Desde su nacimiento, hace ya tres años, Zenda ha publicado entrevistas y artículos literarios con personajes y firmas de todo el espectro político. Como se anunció desde el principio, este es un territorio plural cuya única ideología es la literatura. Eso quedó probado en las entrevistas hechas a Alfonso Guerra, Íñigo Errejón y Andrea Levy, entre otros. Hoy habla de libros y de cultura el presidente de Vox, Santiago Abascal.
Santiago Abascal es un hombre singular y polémico. Muchas de sus opiniones sobre asuntos políticos son conocidas, pero no ocurre lo mismo con sus puntos de vista sobre otros asuntos relacionados con la cultura. Por eso en Zenda hemos querido sentarnos con él para sostener una charla sosegada sobre libros, educación, lengua, España… Conversar sin prejuicios escuchando con atención lo que tiene que decirnos.
La cita es en la librería Tercios Viejos, a la que el líder de Vox acude acompañado de su escolta con puntualidad británica.
—¿Cuál era el libro o el tebeo favorito del niño Santiago Abascal?
—Lo que más me gustaba eran las aventuras del Capitán Trueno y El Jabato y esas cosas, la heroicidad, los valores… Lo que le gustaba leer a un chico de mi edad para luego llevarlo al patio de juegos… Y mira que esas aventuras no eran de mi generación, pero andaban por casa, supongo que serían de mis tíos… Pero fíjate que me contaba mi madre el otro día que lo primero que me leí entero fue La Biblia de los Niños. Ya no me acordaba de eso, aunque aún la conservo. Era una edición en tres libritos ilustrados que ahora están en la biblioteca de mis hijos.
—¿Cuál es el fragmento de la historia de España del que más orgulloso se sentía el joven estudiante Santiago Abascal?
—De la Reconquista, sin duda. A aquel chaval las historias contadas en torno a esos hechos primero en cómic o en libros de texto y luego en el cine le fascinaban… Charlton Heston, El Cid, Hollywood, ya sabes. Y fíjate que con el paso del tiempo, con las lecturas de madurez y el conocimiento de adulto de nuestro país, aquella admiración no ha hecho más que afianzarse, porque creo que fue absolutamente determinante. Hoy no apreciamos demasiado las consecuencias, pero el que tú estés ahora sentada aquí, disfrutando de tus muchos derechos como ciudadana y sin un velo que te cubra el rostro fue nuestro gran logro. Creo que aquellos hechos determinan de manera singular la identidad de los españoles.
—En su opinión, ¿la perspectiva identitaria ha sido un tema demasiado manoseado por la política?
—Desde luego que sí, pero yo no hablo desde esa perspectiva identitaria excluyente o arcaica. Nuestra identidad es la libertad y es la igualdad entre el hombre y la mujer, y por supuesto es la separación entre Iglesia y Estado. Eso es lo que nos da el haber ganado aquella batalla de siglos, probablemente confusa, con retrocesos y distintos intereses, pero que con la adecuada perspectiva histórica creo que es muy positiva para todos nosotros.
—¿Cuál es el momento de la historia de España que le hace a usted sentirse más avergonzado?
—Más que avergonzado, y teniendo en cuenta que siempre hay heroísmo y canallas en ambos bandos, lo que más me entristece son las guerras civiles de nuestro país; igual las guerras carlistas que la Guerra Civil del 36. Ya es triste cuando los hombres se matan, pero cuando se matan entre hermanos es terrible.
—¿Qué libros lee a sus hijos?
—Bueno, tengo cuatro hijos cuyas edades van desde los catorce a los tres años. A los pequeños les leo los cuentos que eligen ellos mismos o que les compra mi mujer, cuentos de animalitos y esas cosas, sencillitos… Son aún muy peques. A los mayores, desde su edad escolar he procurado darles a conocer a través de las lecturas que por desgracia no tienen en el colegio a aquellos personajes históricos que siempre he admirado, como Blas de Lezo y otros héroes españoles.
—¿Qué libros lee ahora?
