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Fernando Arrabal: «En las antípodas, los canguros fornican al revés»

Fernando Arrabal

Habría que inventar un género nuevo en el Periodismo. La entrevista «arrabalaica», o «Dos días con Arrabal y mail mediante»; sería un cruce entre el reporterismo gonzo, el perfil lírico, el disparate racional, la partida de ajedrez y una comida que empieza por el postre y acaba por Dios demostrado –o no– por una apuesta al flipper, según confesión del dramaturgo a un gitano, pastor evangelista, que nos quiso vender Lotería de Navidad en la Plaza de Santa Ana.

Fernando Arrabal.Fernando Arrabal (Melilla, 1932), último de nuestros genios vivos, escapa al tiempo y a los tiempos; campea con brillo entre dos idiomas, el francés y el español; quizá por haber venido al mundo en Melilla, donde se entrecruzan dos mundos al amparo del sol y la miseria. Hijo de un padre al que sigue buscando en una tragedia griega y biográfica, Fernando Arrabal bebe la gloria literaria en Francia, país donde los «youtubers» aún no firman en los actos literarios, donde las vacas sagradas de la Literatura hacen cola frente a su domicilio, a horas con un raro minutaje, la hora «a y 43» en una tertulia por donde aparecen, entre otros, Houllebecq y juntera pareja. Fueron dos días con Arrabal que principiaron con una rara merienda maquinada por Raúl del Pozo y que continuaron con un almuerzo al día siguiente y con la entrevista que aquí se presenta, preludiada por una larga correspondencia digital. Arrabal es un género en sí mismo, porque brilla en las respuestas y se pregunta, o se repregunta directamente, con algo de duda cartesiana al sol del Dios Pan. Porque con Arrabal (dramaturgo, escritor, cineasta y mil cosas más) no vale el compartimento estanco del Periodismo ni de nada. Hombre matemático, ajedrecístico, en su conversación el orden es caos, y el profano se da cuenta de que no hay nada más irracional que la racionalidad extrema.

Surrealismo o no, con Arrabal habló el entrevistador de los sueños, de su insomnio. Su humanidad se vio cuando paró, templó y mandó, de repente, en la comida a cuatro para hablarme de lo onírico. Meses después seguía preocupándose por mis desvelos de madrugada. Concertamos una entrevista cuya cita fijó con un preciso adelanto, y que continúa, o reincide, en aquellos dos días, ya lejanos, de octubre en los que Arrabal presentó un documental testimonial por Madrid:  Arrabal: el genio y la locura, dirigido por Javier Esteban Guinea. Escandalizó lo escandalizable;  pensó en asesinar a Franco enviándole al Caudillo un libro de Santa Teresa de Ávila con veneno en la cubierta.

Arrabal/Courbet. Foto: Christele Jacob

–(Fernando Arrabal) …por despiste tengo tres horas y cincuenta y cinco minutos de adelanto arrabalaicamente… ¿Durmió bien…?

–(Jesús Nieto) Sí, Muchas gracias. La última vez que nos vimos cara a cara, hablamos de Dios, le dije que usted maneja como nadie las nuevas tecnologías. Pasó un gitano vendiendo Lotería por la tasca entre otra serie de anécdotas. Recuerdo que cuando llegó el camarero, usted, del menú, inquirió lo primero por el postre…

–…sin internet el abuelo de Cervantes ni conocería al Quijote.
Yo comería siempre lo mismo. Obviamente. Dos huevos fritos. Y de munición: pistachos. De bolsa azul. Son los mejores. «Tostados en seco y sin sal». Incluso entre los gatos con siete vidas la mortalidad es del 100%. Comiendo los pistachos uno a uno: placer de dioses. Y de postre ¡nada! Ya casi nadie se atreve a freír un par de huevos. Vaya usted al Ritz de Barcelona o al Waldord Astoria de Shanghái y ¡pida churros! Es cosa de menos valer. No digamos los pistachos.

