Hace semanas que teníamos esta cita; un número, una hora, un lugar en el calendario fijados al azar. Pero el orden geométrico que organiza el cosmos ya había trazado sus líneas convergentes y el día en el que me senté frente al profesor José Manuel Sánchez Ron para charlar con él sobre ciencia, historia, divulgación y futuro, los periódicos amanecían con otro científico en sus portadas: había muerto el físico teórico Stephen Hawking.
—Es inevitable, profesor, la primera pregunta. ¿Cómo valora la figura de Stephen Hawking?
—Pues con muchísimo respeto. Era realmente un científico notable y un gran divulgador de la ciencia. Consiguió cosas tan singulares como que ciertos términos científicos como los agujeros negros o la termodinámica, por citar algunos, saltaran de las aulas o los laboratorios a la calle; se hicieran más o menos populares. Es indiscutible que su trabajo ayudó notablemente al interés social por la ciencia y la cosmología. Ahora bien (el profesor hace una pausa para sonreír con amabilidad, seleccionando con prudente seguridad las palabras que va a pronunciar), no es verdad que fuera, como se ha dicho, el sucesor de Einstein. Heisenberg o Feynman son sin duda más sobresalientes que Stephen Hawking.
Pero por supuesto que su brío frente a una enfermedad incapacitante que sin embargo a él no le incapacitó en absoluto para desarrollar su trabajo, ha sido un ejemplo para todos. Vivió mucho más de lo que en su caso era razonable y lo hizo con dignidad y alegría.
—La ciencia es hoy en día un concepto difícil de definir. ¿Cómo lo define, no el académico de la lengua, sino el científico divulgador José Manuel Sánchez Ron?
—Bueno, debo decir que más que divulgador, me considero un historiador de la ciencia, pues mi intención es básicamente la de contribuir a la ciencia. (El profesor carraspea y se incorpora en su silla) Usted me pregunta qué es la ciencia. Pues bien, en un mundo de mitos, apariencias y hechos inexplicables, los filósofos se dieron cuenta de que la ciencia era fiable y segura. Siglos después, Karl Popper insistía en que ciencia era el conjunto de aquellos hechos que no se podían refutar; Thomas Kuhn iba un poco más allá y afirmaba en su Sociología que la ciencia era el conjunto de hechos que se podían matematizar. Yo definiría la ciencia como “un sistema lógico con capacidad predictiva”. Si no puede predecir, no es ciencia.
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Suena el teléfono y el profesor se disculpa. Es de la Biblioteca Nacional, me dice, mirando un poco más de cerca el número que ilumina la pantalla. Debo contestar, están ultimando la exposición Cosmos y yo soy el comisario. Me mira y sonríe, aún sin contestar. Sólo será un momento.
Observo distraída, mientras dura la conversación, los detalles del despacho: papeles amontonados en la mesa; libros en una elegante estantería, y la dulce luz de la mañana iluminando un triángulo de la silla y la pared junto al escritorio, donde cuelga un cuadro oscurecido por el barniz oxidado en el que apenas puedo distinguir una calavera y unos objetos esparcidos a su alrededor. In ictu oculi, interpreto, incapaz de olvidar mi origen barroco. En un abrir y cerrar de ojos, el tiempo y la muerte acuden puntuales a su cita. Carpe Diem, pues. Vive tu vida.
El profesor ha ocupado de nuevo su asiento y me mira, solícito. Yo vuelvo a conectar la grabadora.
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—Usted ha dedicado algunas de sus obras a personajes destacados de la Historia: Marie Curie, Einstein, Napoleón, Stalin, Newton. En unos planes educativos actuales desprovistos de grandes nombres, ¿qué héroes de la ciencia destaca usted y por qué?
El profesor sonríe y mira el cuadro de las postrimerías por unos instantes, como adivinando tal vez, el curso de mis pensamientos.
La muerte nos iguala a todos (reflexiona aún mirando la pintura). Pero en la vida, afortunadamente, el talento, el valor, la voluntad persistente, el sacrificio y el trabajo fortalecen de manera extraordinaria, dando lugar en ocasiones a grandes hombres y mujeres. En mi obra me ocupo de ellos porque son interesantes desde el punto de vista científico, pero también en el marco sociológico e histórico. Y me pide usted que elija. Umm. Bueno, pues Newton, claro, al que he dedicado varios de mis trabajos. Concretamente en uno de ellos, Cartas a Isaac Newton, considero que di lo mejor de mí mismo literariamente hablando. Estoy orgulloso de ese librito. El otro personaje sería Einstein, porque reúne en una sola persona múltiples dimensiones. Pero sin duda la que mejor representa lo que supone dedicar una vida al talento, el esfuerzo y la investigación, dando lo mejor del ser humano y siendo un gran ejemplo de vida sería, qué duda cabe, Marie Curie, a quien dediqué uno de mis libros, Marie Curie y su tiempo.
Hay cosas que se dan por hechas en la vida cotidiana y son ciencia: cómo funciona el microondas, qué es exactamente la red wifi, por qué vuela un avión o cómo funciona un antibiótico. Frente a la imposibilidad de explicar o explicarnos algunos de estos hechos con claridad surge esta pregunta: ¿Hace falta enseñar ciencia o sería preferible enseñar a pensar la ciencia?
