Inicio > Libros > Narrativa > Enseñanzas de la edad

Enseñanzas de la edad

Enseñanzas de la edad

El esperado doble desembarco de Cormac McCarthy (Providence, Rhode Island, 1933) dieciséis años después de La carretera podría resumirse en una frase que aspiraría a convertirse en lema para el resto de su producción literaria: “El mundo en su ser más profundo está cimentado en la aflicción de sus criaturas”. La ficción nace de la aflicción. Así, con rima, para que resulte memorable, como hubiese firmado un admirado Fiódor Dostoyevski. La sentencia aparece al inicio de esta nueva obra, aunque decir nueva resulte inexacto, dado que el autor de la “Trilogía de la frontera” llevaba trabajando durante cuatro décadas en este díptico interconectado en el que sigue sin perderse de vista el mundo como un lugar inhóspito, y a los seres que lo pueblan como desamparados mecanismos biológicos ante la insoslayable influencia de la violencia y el instinto frente al raciocinio que está muy lejos de definirnos como especie. Persiste aquel “glaucoma frío empañando el mundo” que saltaba en las primeras líneas de La carretera, aquí abordado desde otra perspectiva, no menos corrosiva.

"El grueso de la historia de Stella Maris son las transcripciones de las siete sesiones de tratamiento del terapeuta de Alicia Western"

La primera de las historias de este volumen, El Pasajero, nos traslada al Mississippi de 1980, cuando el buzo profesional Bobby Western se sumerge en las aguas del Caribe para rescatar con su equipo a los diez pasajeros de un avión siniestrado en el Golfo de México: nueve cuerpos con el cinturón de seguridad aún abrochado, pero falta el décimo pasajero y la caja negra. Días después, su compañero de misión aparece muerto. Lo siguiente es una peligrosa indagación por parte de hombres con placa que conduce a la escapada en toda regla de Bobby por el sur de Estados Unidos, de Nueva Orleans a las costas de Florida. Cree huir de los interrogatorios y la vigilancia, pero se topa de lleno con otro tipo de contrariedades, la que surge de la obsesión hacia su padre, implicado en el desarrollo de la bomba atómica a las órdenes del físico Robert Oppenheimer en el Proyecto Manhattan (“a partir del polvo absoluto de la tierra había creado un sol maligno a cuya luz los hombres vieron como una especie de abominable presagio de su propio fin los huesos de los cuerpos ajenos a través de la tela la carne”), y la que aparece con el recuerdo de la figura trágica de su hermana, protagonista accidental de la segunda parte del volumen.

Stella Maris recibe el nombre de la institución psiquiátrica de Wisconsin en la que la hermana de Bobby, Alicia Western, ingresa con 20 años por voluntad propia, llevando consigo una superdotación a trompicones (con dieciséis años ya se había licenciado por la Universidad de Chicago), una bolsa con 40.000 dólares y unos estudios doctorales en marcha de Matemáticas que corren paralelos a la esquizofrenia paranoide que le ha sido diagnosticada. El grueso de la historia son las transcripciones de las siete sesiones de tratamiento del terapeuta de Alicia, en las que queda consignado el interés de la joven por temas a caballo entre la física y la filosofía, la naturaleza de la locura, el peso de la culpa y la presencia encubierta de la figura de su hermano, al que cree muerto en un escalofriante accidente automovilístico en ese 1972 en el que transcurre el internamiento.

"Tanto las especulaciones filosóficas como las teorías científicas son el peaje que hay que pagar para adentrarse en la prosa mayestática de McCarthy"

Independientes, pero profundamente interconectadas ya desde la primera página, ambas piezas basculan entre el viejo y el nuevo McCarthy. Entre el escritor que dejaba a sus criaturas abandonadas a la suerte de sus instintos y al albur del esquivo azar, y ese otro que, como sucedía ya en la novela teatral El Sunset Limited (2012), aspira a mostrar algo de esperanza y de amor por sus personajes y por lo que pudiere quedar de un mundo a la deriva —“el mundo se escora hacia una oscuridad que sobrepasa hasta la más amarga de las conjeturas”—, de que algo de felicidad y esperanza no ha de resultar tan perniciosa para la condición humana. Sí, es cierto, Dios sigue silente —“un tío raro, ese Dios”, que parece aportación para uno de los diálogos de las más locas películas de los hermanos Coen— y la muerte resulta inevitable, pero juguemos rico mientras tanto, como diría Woody Allen.

Tampoco hacía falta hablar de la Teoría de Cuerdas, la Teoría de la Matriz S, la Teoría de la Gravitación Universal, ni ampararse en el santoral cuántico de Gerard’t Hooft, Ludwig Boltzmann, George Zweig, Richard Feynman o Sheldon Glashow. Y es que se nota que uno de los eremitas predilectos de la literatura estadounidense lleva años ocupando un despacho del Santa Fe Institute, un centro de investigación multidisciplinar volcado en el estudio de sistemas complejos adaptivos que fue fundado por el Nobel de Física Murray Gell-Mann. Es lo que Eduardo Lago ha catalogado de exasperante al tiempo que genial. Tanto las especulaciones filosóficas como las teorías científicas son el peaje que hay que pagar para adentrarse en la prosa mayestática de McCarthy, aunque el motor de la novela siga siendo la relación contranatura que Bobby tuvo con su hermana Alicia, de la que se narra su suicidio en la primera página de la obra.

Delirio, alucinación, la conciencia y sus secretos, la legitimidad del suicidio, los traumas y fantasmas del pasado —el Proyecto Manhattan, el tabú del incesto—, los límites de la moral y, desde luego, la física y las matemáticas como redefinidoras del lugar del ser humano en el mundo, El pasajero/Stella Maris forman un díptico indisoluble en el que prevalece el canto a la inteligencia y a la hípersensibilidad como ropajes para afrontar las grandes cuestiones de nuestro paso por la Tierra. Respecto al pasaje de la muerte por asfixia en un ahogamiento, mejor léanlo, es toda una novela de terror en un par de páginas de la que no se puede (ni se quiere) escapar. Ahí McCarthy nos recuerda por qué estamos ante uno de los grandes narradores de los últimos tiempos. Poco importa que seamos “un diez por ciento de biología y un noventa por ciento de rumor nocturno” si podemos aspirar a seguir leyéndole y él a seguir contándonos con ese decir de ascendencia bíblica —la prosa mccarthiana todavía sigue invocando a William Faulkner como fuente de inspiración, aunque el final de El pasajero es puro Conrad— en la que se conjuran los peores temores de nuestra época conspiranoica y atroz para sublimarla en literatura de alto octanaje.

—————————————

Autor: Cormac McCarthy. Traductor: Luis Murillo Fort. Título: El pasajero / Stella Maris. Editorial: Literatura Random House. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

5/5 (4 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)
Notificar por email
Notificar de
guest

1 Comentario
Antiguos
Recientes Más votados
Feedbacks en línea
Ver todos los comentarios
luis murillo fort
luis murillo fort
1 año hace

¡Buena reseña, Mr Turpin!