Tres años después de Esta bruma insensata, vuelve Enrique Vila-Matas a la novela con Montevideo, una suerte de «tratado sobre la ambigüedad», con el que se nota que lo ha pasado «en grande» y que ha pergeñado con «toda la intensidad del mundo», abriendo puertas para plantarse en el punto exacto entre la ficción y la realidad.
Acompañado por la editora de Seix Barral, Elena Ramírez, el escritor (Barcelona, 1948) no ha rehuido que su texto puede estar influenciado tanto por los dos años de pandemia y el confinamiento como por circunstancias personales transformadoras, puesto que en pleno proceso de creación, fue trasplantado de un riñón, que le donó su mujer Paula, a quien dedica la obra, y que le ha dado «una cierta euforia en vida».
Sin querer ahondar más en este episodio vital, sí ha desvelado que la primera redacción del libro le llevó un año —siendo el eje central el relato de Julio Cortázar, «La puerta condenada»— y luego entró en el hospital, un mes de diciembre, agradeciendo y alabando hoy el trabajo del personal del Hospital Clínic.
Pasado el «trance durísimo inicial», de sentirse como en una obra de ciencia ficción, después de una experiencia extrema, realizó una «profunda» mirada sobre el texto, aunque ya tenía el cuadro general de la historia trazado, «mejorando aspectos con más detalles».
Aunque como en otras novelas suyas no es fácil contar el argumento, la editora Elena Rodríguez ha puesto sobre la pista a futuros lectores cuando ha señalado que en esta ocasión Vila-Matas desgrana la historia de un escritor, en plena transformación personal y literaria, que inicia un viaje «fantástico y circular, que empieza y termina en París, pasando por Cascais, Montevideo, Reikiavik, St Gallen y Bogotá».
Con un trasfondo «muy vilamatiano, se trata de una reflexión sobre la imposibilidad de la escritura para contar la vida y de ensanchar los límites de la novela como género capaz de contener a todos los demás».
A su juicio, se trata de su título «más libre y coherente, la más trabajada de sus novelas, escrita en un momento de estado de gracia».
El barcelonés ha desgranado que el relato de Cortázar, «La puerta condenada», que transcurre en el hotel Cervantes de Montevideo, y que en el tiempo coincide con otro cuento de Bioy Casares también en la misma ciudad y con algunas concomitancias, es uno de los detonantes de la novela, que le llevó a investigar sobre el establecimiento y así que tuvo la oportunidad de ir a la capital uruguaya buscar la habitación 205, de la que habla el argentino.
Aunque lo intentó, no consiguió entrar en esa estancia, donde se oye a un niño llorar, pero el narrador de su historia sí lo hace y puede llegar a la «puerta contigua de la habitación, el lugar exacto en el que irrumpía lo fantástico en el cuento de Cortázar».
Ha tratado, por tanto, de «saber si realidad y ficción son lo mismo o casi lo mismo» y ha reconocido que escribiendo en su casa entró «dentro del registro fantástico sin darme cuenta y allí me empezó a entrar miedo y me lo pasaba en grande».
A la búsqueda, siempre, de un estilo propio no obvia que existía el riesgo mientras escribía de que fuera una novela «tan ambigua, que temía por la conclusión», con personajes que «creemos positivos, incluido el narrador, pero que no lo son, tienen su luz y sus sombras».
Por otra parte, nada amante de hacer concesiones, ha agregado que cuando se sentó ante el ordenador lo hizo con «la idea de ser libre al máximo, con lo que es un libro muy abierto», además de que quiere seguir escribiéndolo de lo que se ha divertido.
«La imposibilidad de la escritura —ha argumentado— es que no puedes reflejar la realidad, que no es un espejo. Esto, en definitiva, es el tema del Quijote. La realidad es una y los libros son los libros. La literatura a veces se mezcla con la realidad, pero nunca la refleja«.
Asimismo, ha afirmado que «la ficción expulsa a la autoficción, un término creado en Francia, hoy demodé, y que en España sirve para denigrar a según que novelas, pero hay que explicar que no existe, porque la autoficción es toda la ficción que se hace».
Respecto al final, en el París de los atentados de la sala Bataclan, ha dicho que no sabe muy bien por qué lo decidió, «pero así estaba marcado, con una puerta entreabierta que se ve en un vídeo sobre el atentado, que se abre a la realidad».
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