Después de 40 años de ejercer el profesorado en Lengua y Literatura, Miguel Díez R. reúne en este voluminoso y excelente libro lo que él denomina sus “memorias didácticas”, que llevan consigo la reflexión crítica, el diagnóstico sobre la situación de la enseñanza de la literatura en nuestros centros, y una amplia, diversa y meticulosa antología de textos —los mismos que él utilizó para impartir la docencia—. Hay que señalar que, aparte de su experiencia profesoral, Miguel Díez R. es también ensayista y antólogo literario. Como ensayista, editor de Jardín umbrío, de Valle Inclán, y de Días del desván, de Luis Mateo Díez; como antólogo, y en colaboración con su esposa, la también profesora y poeta Paz Díez Taboada —de la que se incluyen bastantes textos en este libro—, ha publicado Antología de la poesía española del siglo XX, La memoria de los cuentos —reeditado con el título Relatos populares del mundo—, Antología comentada de la poesía lírica española y Cincuenta cuentos breves, una antología comentada.
Dividido en 13 capítulos o partes, el libro se estructura como la respuesta del autor —una “carta abierta”— a la supuesta epístola recibida de un exalumno que, ahora profesor, y enfrentado “a los graves problemas vividos día a día en cada clase”, solicita su ayuda en forma de consejos, y una orientación bibliográfica para atraer a sus alumnos hacia la lectura.
En las partes que comprenden desde el capítulo primero al décimo, el autor comienza recordando los años en que los ahora “viejos profesores” se enfrentaban a un panorama donde los planes de estudio hacían posible transmitir la enseñanza de la lengua cimentada en la lectura y en el comentario de textos, con un número suficiente de horas lectivas. Con toda claridad, el autor denuncia el cambio producido en esta materia, con la masificación de la enseñanza, la “contaminación” de medios que trajeron consigo “la omnímoda presencia de la imagen y el sonido”, el deterioro de los planes de estudio, la reunión en una sola asignatura de la Lengua y la Literatura, y la rebaja drástica de las horas lectivas hasta la “liquidación o muerte por asfixia de la Literatura”, olvidando que la urgente necesidad de solucionar los “estrepitosos fallos lingüísticos” de las nuevas generaciones, “el antídoto contra la simplificación y depauperación del habla y de la escritura de los jóvenes” y lo que él llama “la jibarización de su pensamiento”, pasa necesariamente por la lectura de buenos textos y un tiempo suficiente para llevarla a cabo.
No me he resistido a transcribir ciertas opiniones del autor, porque creo que son significativas de su postura. La importancia de la lectura; la relación de los jóvenes con ella; la visión de la enseñanza de la lengua entre nosotros según los informes PISA; esos enemigos de la lectura que van proliferando con la oferta incesante de videojuegos y otros entretenimientos banales y no literarios; la llamada “enseñanza lúdica” como falacia; la situación de los “depauperados” profesores ante el fin de la “cultura del esfuerzo”; una escolarización obligatoria que obliga a estar en las aulas hasta los 16 años a muchos jóvenes que estarían más a gusto aprendiendo otras cosas y, para rematar, la farragosa “intoxicación gramatical” que ha llevado consigo cierta pretenciosa y oscura jerga lexicográfica, todo ello apoyado en textos o breves artículos de autores como Álvaro Mutis, Gabriel García Márquez, José Antonio Marina, Juan José Millás, Manuel Vicent, Fernando Aramburu, Carlos García Gual, Luis Landero, Gonzalo Torrente Ballester o Mario Benedetti, por citar solamente algunos, completan esa introducción.
El baúl de los recuerdos se titula el capítulo décimo, el más extenso del libro, en el que el autor, “desempolvando su archivo personal, formado cuidadosamente durante muchos años” agrupa lo que él mismo denomina “repertorio de muy diversos textos” ordenados en cuatro partes: “Letras de canciones y otros textos”, “Poesía lírica”, “Narrativa” y “Diez obras clásicas”. En todos los apartados, que a su vez se componen de distintas secciones, el profesor Díez toma la voz para explicar las circunstancias de la selección de los textos, pero también su modo de utilización y las enseñanzas derivadas de ello, según la propia experiencia.
Las letras de canciones y otros textos componen una colección en la que podemos encontrar desde poemas de José Agustín Goytisolo —las Palabras para Julia a las que puso música Paco Ibáñez— hasta el famoso No nos moverán de Joan Báez, pasando por poemas de Alberti como Se equivocó la paloma, que llevó a la música Carlos Guastavino y cantó Joan Manuel Serrat, o Al alba, que compuso Luis Eduardo Aute. Se encuentran en este espacio canciones de Joaquín Sabina como Y nos dieron las diez y Pongamos que hablo de Madrid, así como Clara y Hay que vivir de Joan Bautista Humet, hasta completar el conjunto con Puente sobre aguas turbulentas de Simon y Garfunkel, Soplando en el viento de Bob Dylan y la citada de Joan Báez. A continuación, Díez despliega una miscelánea de artículos periodísticos de Manuel Vicent susceptibles de suscitar debate entre el alumnado.
