No parece que exista ninguna discusión acerca de la importancia del paso del tiempo en la poesía. Eternizar la experiencia cotidiana se ha constituido en una bóveda clave para los poetas, más allá de que cada cual se haya colocado de manera distinta en torno a ese río que es el tiempo, en el que algunos sienten que se pierden entre sus aguas, mientras que otros las aprovechan para darse un baño purificador.
En todo caso, y tras hurgar entre los pliegues de Entrevuelos, podríamos atisbar que su autor se encuentre cercano a la filosofía que impregnan los versos de Octavio Paz: “Yo no escribo para matar el tiempo/ ni para revivirlo/ escribo para que me viva y me reviva”. Un poeta, pues, Enrique Serrano, al que cabe adjudicarle un sentido vitalista, y que, por lo mismo, sin obviar del todo cierto material filosófico que acompaña a la celebración de la palabra, puede incluirse en el listado de quienes prefieren gozar de la “poética del instante”, de esa revelación profana que sirve para alimentar la emoción y la belleza del mundo. Nunca sabremos en verdad si es la poesía quien viene a buscarnos (…No sé, no sé de dónde salió/ de invierno o río/….pero desde una calle me llamaba/ desde las ramas de la noche”. Jorge Luis Borges) o si, por el contrario, somos nosotros quienes estamos siempre prestos a su captura. Pero tal parece, por la lectura de estos versos, que Enrique Serrano no es muy dado a los grandes enigmas, y que prefiere que esa jubilosa epifanía se muestre del modo que estime más conveniente. Entrevuelos viene avalado por su condición de finalista en un concurso prestigioso como el Leonor, de Soria. El poemario cumple en todo momento con las expectativas que acompañan a una cita introductoria del autor: su apoyo incondicional y cariño a mares y océanos, así como también al resto de las aguas, en especial, a ese río tan cercano que es Teresa, a quien dedica un hermoso poema, “Ángel”: …“Cuando añoro el silencio/ o me sobran palabras/ apaciguas con besos/ el viento de mis manos/. Cariño… Eso es ángel”. Exento de retóricas y de ornamentaciones de ningún tipo, busca llegar al lector a través de la limpieza y de la sencillez del lenguaje, aderezado por una conjunción de rima y ritmo que en ocasiones producen el efecto de una perfecta sinfonía: “”El cielo llega tarde/ la casa abre ventanas de tiempo transcurrido”.
Enrique Serrano
Como su nombre indica, los zarandeos, surcos y deflagraciones que van conformando las páginas de Entrevuelos son parte de un largo recorrido en el que lo mismo nos encontramos con el peso de la derrota: “O acaso, ¿no sabes lo que cuesta una derrota/ cuando el ojo responde al estallido”?, como sentimos el frío del desencanto: “Tan solo es desencanto/ la vigilia del hombre cuando el sueño”. Otras veces, ese descubrimiento gozoso de un mundo nuevo, esa súbita clarificación de la palabra se trasmuta en un “pájaro blanco enamorado”, en un “clamor de aguas que sale a recibirnos”. Sin que falten alusiones a la herrumbre producida por el paso del tiempo, como en el poema, “Algún tiempo después antes del ocaso”, a mi juicio uno de los mejores del libro, pespunteado con una exacta cadencia métrica (versos de siete, nueve y catorce sílabas), y cuyo final da perfecta cuenta de esa inevitable mudanza: “Ahora todo es distinto./ Las ciudades se inquietan y el amor/ como el resto del mundo/ se confunde de espaldas al ocaso”.
La extraordinaria figura del poeta japonés Makoto Ooka, adorna con sus citas algunas de las páginas del poemario. En una de ellas— la que prologa “Imagen”— Makoto Ooka nos dice, en una suerte de fatalismo, que, a su vez, constituye un aserto real (“fatum” y destino fueron alumbrados a un mismo tiempo), que “el hombre tiene la desgracia de ser líquido”. Y esa misma fluidez, esas mismas aguas tan queridas por Enrique Serrano son las que van deslizándose de un lugar a otro, planeando por el aire (agua y aire arden como un fuego inextinguible a lo largo del libro), lo mismo internándose en el territorio sagrado de las Musas como intentando alcanzar el Paraíso perdido: “Más allá de las hojas/ cuando el camino es aire/ y se cruza con el vuelo de los pájaros/ hay un lugar tranquilo donde seguir soñando/ donde agarrarse de nuevo, como un niño/ a los pechos del mundo”.
“Después de tantos años quisiera recordar”, dice el autor en el poema “He cogido un pájaro para recordar”. Conjurar el transcurrir del tiempo, el paso de nuestra conciencia por la eternidad ha sido siempre un tema recurrente entre los mejores poetas, de modo que Enrique Serrano no podía faltar a esa cita.
Uno de los más importantes poetas mexicanos, José Emilio Pacheco, lo dejó escrito en Garabato: “Escribir es vivir en cierto modo”. Y también Enrique Serrano en el título de uno de sus versos: Volar es importante. Pues quizás, a fin de cuentas, la vida no sea más que un vuelo, en el que cada cual va escribiendo su destino, o lo que lo mismo: interrogándose sobre su propio arte.
Poemario para degustar y para festejar la vida. Disfrútenlo.
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Autor: Enrique Serrano. Título: Entrevuelos. Editorial: Titanium. Torrelavega. Venta: Amazon
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