—Ahora leo muy poco, no tengo tiempo, me cuesta mucho pararme a leer, y veo que tengo que releer cosas que he olvidado y que necesito para esta pelea en la que estoy embarcado. Pero en la edad de formación, la más fructífera, lo que leí sobre todo fue ensayo e historia. De hecho, hubo un momento en que decidí que no leía más novela, sobre todo novela actual. Miraba atrás en el tiempo literario y veía que lo que más podía ayudarme en lo personal, pero sobre todo en lo profesional, era el conocimiento documentado de la Historia, aunque con algunas excepciones, claro, como los Episodios nacionales. Gabrielillo, Inesilla… Desde mi punto de vista son una cosa deliciosa. De joven me entusiasmaban, pero hoy por hoy creo que Benito Pérez Galdós es imprescindible. Pienso que si todo desapareciese, a través de los Episodios nacionales podría conocerse perfectamente una parte muy importante de nuestra historia. Al mismo nivel me interesan Claudio Sánchez Albornoz (con preferencia personal absoluta frente a Américo Castro), Julián Marías, Jünger o Zweig, y he leído mucho de Historia de España, aunque no de Prehistoria; sí más desde la Reconquista hasta la Guerra Civil. Sobre esta parte, los autores que me interesan, paradójicamente no son españoles… de todos me quedo tal vez con Stanley Payne.
—Es curioso, porque todos esos escritores que ha citado están muy alejados de su ideología política; Sánchez Albornoz era republicano, Galdós un progresista, liberal…
—Claro. Es que yo creo que lo importante es acercarse a la verdad, independientemente de la ideología. Esos hombres son un buen ejemplo de eso. La ideología en general creo que es mala, de hecho yo no me defino ideológicamente; me parece complejo… ¿Conservador, liberal, democristiano…? Creo que las ideologías son recetarios que en un momento dado pueden responder a los problemas concretos de una nación, pero lo que vale para la España del año 80 no tiene por qué ser útil en la de 2020.
—Ya que hablamos de idearios, y puesto que el tema está sobre la mesa de la cultura y la política de nuestro país, ¿cómo le ha contado a sus hijos la Conquista de América?
—Pues mira, precisamente el otro día se lo conté a mi hija de doce años, que me pidió ayuda para un trabajo de clase sobre el feminismo y la mujer. Le sugerí la idea de que hablara de la reina Isabel la Católica. Al leer detenidamente la vida de esta mujer singular, mi hija entendió perfectamente: bajo el reinado de esta mujer se culminó la Reconquista después de siglos de invasión; ella fue quien apoyó a Colón impulsando el descubrimiento de América, y tal vez lo más importante, que creo a muchos se les olvida: había protegido a los indios .
—¿Asume por igual las luces y las sombras españolas en América?
—Desde luego que la conquista de América tiene luces y sombras (creo que más luces que sombras), pero debemos recordar que la política de la Corona trató de corregir muchos de los errores, para lo cual, por iniciativa real y con el apoyo del Cardenal Cisneros, se desarrolló todo un debate legal e ideológico nunca antes planteado. Acorde con la ideología de aquellos siglos, el alma de los indios debía ser salvada, por lo que lo verdaderamente lícito era protegerlos y evangelizarlos. Y así se hizo. O se intentó, aunque no siempre saliera bien; de hecho Colón fue destituido por alejarse de esas instrucciones en algún momento dado. Esto es lo que yo le he explicado a mis hijos: que hay muchos motivos para sentirnos orgullosos y que las gentes de Hispanoamérica son nuestros hermanos.
La cultura
—Según Santiago Abascal, ¿cómo está resultando el binomio política-cultura en nuestro país?
—Yo tiendo a pensar que la cultura es algo que hay que tratar de cultivar en la educación, pública y privada, y creo que si la cultura tiene la fuerza y la calidad necesarias debe vivir perfectamente sin la política. La verdadera cultura emana de la sociedad, no del Estado, pues el momento en el que el Estado debe apostar por ella es precisamente en su origen, es decir, en la educación del individuo. Lo digo porque a veces se disfrazan con la palabra cultura cosas que no deberían llevar ese nombre, y que solo aspiran a la subvención pública. Se ha tendido a mezclar cultura con política y, lo que es más injusto, se ha tendido a mezclar cultura con izquierda.
—¿Cree que es posible llegar a cambiar esas tendencias?
—No me cabe duda de que se pueden separar, pues de hecho están separadas en el origen. Mira, las personas que generan cultura (creadores, docentes, escritores, músicos, pensadores) son de toda condición, procedencia e ideología. Sin embargo, hay una especie de mantra que identifica a la cultura con una ideología concreta, enarbolando la frase “el mundo de la cultura dice» esto o lo otro. Bueno, vamos a ver, “el mundo de la cultura” va mucho más allá del listado de los que firman un manifiesto. A veces se tiende a reducir la cultura a una sola perspectiva ideológica, olvidando todo lo demás.
