He decidido, tirando de cincel, martillo y canciones de Franco Battiato, arrancarme la máscara de Ebenezer Scrooge que, especialmente desde Jueves Santo, llevo adherida al gepeto como una sanguijuela vigoréxica que segrega cianocrilato. También he comprado en AliExpress esa tostadora cuántica de Homer Simpson que permitía hacer viajes en el tiempo. Mi plan pasa por largarme al Mesozoico, cargarme a un par de pterodáctilos y, habiendo alterado el curso de la Historia —en este caso Prehistoria, ya sé—, regresar a un presente en el que Ned Flanders es el rey del mundo, obliga a sus súbditos a sonreír con ganchos y lobotomiza al que se pasa de listo/rebelde. Prefiero que me quiten un trozo de cerebro a estar escribiendo con la sensación de tener un punto rojo en la frente. Tras el último CIS de Tezanos y ese memorable “minimizar ese clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno”, ¿qué quieren que piense? A propósito de las desafortunadas declaraciones del general José Manuel Santiago, me dice mi amigo Denis, desde el barrio neoyorquino de Chelsea: “En EEUU alguien suelta una cosa así, y la gente se pone a quemar edificios”.
Añoro los bares, las librerías y las bibliotecas. A corto plazo, los dos primeros presentan un futuro más negro que el de los periódicos de papel; las terceras, salvo hecatombe mental, imagino que irán tirando —aunque, en un país como España, cualquiera sabe—. Desde hace nueve años, Víctor Toller es el dueño del Ocean Rock Bar, mi parroquia etílica malasañera, sin la que no entendería mi más reciente vida periodística, literaria y pseudosentimental. Para sobrevivir, él y su socio Alberto Luque venden/prevenden en una web bonos de copas, cervezas y demás batidos espirituosos. Víctor me cuenta que “se ha montado un cristo” porque un exdirectivo de Google, Bernardo Hernández, creó una “plataforma sin avisar” de venta de bonos: “El tío decía que vendía bonos de 20 euros a 15 euros. Entonces, por ejemplo, tú luego vas al bar, y dices «oye, que tengo este bono», y el del bar no sabe nada”.
Adaptada a las librerías, la periodista Alejandra Meléndez y el abogado Esteban González Guitart han montado una plataforma similar: Sigue Leyendo. “La idea —me dice Meléndez— surgió un día en una conversación con Esteban, en medio de la cuarentena. Nos dimos cuenta de que las librerías independientes serían uno de los negocios más afectados por el coronavirus, y queríamos ayudar desinteresadamente, ser mediadores entre las librerías y los lectores y aportar nuestro granito de arena para que, cuando todo vuelva a ser normal, las librerías puedan abrir. Nuestro propósito es que ninguna librería de España tenga que cerrar a causa del Covid-19”. En este bote salvavidas ya tienen plaza Cervantes y Compañía, Nakama Lib, Desperate Literature, Los Pequeños Seres, Librería La Mancha o la Llibrería Ramón Llull, de Valencia.
Eppur si muove: algunos colegas están aprovechando la cuarentena para escribir, componer, publicar y hasta republicar, como el zendiano Eduardo Martínez Rico, que recupera tres novelas históricas —sobre el Cid, Fernando el Católico y Carlos V—, o mi querido David García, el decano de mis amigos universitarios, que me envía sus poemas recitados / medio cantados sobre hipnóticos loops, con un pie en el confesionalismo de Neruda y otro en las guturales oscuridades de nuestro admirado Nick Cave —y que pronto publicará en Spotify bajo el título de Un cuchillo de luz en este mundo de niebla—: “Era raro, muy raro, porque no había / nostalgia. / Sólo queríamos que se reconociese / que habíamos luchado en la vida”. Otro zendiano, Jesús Nieto Jurado, me cuenta que está montando una serie con su compañero de piso y un vecino que se llama Los bajos de Argüelles: “Les pongo cerveza y les hago que hablen de Manuel Vilas o de Elvira Sastre. Tengo una bicicleta de spinning en un semisótano donde la luz del Sol no es certera. Escribo desde el teléfono las columnas y los compromisos. Wifi es Dios”. Mi compadre rockero Néstor Rausell acaba de terminar un disco muy interesante. Y mención especial merece el cantautor Santy Pérez, quien me escribió el pasado 8 de abril: “Ayer, viendo tu entrevista con Antonio Lucas, de repente nació del tirón esta canción que te mando. Creo que alguna frase que soltasteis me hizo ir tirando del hilo, y de ahí…”.
Por lo que a mí respecta, la musa Erató me hizo una precaria visita hace cuatro o cinco días, y me obligó a perpetrar esta décima: “En el Palacio de Hielo, / Caronte montó una sede. / San Pedro igual intercede / en la frontera del Cielo / proporcionando el consuelo / a los miles que murieron, / a los miles que cayeron / por el bicho enano y puto. / Tardará en zarpar el luto / con el mítico barquero”.
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