Fotografías: Carlos Ruiz
Cinco libros en cinco años. Y, entre medias, un premio Planeta. La vida de Dolores Redondo, como su obra, ha cambiado de escala, aunque su esencia siga siendo la misma. Así lo demuestra en El lado norte del corazón (Destino), una novela que hace las veces de precuela de su trilogía del Baztán, y en la que aporta al lector más claves sobre quién es la inspectora de la policía foral de Navarra Amaia Salazar y qué la ha llevado a ser como es.
La novela transcurre entre el valle del Baztán y Nueva Orleans, en Estados Unidos, adonde Amaia tendrá que viajar para completar un curso de intercambio de Europol con el FBI. A las órdenes del agente Aloisius Dupree, Amaia Salazar tendrá que seguir la pista de un asesino en serie: «el Compositor», un hombre que aprovecha el caos que desata el huracán Katrina para cometer sus crímenes. Este escenario permite a Dolores Redondo desplegar la riqueza cultural y sincrética de esa ciudad del estado de Luisiana, además de explorar el mundo del vudú y la magia negra. En medio de una tormenta de proporciones ciclópeas, Amaia avanza en sus demonios y en los del tiempo presente. Una vez más, pasado y futuro mezclados en el dolor de una familia y en los tenebrosos recuerdos sepultados en los bosques del valle de Baztán.
Maltratada de pequeña por una madre maligna, Amaia Salazar tuvo que volver al lugar del que huyó. Lo hizo en la primera entrega, El guardián invisible. Enfrentándose a los homicidios de las jóvenes que aparecían muertas en las orillas del río, la inspectora debió plantar cara a una infancia dominada por el miedo que le metió en los huesos su madre, una figura que recorre, cual espectro, toda la saga. Porque en estas páginas el mal siempre está cerca, empujando a hombres y mujeres a cometer atrocidades.
En El guardián invisible todo giraba alrededor del ser mitológico Basajaun. Más tarde, los pasos de Tártalo, una especie de voraz cíclope de la mitología navarra, era el elemento que daba sentido a los asesinatos rituales de Legado en los huesos, novela a la que siguió como cierre de la saga Ofrenda a la tormenta, un libro concebido alrededor de Inguma, un demonio que asedia a los niños pequeños y entra en las casas para robarles el aliento.
En cada entrega, Amaia Salazar tiene que investigar y aclarar un crimen, y lo hace dotada de una profunda inteligencia que, junto a su condición de víctima, le permite resolver los casos a los que se enfrenta. A medida que ella investiga sobre los asesinatos, responde a las preguntas sobre sí misma. Amaia ilumina sus miedos y sus propios demonios. En esta nueva entrega, El lado norte del corazón, ocurrirá lo mismo.
En estas páginas reaparecen personajes del universo Baztán —la tía Engrasi, por ejemplo—, pero también los fantasmas del pasado, a los que la inspectora Salazar tendrá que enfrentarse. Dolores Redondo vuelve en esta novela sobre sus grandes temas: el matriarcado, la familia, los seres mitológicos, la magia negra y, sobre todo, la naturaleza del mal como fuerza contra la que el ser humano debe enfrentarse.
Cuando publicó la primera novela de su aclamada Trilogía del Baztán, Dolores Redondo tenía poco más de 40 años. No era su primer intento; ya entonces atesoraba una decena de manuscritos y en 2009 había publicado Los privilegios, una novela hoy descatalogada. Con Todo esto te daré ganó el Premio Planeta en 2015. Hija de un marino, se crio en el pueblo de Pasajes, una pequeña ciudad lluviosa de San Sebastián en la que comenzó a leer y escribir desde muy pronto. Hoy, tiene más de dos millones de lectores y sus libros se han publicado en 36 países. Ha sido madre, abogada, aprendiz de grandes chefs, lectora insistente y autora en la lenta cocción de una voz profunda. Dolores Redondo ha sido todo aquello. Se ha hecho en el largo camino en el que vida y literatura se cruzan y se separan.
—Cinco años, cinco novelas, entre ellas un Premio Planeta. ¿Dolores Redondo no descansa nunca?
—Ahora estoy con la documentación y el comienzo de otra novela mientras hago esta. Una novela me lleva a otra. Es una urgencia. Cuando estoy terminando una, otra llama urgentemente a la puerta.
—Con esta precuela usted resitúa la trilogía. Sin embargo, Nueva Orleans y el FBI estaban ya presentes en la saga. Ya tenía prevista la precuela de antemano, ¿cierto?