En el apartado dedicado a la poesía lírica, el autor distingue entre la lírica española, la gallega, la hispanoamericana y lo que llama “poemas del mundo”. Al hablar de la lírica española no olvida referirse a las jarchas ni a los romances, algunos sefardíes, como Mañanita era mañana, reproduciendo algún clásico como Los mozos de Monleón o un soneto de alguien tan influyente en la lírica española renacentista como Torcuato Tasso, e insisto en que los comentarios del autor van iluminando sutilmente los textos que incorpora, donde encontramos poemas de Luis de Góngora y referencias a los clásicos, con otros de Unamuno, Pío Baroja, Juan Ramón Jiménez, Manuel y Antonio Machado, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, León Felipe, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Rafael Morales, José Hierro, Eugenio de Nora, Leopoldo Panero, Blas de Otero, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Ángela Figuera Aymerich, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda, Francisco Brines, Claudio Rodríguez, José Luis Hidalgo, Carlos Sahagún, Iván Tubau, Luis Alberto de Cuenca, Miguel D´Ors, Antonio Martínez Sarrión o Agustín Delgado, y no los he citado a todos, pero creo que los citados muestran la apertura estética e intelectual del autor.
La lírica gallega —no hay que olvidar que Alfonso X “materializa” tanto el inicial castellano como el gallego— recoge a Rosalía, Celso Emilio Ferreiro o Álvaro Cunqueiro, entre otros, en lengua gallega pero con su traducción al español. Al tratar la lírica hispanoamericana, Díez parte de José Martí y, a través de poemas de autores como Rubén Darío, Oliverio Girondo, Pablo Neruda, Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, César Vallejo, Jorge Luis Borges, Nicolás Guillén, Nicanor Parra, Octavio Paz, Jaime Sabines, Alejandra Pizarnik o Mario Benedetti, señala las características principales de esa poesía tan importante para comprender la amplitud y riqueza de la lengua española.
Por último, en los llamados “Poemas del mundo” , se plantea una perspectiva que arranca con fragmentos del Poema de Gilgamesh, de Safo de Lesbos, de Horacio, de Catulo, hasta llegar, a través de sonetos de Ronsard y Shakespeare, a poetas como Yeats, Alexander Blok, Walt Whitman, Emily Dickinson, Robert Louis Stevenson, Rabindranath Tagore, Hermann Hesse, Constantino Cavafis, Fernando Pessoa, Anna Ajmátova, Bertolt Brecht, Jacques Prevert, W.H Auden, Cesare Pavese, Dylan Thomas, Primo Levi, Ledo Yvo o Raymond Carver…
El apartado de narrativa comienza con una referencia a “Mitos, fábulas, apólogos, cuentos populares tradicionales y otros textos de varia lección” en que Esopo, el Panchatantra, la imaginación budista, Petronio, Ovidio y otros autores, con el aporte de textos anónimos chinos, japoneses, hispanoamericanos… y otros provenientes de Las mil y una noches, que han ido conformando el riquísimo patrimonio legendario y fabuloso de la humanidad. El apartado de los llamados “Cuentos literarios muy breves” forma un conjunto del que solo citaré, como ejemplo, los textos de Kafka, Borges, Max Aub, Fredric Brown, Shálamov, Cunqueiro, Cortázar, Heinrich Böll, Juan José Arreola, Gianni Rodari, Miguel Delibes, Italo Calvino, Medardo Fraile, Jesús Fernández Santos, Ana María Matute, Juan Eduardo Zúñiga, Juan Pedro Aparicio, Luisa Valenzuela, Stephen King, Quim Monzó, Hipólito Navarro o Jacinto Muñoz Rengel…
Otra sección, en este caso sin incluir los textos originales pero haciendo el oportuno comentario, señala “grandes cuentos”: El corazón delator y El barril de amontillado, de Edgar A. Poe; El horla y Una vendetta, de Guy de Maupassant; Un suceso en el puente sobre el río Owl, de Ambrose Bierce; ¡Adiós, Cordera! de Leopoldo Alas Clarín; Vanka, de Anton Chéjov; La pata de mono, de W.W. Jacobs; El miedo, de Ramón del Valle Inclán; A la deriva, de Horacio Quiroga; Una risa para Emily, de William Faulkner; Espuma y nada más, de Hernando Téllez; La tercera expedición, de Ray Bradbury; No oyes ladrar los perros y ¡Diles que no me maten!, de Juan Rulfo; Emma Zunz, de Jorge Luis Borges; La noche boca arriba y La risa a mediodía, de Julio Cortázar; La siesta del martes, de Gabriel García Márquez y La noche buena de Encarnación Mendoza, de Juan Bosch.
Tres secciones más cerrarán este apartado: una titulada “Otros cuentos”, en la que Díez recomendará una lista de más de 150 cuentos, comenzando por Allan Poe y terminando por Edmundo Paz Soldán; otra titulada “Cuentos largos y/o novelas cortas”, de similar extensión, que comienza con La vida del lazarillo de Tormes y termina con Intemperie, de Jesús Carrasco; por último, la titulada “Novelas”, también de similar extensión, en la que se incluyen algunos textos juveniles, y que comienza con Alejandro Casona y concluye con Juan Rulfo.
En “Diez obras clásicas” el autor establece un listado de obras a su juicio imprescindibles: de La Odisea a Guerra y paz, añadiendo cuatro recomendaciones al destinatario de su extensísima misiva –ya vamos por la página 671– antes de concluir la obra reiterando el imprescindible papel del profesor.
En fin, un libro sobre cómo enseñar literatura, pero que, desbordando los aspectos de “memoria pedagógica” y el análisis crítico de la situación dificultosa en la que se encuentra el tema en estos momentos, es también una interesante antología que ofrece muchas vertientes placenteras para una lectura no estrictamente pedagógica.
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Autor: Miguel Díez R. Título: Cómo enseñar a leer en clase. Memorias de un viejo profesor. Editorial: Reino de Cordelia. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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