Este «restaurant» ¡no es el rastro!

"Yo comería siempre lo mismo. Obviamente. Dos huevos fritos. "

En los mejores comederos hago como que me tiro al postre. Para evitar mayores perjuicios. Suelen ser horrorosos. Pero a veces… Los «óperas» son ladrillos de chocolate. Los «tiramisús» huelen al alcanfor. Yo sufro mucho en las casas de comidas. El nuevo gobierno europeo debería condenar a los comederos sin pistachos. Y a cadena perpetua a los que no tienen huevos fritos. Las únicas ventajas del gazpacho y del porridge es que no tienen espinas.

–¿En qué momento dejamos de ser elefantes y abrazamos el capitalismo?

Fernando ArrabalCapitalismo y su contrario nunca existieron. Todos queremos ser los más ricos. Pero al mismo tiempo todos anhelamos sacrificarnos. Dar la vida por Dios, por la Patria. «Y todo lo demás». Si el ratón fuera rata le besaría la rata en que se volvió. Todos queremos ser seductores… y al mismo tiempo ser, día y noche, puteros. Todos queremos morir de amor y gozar con el más hermoso y anónimo culo. Incluso forzando. Pero «civilizadamente». Los toros en pijama son picadores.

Lo infinitamente banal asusta por su normalidad. Abrazamos tarde el mito capitalista. En el XVI los ingleses se forraban. Cuando los pánicos y los hispánicos vivíamos de las rentas. Coloniales. Estamos aún en la magnificencia. Mientras los elefantes de Aníbal se chupan la trompa.

–¿En el mayo del 68 francés, se sintió estafado? ¿Qué le sucedió en el Colegio de España de París?

–Decidí ocuparlo. A dos. Con un argentino. Estrambótico y sensato. Más enigmático que el Che. El Colegio de España podía abandonar la dictadura. Incluso los privilegiados becarios. Y bancarios. Tuvieron que ceder por nuestra violencia… y la fuerza de las bayonetas. Inmediatamente los rebeldes que llegaron quisieron repetir 1936. Prefirieron la derrota a renunciar a sus partidos. O a sus quimeras. Es normal. No sólo los diplodocus snobs llevan zapatillas de marca

–¿De qué nos salva la racionalidad? ¿A qué nos condena?

–Del fanatismo. De la credulidad. De la negación de la realidad. ¿O debería hacerlo? Aunque quedemos condenados a dudar por los siglos de los siglos. Toda mónada tiene un quehacer determinado: su razón de ser.

–Desde la distancia y desde el ajedrez, ¿qué torres y qué heridas nos quedan por jugar?

–Las de la sutileza. León Felipe en el destierro se quejaba: «¿Por qué los españoles hablan tan fuertemente?» Setenta años antes del debate. Con cuatro auténticas lumbreras. El «basket» es menos aburrido con balones de rugby y los razonamientos con sofismas.

–En cierta ocasión me dijo que se jugó la existencia de Dios al flipper (variedad de máquina recreativa)…

–Contra las canas: corbata de pajarita. El Emperador de Asiria se la jugó al «flipper». Estaba a punto de dar con ella. ¡De ganar! En el último instante un borracho aporreó la maquina : «tilt». Como en la vida. Después de recorrer los arrastraderos del obscurantismo atravesamos los senderos de las mistificaciones luminosas.

–Me interesa mucho esta deriva teológica.  ¿En qué se puede tener fe?

–Sólo confusamente: en el rigor matemático del tohu bohu. ¿Después del big-bang? ¿Abriga algo que le acompaña? En lo profundo los buzos miopes son visionarios.
Fernando Arrabal

–¿Ha visto bien a Cervantes en Madrid, en su cuarto centenario?

