Camilla Läckberg llegó a Madrid con la lluvia. Así que sus primeras palabras fueron una broma: su agradecimiento a la organización de Getafe Negro por haber traído con ella el “tiempo sueco”. La llevó a la capital del sur madrileño la inauguración de esos encuentros en torno a la novela policiaca que son el festival que dedica al género la capital de España. Tras lo de la lluvia tuvo un recuerdo para cierto lector español que se ha tatuado el nombre de la escritora en el cuello y todas las primaveras acude a visitarla en la feria del libro para que le firme la novela correspondiente. “Al principio me daba un poco de miedo”. Y ya es decir para una autora que ha descrito los crímenes más escalofriantes en sus páginas. Sin ir más lejos, en su última novela, La bruja (Maeva) —décima entrega de Los Crímenes de Fjällbacka, la serie en que agrupa los casos de Erica Falck y Patrik Hedström— nos habla de la caza de brujas desatada en la Fjällbacka del siglo XXI, que acoge a un campamento de refugiados sirios. Sorprenden, a la par que inquietan, las concomitancias que registra con la caza de brujas habida en la Bohuslän del siglo XVII. Entonces se llevó a varias mujeres a la hoguera por el mero hecho de ser fuertes e independientes, pero estas persecuciones siempre son iguales. “Hoy se quema a las mujeres en las redes sociales. Pero la historia del siglo XVII nos remite a una Suecia menos modélica, más pobre y mucho menos libre”, puntualiza la escritora.
Sostiene Lorenzo Silva, comisario y creador de ese Getafe Negro que se prolongará entre el 15 y el 21 de octubre, que los encuentros son “un espacio para la conversación y el pensamiento crítico”. Él mismo mantuvo la primera de esas charlas con Camilla Läckberg. Tuvo lugar en el auditorio de la Mutua Madrileña el pasado miércoles. Fue un anticipo de lo que nos propondrán las venideras la semana entrante: el empoderamiento de la mujer será uno de los ejes principales de los encuentros.
Ya entrando en materia, Silva recordó cómo desde las primeras ediciones del festival, que se dispone a celebrar su undécima cita, el relato criminal escandinavo ocupaba un lugar preferente en el altar del género. Ya entonces le llamó la atención la obra de Läckberg, que acababa de publicar con sumo éxito La princesa del hielo (2007), y lo poco complaciente que era su mirada —como la del resto de la literatura detectivesca escandinava— con su sociedad.
Suecia, Dinamarca y Noruega eran el paradigma de las sociedades del bienestar y el superdesarrollo. Textos como Suecia, infierno y paraíso (1969), un libro divulgativo del psicólogo forense italiano Enrico Altavilla —tan olvidado hoy en día como leído y celebrado a comienzos de los años 70 en su edición española de Plaza & Janés— contribuyeron a ese mito. Hasta que la narrativa detectivesca abrió las primeras fisuras. “La gente tenía la idea de que Suecia era la sociedad perfecta, pero no es así”, observa la creadora de Erica Falck y Patrik Hedström.
“También se creen que todos los suecos somos rubios y al verme a mí [es morena] se dan cuenta de que tampoco es cierto. Pero sí es verdad que sus escritores tenían la mentalidad muy abierta y el mensaje que transmitieron a su público fue el de una sociedad no tan idílica como parecía. Al principio me decían que en mi obra latía cierta conciencia social. Yo no era consciente de ella porque no la buscaba, no quería transmitir ningún mensaje a los lectores. He acabado por darme cuenta de que no se puede escribir sobre la nada. Es un regalo tener la posibilidad de hacer pensar a la gente y vierto mis opiniones en mis libros”.
Dice Silva que la novela negra es una mirada hacia la sociedad contemporánea, y Läckberg en esta ocasión la ha dirigido a uno de sus temas más candentes: esa emigración que ha roto tantos equilibrios. Porque, entre las muchas cosas que se han ido al garete con las masas de desdichados que huyen de los países por los que cabalgan el hambre, la guerra, la muerte y el resto de los jinetes del Apocalipsis, está aquella Suecia que fuera durante los años 60 y 70 del siglo XX uno de los mayores países de acogida de exiliados políticos. No es un mero apunte ese campamento de refugiados de Fjällbacka en La bruja.
Silva llama la atención de los lectores sobre cómo Läckberg recrea el modo en que los sirios perciben la mirada que la sociedad sueca dirige sobre ellos. “Suecia ya no es ese refugio que fue para cuantos llegaron huyendo de las dictaduras latinoamericanas y nos ayudaron a construir nuestra sociedad. Tengo mucho miedo del racismo que se está extendiendo por Europa. Ahora no son los judíos, son los musulmanes, pero la gente sigue buscando un enemigo común como chivo expiatorio. Algunos emigrantes han cometido crímenes, pero la inmensa mayoría se dedican a trabajar honradamente en los trabajos que los suecos no quieren, por eso no se les ve y la gente tiene miedo a lo desconocido. La mayoría de los xenófobos no han visto a un emigrante en su vida, lo son por las noticias que tienen de ellos. Eso sí, se quedan sin trabajo porque bajan los tipos de interés y comienzan a echar la culpa a los extranjeros”.
Läckberg ha hecho su materia literaria de ese caldo de cultivo para la histeria colectiva. Es el mismo que puso en marcha la persecución de las brujas de Zugarramurdi (Navarra) en 1610, o la desatada en la Bohuslän (Suecia) de 1672, a la que nos remite esa segunda época de La bruja. Y por supuesto la de Salem (Massachusetts) en 1692, referida por Arthur Miller en El crisol (1952), la celebérrima obra teatral también conocida como Las brujas de Salem.
“Después de leer sobre las persecuciones por brujería en Bohuslän, queda claro que la mayoría de las mujeres acusadas y asesinadas eran fuertes e independientes, con unos conocimientos que muchas otras mujeres y hombres no tenían. Por lo tanto, se las veía como una amenaza y se convirtieron en víctimas cuando se desató la caza de brujas”.
Indudablemente, Läckberg es una representante meridiana de esa bandera del neofeminismo que es la novela negra. Y ya entrando en la psicología del crimen, otro de los ejes de este undécimo Getafe Negro, concluye. “Me parece fascinante, desde el punto de vista psicológico, que un grupo de gente ponga en marcha la histeria de todos y lleve a la hoguera a 70 u 80 mujeres”.
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