—¿Y qué pasa con el patrimonio riquísimo de nuestro país? ¿Debe actuar la política al respecto?
—El Patrimonio Nacional que está poco a poco degradándose sí debe ser intervenido por las instituciones. Sé que eso es muy costoso, pero si las instituciones dejaran de volcar los recursos en una organización mastodóntica como la de las Autonomías se podrían jerarquizar las prioridades. Nosotros solemos decir “o pensiones o Autonomías”. Pues este es un caso similar. No todo es posible. Mira, la fuerza que España tiene en el mundo se basa precisamente en que desde fuera nos ven como una unidad; ven lo que España representa en el mundo; no ven las 17 partes administrativas de España, sino a un país que ha determinado en gran medida la Historia Universal. Yo creo que tenemos que ser capaces de poner eso en valor. Es sorprendente que fuera nos vean así y que dentro eso se oculte; o lo que es peor, no se transmita a las generaciones venideras.
—Lo que nos lleva a otro de los temas que hoy quiero plantearle: la educación, primera víctima de las políticas que han ido mermando su calidad y eficacia en los últimos tiempos. ¿Cuál es su análisis?
—Las políticas educativas en los últimos años y su tendencia a la especialización extrema nos han situado en la contradicción de ver que generaciones como la nuestra (yo soy nacido en el año 76), con un acceso indiscutible y generalizado a las educaciones superiores, sin embargo carecen de una cultura general tan buena como la que tenían nuestros padres, muchos de los cuales no consiguieron ni siquiera llegar a la universidad. No quiero mezclar este hecho con las libertades públicas que había en España en esa época, pero desde el punto de vista de la cultura general, probablemente estamos peor formados que las generaciones que estudiaron antes de la democracia, y yo creo que eso nos tiene que llevar a una reflexión profunda de la situación.
—¿Qué opina de la manera en la que se está enfocando la enseñanza de la Historia de España?
—Creo que se ha contado de una manera aséptica, cuando no negrolegendaria. Frente a la leyenda negra yo no quiero una leyenda rosa, pero creo que España en términos generales es un país que sale muy bien parado en la Historia, y aun así estamos siempre discutiéndola. Nadie discute a Inglaterra ni a Francia. Pero España siempre es discutida. Pero lo cierto es que si salimos fuera y luego volvemos a España vemos que en ella hay una calidad de vida y unas oportunidades para emprender magníficas. Con todas sus dificultades, pero magníficas. España es un país maravilloso, pero el hecho de ser incapaces de apreciar el presente nos incapacita para valorar el pasado. En cuanto al análisis a pie de aula, he tenido la oportunidad profesional y el interés personal (soy padre de cuatro hijos) de conocer los libros de las diferentes Comunidades Autónomas de esa asignatura que ahora llaman conocimiento del medio para los niños de entre 8 y 12 años y por ejemplo en mi tierra, Álava, casi todas las editoriales se alejan de España. Parece como si España misma no existiera. Hay una herencia colectiva que no le estamos entregando a nuestros jóvenes, y eso debe cambiar.
—¿Cree que la escuela en la actualidad estaría prisionera de las ideologías?
—Sin duda. Yo tengo cuatro hijos y lo conozco de primera mano. Las escuelas deben transmitir conocimientos y valores compartidos, no valores discutidos.
—¿Estamos a tiempo de construir una escuela más culta, menos fiscalizada por la política?
—Siempre estamos a tiempo de hacer grandes cambios, pero los deben emprender las sociedades. Creo que en gran medida, España está reaccionando no ya políticamente, sino culturalmente frente a muchas cosas que se daban por supuestas y que a día de hoy comenzamos a poner en cuestión. Hay una necesidad real por parte de la gente joven de que les den razones para sentirse orgullosos. Incluso aquellos más desafortunados en lo personal buscan el refugio de encontrar el orgullo de sus raíces, de su memoria, de lo que culturalmente somos todos los españoles. Los jóvenes (lo sé porque miles de ellos nos siguen), asqueados de oír críticas a su país, a su bandera, a su historia, exageradamente oscurecida, están hambrientos de poder sentirse bien. La autoestima es buena para una persona, pero es absolutamente necesaria para una nación.
—¿Y los héroes desterrados de los libros de texto? ¿Cree que ese hecho singular ha tenido consecuencias en estas generaciones?