–¿Visto? Ni su mejor retrato es creíble. He leído. Mucho más de la cuenta. Un entendido de muy mala uva me dijo ayer en el Ateneo: «Qué mala suerte tenemos con nuestros indiscutibles maestros. Nuestro fénix dramaturgo: familiar de la Inquisición. Nuestro genio pintor: militante de la peor tiranía. Nuestro divino parlante: mussoliniano. Nuestro impar novelista : proxeneta. En verdad nuestros imprescindibles genios no cambian nunca de signo de zodíaco».

A palabras necias oídos sordos. A los gatos no les gusta que se le mire con semejante tono.

–¿Cómo lleva la genialidad?

–La presunción es casi más cursi que la provocación. Salvo el vicio, ¿nada más excitante que la virtud?

–¿Y la fama?

–Hay quien intenta agarrarle el copete. Y de paso a la fortuna. Copete y fortuna tan incontrolables que los rastreadores pueden caer en Panamá. Las moscas tsé-tsé de Hollywood sueñan en tecnicolor.

–Como genio ha conocido a genios. ¿Entre los genios hay algún sindicato o espíritu de clase?

"Hoy la mayoría de los países son tan sensibles a la discriminación que los polis llevan bozal como los perro-lobos"

–Los urólogos con Parkinson se vuelven masturbadores convulsivos. La verdad es que trato o he tratado con personalidades geniales. Por casualidad. Me trataron con demasiada benevolencia. Algunos me salvaron o intentaron salvarme de las cárceles del antiguo régimen. Hoy la mayoría de los países son tan sensibles a la discriminación que los polis llevan bozal como los perro-lobos.

–Me dijo usted, en la misma comida, que la estatua de Lorca en la Plaza de Santa Ana tenía algo de mediopensionista

–Lorca y Calderón eran de otra época. Con la crisis un «abridor de ostras» manco puede reciclarse en jefe de orquesta.
Calderón, desde su trono, mira concentrado el trasero de Lorca. El cual trata de comerse una alondra. Se la relame de gusto. ¿Creyendo que es ¡una paloma!? La más agresiva de las aves. La tortilla la inventó un abortador de alondras.
En realidad fui yo el mediopensionista. En el colegio San Antón de Madrid. Con Jacinto Benavente, Camilo José Cela y Víctor Hugo. El cual escribió siempre sin hache el nombre de su inolvidable calle «Ortaleza». En las antípodas los canguros fornican al revés.

–También me dijo que Rajoy le tenía «hincha» por algo de unas banderas izadas en Melilla…

–¿»Hincha»? Yo creo que ni me vio. Y tiene mérito pues nos sentaron en la misma mesa. Me pareció de lejos el hombre más inteligente y callado de todos los comensales. Antes tuvimos que izar banderas. A mí me tocó la de Asturias. Un «consejero especial»- a no ser que fuera un agente doble- me dijo: «Tiene suerte: la cuna de la Reconquista». A Rajoy, que era entonces Ministro de Cultura (¿o subsecretario? en fin algo de postín), le endosaron una bandera de trapillo. Luego sus enemigos inventaron que la banderita de tercera le sentó a cuerno quemado. Creo recordar que fue en septiembre de 1996. En aquel momento la levitación era más cara que la telepatía de alta definición.

Fernando ArrabalSeñor Arrabal, ¿cuál es su mayor placer? ¿Y su mayor condena?

–El ajedrez. Aunque dé el cáncer del tímpano a los que fuman por la oreja como Van Gogh. Condena: el servilismo voluntario. Pero nunca a los religiosos que leen continuamente libros de piedad: porque preparan sus chuletas para el Juicio Final.

Aunque le comenté que lo iba a intentar incansablemente, sigo sin encontrar la poesía a la matemática. Sé que es problema mío pero, ¿es grave?

La culpa es de su papá y de sus profesores de educación musical. Sin las matemáticas no creo que la confusión parezca exacta. En realidad Dios, gracias a su infinita omnisciencia, determinó el número de su pasaporte. ¡Que duerma bien!

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Fotografías: Cortesía de Fernando Arrabal

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