerca del cine. Y recuerdo leer Ampliación del campo de batalla, de Houellebecq, y recuerdo tener ese libro en la mesa, y leerlo noche tras noche, una y otra vez. Me sentía así, haciendo viajes con mi jefe, paseando por España, y en la misma situación, sin saber muy bien cuál era mi futuro, que sí quería que fuera diferente a lo que estaba viviendo. Sí, hay momentos en los que los libros se conectan con tu vida y se vuelven mucho más importantes.

—Termino agradeciéndole El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo. Qué bien ha envejecido esa película…

—(Risas) Esa película, para mí, es un trauma. Juan Cavestany y yo codirigimos y coescribimos esta historia. Y recuerda al padre de Juan en la sala diciendo: “Mi hijo no ha hecho esta película”. (Risas) Nos sentíamos culpables de esa gran broma, de esa metabroma, que, años más tarde, empezó a entenderse de otra manera. Dio lugar a esta cosa que se llama posthumor. Las cosas no se entienden hasta que pasa el tiempo. Ni nosotros mismos la entendíamos: fuimos tan inconscientes como para hacerla y que fuera algo más que una broma. En ese momento, seguramente lo hicimos con la necesidad de contar lo que sentíamos.

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Josey Wales
Josey Wales
2 años hace

Una entrevista muy interesante.