—Yo creo que al final, cuando los héroes desaparecen se llevan con ellos aquello que cohesiona a una sociedad. El hombre tiene necesidad de heroísmo y admira ese tipo de comportamientos. Lo que ocurre es que ha habido también determinado antimilitarismo, que ha llevado a identificar el heroísmo, el honor y los conceptos más elevados solo con lo militar, desprestigiándolos. Yo creo que hay que recuperarlos. En el ámbito militar hay textos, referencias, que están llenas de valores profundísimos y que no solo valen para la milicia sino también para la sociedad. Hay una frase que me gusta mucho: “Nos reímos del honor y luego nos extraña vivir entre traidores”. Los valores son tan necesarios para la convivencia que en cuanto los esbozas no ya con la retórica sino con el comportamiento, enseguida ves a mucha gente deseosa de seguir a quien los enarbola.
La lengua
—La lengua española es el gran patrimonio de España, hablada por más de 570 millones de personas en todo el mundo ¿Qué opina sobre la fragmentación y progresiva falta de unidad de la lengua dentro y fuera de las fronteras españolas?
—La política de los últimos años ha ido inoculando el virus del particularismo poniendo el acento en todo lo que nos hacía diferentes, cuando realmente lo importante es lo que España ha aportado al mundo. A veces hablamos de Blas de Lezo como el gran héroe, y efectivamente su comportamiento era heroico, pero olvidamos que es la consecuencia de dicho comportamiento lo verdaderamente importante. Sin él, probablemente hoy no se hablaría español en Hispanoamérica, porque el Imperio Inglés habría llegado esquilmando la huella de cualquier resto de lengua española en el continente. Hay una frase que leí a Pérez-Reverte en Twitter citando a Federico García Lorca, y que yo he utilizado en más de una ocasión, que dice: «El español que no conoce América no conoce España”. Y es cierto. Porque una cosa es que te digan “allí hablan español” y otra es que puedas ir al otro lado del mundo y ser uno más, entenderte como si estuvieras en tu propia casa.
—¿Y qué pasa con las lenguas regionales?
—Yo creo que son un patrimonio común que ha de ser preservado, pero hay que perseguir con toda saña la imposición, que es pareja a la persecución del español. Mira, yo soy alavés, y Álava es una provincia castellanoparlante en el noventa y seis por ciento de su población. Sin embargo a día de hoy no se pueden escolarizar a los niños en el sistema español más que en un colegio en toda la provincia .Eso es tremendo. Yo no tengo ningún problema con las lenguas regionales que traducen algunos de mis apellidos vascos, ni con la lengua gallega, que es la lengua en la que me habla mi abueliña, que tiene 90 años. Es más, me siento emocionalmente ligado a ellas. Pero la lengua en la que me expreso, la que entiendo y sobre todo la que me conecta con millones de personas por todo el mundo es el español, y esa es una herencia que nos han entregado y que no podemos tirar por la borda.
—Precisamente de esa cohesión se encarga la Real Academia de la Lengua desde hace más de trescientos años. Un trabajo encomiable lleno, como es de suponer, de aciertos y errores. ¿Qué opina de esta institución?
—No tengo elementos de juicio para juzgar el trabajo de la RAE, la verdad. Sé que ha habido un debate reciente sobre el lenguaje inclusivo, pero no sé exactamente en qué ha quedado. A mí en general me preocupa la politización de las instituciones culturales y creo que en la medida en que la RAE tenga como misión la preservación de la lengua española y se aleje de cualquier tipo de instrucción ideológica estará cumpliendo con su misión. Igual que no se puede poner puertas al mar, la fuerza extraordinaria de la lengua española en todo el mundo es ganadora. Estamos viviendo momentos muy difíciles en España, de división, pero no van a poder terminar con nuestra lengua común; no va a desaparecer de ninguna Comunidad Autónoma, porque la inercia histórica es extraordinaria y el sentido común al final triunfa. También veo con preocupación, y lo padezco con mis hijos, el empobrecimiento de la lengua española por la forzada convivencia con segundas lenguas extranjeras en los colegios. La educación bilingüe (o trilingüe como se está imponiendo ahora) es un sistema idealizado que lleva aparejados problemas muy serios de los que apenas se habla, como las materias que se dan en inglés exclusivamente y que han llevado a los alumnos a un problema de empobrecimiento del vocabulario especializado muy serio. Por lo tanto, yo creo que hay que apostar por conocer la riqueza que tenemos, que es el español, y a partir de ahí, inoculando a nuestros jóvenes el amor por nuestra cultura, hacer un esfuerzo extraordinario para que los españoles nos pongamos en las posiciones que ya poseen otras naciones en relación con la enseñanza de las lenguas extranjeras.
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