Tener una montaña es conservar una cita en la hora de mirar horizontes. Un hecho pleno de esperanza, como observar el mar o abrir libros inquietantes del estilo de Fuego en la montaña, de Edward Abbey (Pesilvania 1927-Arizona 1989).
La tierra, la dignidad y la obstinación del viejo de los Vogelin son los tres instrumentos narrativos para el relato y la reflexión en boca del coherente Lee Mackie:
“¿Realmente es tuya? ¿Le pertenece a alguien? Hace cien años la tenían los apaches, era enteramente suya. Te lo recuerdo una vez más. Tu padre y otros hombres como él se la robaron a los apaches. La compañía ferroviaria, las grandes empresas cárnicas y los bancos intentaron robárosla a tu padre y a ti. Ahora el Estado te la va a robar. Esta tierra siempre ha estado infestada de ladrones”.
Y antes del desorden capitalista, los apaches se la robaron al puma —presente durante la narración— y el puma sabrán los dioses ancestrales a qué seres menores que habitan las lindes del bien llamado Pico Ladrón. Fuego en la montaña es un western sin impostura —sin el ánimo de avivar la morriña de los niños que soñamos con hacer girar un revólver en nuestro dedo índice— como lectura aplicada para los amantes de Thoreau o Snyder.
“Uno trata de acertar en sus decisiones” comenta el aspirante a político Lee ante su más fiel admirador y narrador de la novela, el pequeño Billy, nieto de John Vogelin y el último eslabón de una forma de vida que cohabita junto a su abuelo en los periodos vacacionales. Una vez más y para grandeza literaria, la estrecha relación entre un adulto y un niño con las mismas capacidades éticas y ensoñadoras. Un estilo narrativo conciso, que sin pretensiones, hace mella en el lector con lecciones magistrales de dignidad.
¿El enemigo? Según el procurador militar DeSalius, los soviéticos, por lo que un puñado de ganaderos obsoletos pierdan sus tierras es un acto patriótico, un mal menor a fin de que el siempre perdedor ejército de los Estados Unidos de América tome el desierto como zona de pruebas balísticas. El resto de los propietarios acometen la huida bajo un buen puñado de dólares, pero no así John Vogelin, dispuesto a atrincherarse contra una marabunta de jeeps y tipos del Estado con su rifle en mano. Un hombre como John no puede mostrarse débil ante su fiel escudero y entusiasmado nieto, que junto a Mackey cierra el trío de aparente y férrea fidelidad entre caballeros, un pacto de lealtad fiel a la literatura de honor que hizo grandes a Conrad o Kipling.
Edward Abbey murió antes de comprobar que la tercera edad ganaría esperanza de vida en las últimas décadas del siglo XX, dando por perdidas las ganas de vivir cuando se le convenció al personaje rural alejarse de la tierra.
Tal vez las propias montañas sean seres sagrados con grandes intenciones sobre los humanos. El culmen de la madre tierra.
Léase, pues, El hueco de las estrellas, de Joe Wilkins, donde las Bull Mountains guardan una herencia para Wendell Newman que quiso para su padre. Y de nuevo, una férrea relación entre la hastiada edad adulta y la figura de un niño, llegado en forma de carambola familiar a la caravana repleta de latas de comida precocinada de Wendell.
El hueco de las estrellas da un paso generacional más allá que Fuego en la montaña, desterrando al ranchero a una deuda familiar de tierras improductivas y tratamientos médicos, convertida dicha novela en una aspirante a clásico del siglo corriente.
Tener un libro de Errata Naturae es tener cita irrechazable a la hora de elegir una buena lectura.
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Autor: Edward Abbey. Traductora: Alba Montes Sánchez. Título: Fuego en la montaña. Editorial: Errata Naturae. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
Autor: Joe Wilkins. Traductor: Eduardo Moga. Título: El hueco de las estrellas. Editorial: Errata Naturae. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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