—La historia que se cuenta en la trilogía, que está inspirada en el crimen de la pequeña a manos de una secta, está completa. Cuando yo publiqué El guardián invisible toda la estructura de las novelas que la seguirían estaba perfilada. Por tanto, yo sabía lo que iba a pasar y fui sembrando las semillas para llevar al lector hasta esta novela.
—De hecho, los personajes que aparecen en esta novela estaban presentes: Dupree, la nana, el agente Johnson…
—El lector los conoce, claro. Aparecen en las otras novelas, ya sea en una llamada telefónica, una mención… De hecho, cuando se hizo el avance de la novela y dijimos que ocurría en EEUU, a los lectores de la trilogía no les extrañó para nada que ocurriera en Nueva Orleans, porque ya estaba presente.
—La cultura mestiza de Nueva Orleans amplía el imaginario fantástico de su universo literario.
—Tiene muchísimo que ver. Cuando escribía de Inguma, aquel demonio de la muerte de cuna y que bebe el aliento de los niños, lo encontré también en otras mitologías y, sobre todo, en el vudú. En Japón hay uno muy parecido, también en Vietnam, y en la cultura sumeria. Desde el principio de los tiempos, y en distintos lugares del mundo, el ser humano le ha dado nombre a sus miedos y les ha buscado explicaciones.
—La condición de Amaia como víctima le permite comprender los crímenes. Los asesinos de sus novelas están enajenados.
—En esta, el asesino está inspirado en uno real. Este hombre se justifica con motivaciones superiores. Intenta justificar su terrible crimen diciendo que le hace el trabajo a Dios, porque redime a sus víctimas antes de que pequen. Él los manda al cielo. Es fascinante y a la vez asqueroso asomarse a alguien así. Este asesino no tiene afán de protagonismo, no firma sus crímenes de manera muy evidente, tampoco elude su responsabilidad. Se ve a sí mismo como un redentor. Ni siquiera se suicida, porque cree que si lo hace no irá al cielo.
—El padre de Amaia, ¿es un verdugo, un cómplice o un débil? ¿Qué ocurre con él en esta novela?
—Había una deuda pendiente sobre la injusticia que suponen los abusos dentro del hogar. En mis novelas, la importancia de la pertenencia a la familia está presente, para bien y para mal. Sentí que debía explicar que, cuando dentro del ámbito del hogar se produce una agresión a uno de sus miembros, todos los que ocultan, tapan y callan —porque creen que es mejor— se convierten en culpables y cómplices. Es difícil juzgar a tu propia familia. Sólo es posible cuando sales de ese ambiente.
—Es lo mismo que vive Amaia desde el comienzo de esta historia.
—Mientras ella es una niña y vive con su tía es incapaz de ver y entender su circunstancia. No puede entender cómo ha llegado hasta ahí. Ya en el Valle de Baztán, siendo adulta, cuando ve otras familias y otros modos de vida, se da cuenta de que no solo existía un monstruo malvado y depravado en su familia. Cuando en un hogar se abusa de alguien, sea un niño, una mujer o un anciano, los que callan son culpables.
—Los lectores estarán eufóricos con la aparición de Engrasi, su gran faro en medio de la oscuridad. ¿Puede hablarnos más de ella?
—Es la única que está consciente de todo lo que está pasando. Ella tiene un vínculo especial, el del amor verdadero hacia la niña. Es la única que entiende que la niña tiene una madre monstruosa y que el padre no hace lo que debe y, por supuesto, que hay un daño tremendo que le causan. ¿Por qué la exiliada de la casa es la niña y no la madre? Ese sentimiento está presente. Por eso Engrasi sabe que abre una tumba a los pies de la niña, un hoyo en el que ella, esa Amaia niña, terminará cayendo. La están enterrando entre todos. Es muy duro para Engrasi.
—La inteligencia excepcional de Amaia nos aporta a una heroína tan brillante como insolente. ¿De dónde viene eso?
—Las personas sometidas a cierto tipo de presión, y que están expuestas al conocimiento de algunos aspectos crueles de la existencia a edades muy tempranas, tienen una manera especial el modo de ver de ver el mundo. Y aquí voy a hablar de mi propia experiencia.
—Usted, claro, fue hija de un marino…
—He vivido el duelo en mi casa. Enfrentarse a la muerte a los cuatro o cinco años te sitúa en un punto de vista distinto. Cualquier persona sometida a esa situación puede convertirse en alguien frágil, en una víctima. O también en lo contrario. Puede aprender a razonar de un modo distinto. Ese es el caso de Amaia. Ella ha estado sometida a pruebas muy difíciles. Pudo haberse convertido en una neurótica, pero no. Eso la hizo fuerte. Claro que ella es frágil, y en esta novela es más visible, porque tiene 25 años. Es una hoja en blanco. No se maneja bien en los ámbitos burocráticos, no respeta la cadena de órdenes, se adelanta y se equivoca. Creo que eso lo experimenté yo.