Pues las dos cosas. (Contesta el profesor, reflexivo). Las dos cosas. Mira, hay que explicar la ciencia para poder entender la Naturaleza; de dónde venimos. Pero también se hace imprescindible la explicación de la ciencia a nivel particular —los inventos—, pues en una civilización invadida o penetrada por la ciencia —al fin y al cabo somos hijos de la ciencia y de su hermana la tecnología— todo tiende a intensificarse y estoy convencido de que la robotización ganará. Por eso soy de la opinión de que la enseñanza de la ciencia debe ser ya introducida en las escuelas y cuanto antes, mejor. La educación científica es fundamental; es el pilar para poder distinguir información de conocimiento.
—¿Es la tecnología el futuro de la ciencia?
Primero está la ciencia pura que cuando se aplica da lugar al surgimiento de la tecnología siendo ésta realmente la que proporciona riqueza, por la sencilla razón de que es la que se puede comercializar. Pero es una buena pregunta, pues la relación de ambas es hoy en día tan estrecha, que ya se habla en algunos casos de tecnociencia, como por ejemplo la ingeniería genética.
—Desde casi el principio de su obra publicada hay un empeño por poner en valor la imbricación de la ciencia y las humanidades. ¿Por qué esa separación casi ya tradicional de ambos conocimientos en los planes de estudio?
Realmente está mal planteado, pero a veces hay que elegir y en esta elección se introduce otro elemento: la sociedad, que indiscutiblemente sigue educando en el campo de las humanidades. Sólo con el ejemplo de las exposiciones públicas nos valdría; piense cuántas se organizan en torno a la pintura o la literatura por ejemplo, y cuántas en torno a la física o las matemáticas…
De todas maneras, tratar de llevar la ciencia a la historia y la historia a la ciencia es lo que básicamente articula mi trabajo, como intenté dejar patente en El poder de la ciencia que creo, es mi libro más importante. La inmensa mayoría de los historiadores hacen historia política. Pero es que la ciencia es la que explica quiénes somos y la tecnología, la que mueve el mundo. Desde finales del S.XVIII, la ciencia es la mano que mece la cuna de la civilización.
Por eso yo he querido contar la historia de la ciencia explicando la Historia y viceversa, intentando construir una historia del hombre en la que la ciencia adquiera el papel relevante que le corresponde. De hecho Los pilares de la ciencia lo escribí en colaboración con un historiador, Miguel Artola, catedrático de historia de España y académico de la Academia de la Historia.
—Muchos chicos que sienten un temprano interés por la ciencia en su parte más atractiva (biología, astronomía, geología, física…), la rechazan cuando se han de enfrentar a las matemáticas. ¿Qué falla, a su criterio, en la enseñanza de esta ciencia?
—El profesor toma aliento desde un ángulo imperturbable de rebeldía de sabio domesticada a fuerza de razonamientos- ¡Vivan las matemáticas! Exclama. (Reímos). Así titulé un artículo publicado hace tiempo en El País…. .Es que poder entender el teorema de Pitágoras, o lo que es lo mismo, ser conscientes de nuestra capacidad para construir y demostrar inambiguamente es una experiencia tan sublime y satisfactoria como leer el Quijote, ser capaz de evocar fragmentos de Hamlet o recordar el cuadro de Las Lanzas de Velázquez.
Las matemáticas son la prueba palpable del gran poder de nuestra mente; son la ciencia en su mayor pureza. Desde luego que el mayor placer de mi vida, aunque yo sea físico, han sido las matemáticas y desgraciadamente el hecho de que el hombre no haya sido capaz de enseñarlas en todo su esplendor realzando así la capacidad única y exclusiva del ser humano para desarrollar el pensamiento abstracto, es uno de los mayores fiascos de nuestra cultura.
Mire (continúa entusiasmado), yo siempre he aspirado a poder conmover al lector con la ciencia y creo que las matemáticas permiten ese juego, por supuesto añadiendo gotas de vidas y hechos de hombres y mujeres notables, algunos de los cuáles debo decir que son absolutamente novelables.
He dicho alguna vez que mi único lamento es no haber podido tener una formación musical; poder leer la partitura de la 9ª Sinfonía de Beethoven y escucharla al mismo tiempo en mi interior…, pero luego me digo bueno, puedo a cambio coger la Teoría de la Relatividad General de Einstein que es ciertamente compleja en el sentido matemático y entenderla. Soy capaz de leerla en mi cabeza. No es la misma experiencia, ya lo sé, pero me sitúa, para mi felicidad, muy cerca de ese mundo abstracto. Digamos que puedo percibir la música de las matemáticas y eso es francamente una maravilla.
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Últimas publicaciones:
El sueño de Humboldt y Sagan: Una historia humana de la ciencia. Editorial Crítica, 2018.
Ciencia para jóvenes: ¡Viva la ciencia! Editorial Crítica, 2010, ilustrado por Antonio Mingote.
Como al león por sus garras. Debolsillo, 2003. Profesiones con futuro: físico. Editorial Grijalbo.
Exposición en la Biblioteca Nacional: Cosmos. Del 19 de marzo al 9 de septiembre. (www.bne. es)
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