—El norte no es una geografía, es una coordenada moral. No demasiado optimista, por cierto.
—Soy optimista con respecto a que sé que hay gente que sigue preocupándose por los asuntos humanos Una vez más el elemento fantástico está presente: en este caso es el vudú, una religión que practica mucha gente.
—Pero es que a usted le pueden las brujas. Es una manera de entender y explicar el mundo de este ciclo de novelas.
—Y de entender a las mujeres. Todos aquellos a los que les gusta la palabra «bruja» deberían leer a Julio Caro Baroja para entender la figura de la mujer dentro de la sociedad, y la importancia de la brujería en la sociedad, sobre todo en Europa. La mujer que no vivía bajo el yugo del marido o estaba aparte de la sociedad, sola en la casita del bosque, con la lumbre, resultaba inquietante y le llamaban bruja, porque había decidido vivir sola, porque era independiente, tomaba sus decisiones de tener o no tener hijos. Todo eso escapaba al concepto masculino y por eso se las llamaba brujas. Luego está la otra parte, la mujer que tiene un vínculo con el mal y decide ser bruja de otra manera. Pero el análisis de la bruja en la sociedad europea merece ser puesto en su lugar como base de la independencia para la mujer.
—Las mujeres de sus novelas reproducen, de hecho, un matriarcado muy vasco.
—En la sociedad vasca, sobre todo, eran mujeres solas. Se genera un matriarcado, y no porque la mujer sea la que ostenta el poder, sino porque le toca. Están solas en casa, embarazadas, con dos niños más y un montón de vacas y de tierra que tienen que trabajar. Están solas porque su marido se ha ido dos años a hacer la ruta del cacao y ya vendrá, o no vendrá, y ellas tienen que sacar adelante su casa, con sus cuñadas, sus hermanas. Entre ellas atienden los partos y las enfermedades.
—En su casa era así. Su padre era marino y estuvo ausente, navegando.
—Mi padre trabajó mucho. Él sacrificó toda su vida estando en el mar, en condiciones muy duras. Mi padre se ha ido a pique tres veces, ha visto morir a gente que navegaba con él, ha surcado todos los mares del mundo y ha estado superlejos de casa y muy solo. Ha tenido que vivir acontecimientos terribles de la familia estando muy lejos. Ha tenido que enterarse, por una radiotelefonía, de circunstancias terribles: muertes y enfermedades. Mi padre ha tenido una vida durísima, pero es que mi madre ha pasado por esas circunstancias terribles, sola en casa.
—Siempre ha dicho que escribe novela mestiza, que no hace una sola cosa. ¿Sigue pensando lo mismo?
—Sí, porque los márgenes de la novela negra se me quedan pequeños para contar lo que quiero contar. Quiero hablar de la familia, que es un hilo conductor constante en mis novelas. Me importa hablar de la pertenencia a esa familia y lo que significa vivir bajo el yugo de una familia, es lo que ocurría en Todo esto te daré. Hablo qué significa, para bien y para mal, el vínculo y lo difícil que es deshacerte.
—Usted ha sido traducida y publicada en 36 países. ¿Qué es lo universal en su obra? ¿Qué hace a tantas personas distintas conectar con ellas?
—No sé si tiene que ver con el miedo, que creo que es universal. Al estudiar la mitología descubres cómo distintos mitos sirven para dar nombre al mismo miedo. Es algo que se repite a lo largo de la historia, pero la explicación en el fondo es la misma y el modo de operar de los demonios también, igual que la forma de combatirlos. No sé si también influye el tema de la familia. Los conceptos pueden variar de una familia a otra, desde el modelo más mediterráneo o los rasgos más celtas de familias como las gallegas, y aun así es bastante extrapolable.
—¿Reconoce rasgos de madurez literaria? ¿Qué cosas han cambiado para Dolores Redondo? ¿Cuáles ya no son las mismas? ¿O cuáles siguen siéndolo?
—Son infinitas y pequeñísimas, y que se expresan en decisiones o aspectos que pasan de un modo natural al escribir. El proceso de escritura sigue siendo similar, porque es el que me funciona. Las historias están ahí llamando a la puerta, y voy documentándome para una novela mientras estoy de promoción con la otra. Creo que si cambio ese método puede no funcionar: sería volver a casa tras una promoción a un escritorio vacío y una página en blanco.
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