Siento debilidad por la novela La lección de anatomía de Marta Sanz, que publicó en 2008 en la editorial RBA y luego reeditó en 2014, en una versión revisada, en Anagrama, con prólogo de Rafael Chirbes (he de decir que sólo conozco la primera redacción y no esta última). He escrito «novela», pero se trata de una obra estrictamente autobiográfica en la que la autora rememora su vida desde una perspectiva muy original: fija su atención en las relaciones que ha ido estableciendo a lo largo de su vida con otras personas del sexo femenino y cuenta en primera persona cómo le han influido las mujeres (otras niñas, su madre, sus familiares cercanas, las profesoras, las amigas de la adolescencia, las compañeras de estudios universitarios o de trabajo, etc.) en su forma de sentir, pensar y actuar.
Esto no es algo baladí. Marta Sanz ha manifestado que escribe desde la conciencia de ser «mujer entre las mujeres» y que durante mucho tiempo pensó, junto a otras escritoras de su generación, que todas ellas eran «libres e iguales a los hombres». Sin embargo, esto «fue un espejismo, un fruto de la vanidad». En Éramos mujeres jóvenes se reafirma en estas convicciones y explora la naturaleza de esas diferencias entre los sexos.
El afán de dejar testimonio de su época está muy presente en otras obras literarias de Marta Sanz, que nació en 1967 (por tanto, en la España de la Dictadura y del Desarrollismo) y llegó a la juventud en plena Transición. Ninguna de sus novelas transcurre en un tiempo o espacio remotos, sino que están ligadas a su propia experiencia vital y generacional (sobre las que, por supuesto, fabula libremente; sólo en La lección de anatomía ella misma se presenta como personaje).
En Éramos mujeres jóvenes Marta Sanz abunda en su interés por el momento histórico que le ha tocado vivir y, de nuevo, adopta una perspectiva femenina: quiere conocer los «usos amorosos» (por remedar el famoso título de Carmen Martín Gaite) del Tardofranquismo y la Transición. Para ello, da voz a mujeres nacidas entre finales de los años cincuenta y principios de los setenta, todas ellas heterosexuales (aunque algunas de sus informantes —y la propia autora— hayan podido tener algún episodio homoerótico en su juventud, pues en bastantes casos la iniciación sexual solía hacerse entre amigas). No se trata de una obra de ficción, sino de un ensayo en el que Marta Sanz va glosando distintos testimonios femeninos recogidos a partir de un cuestionario elaborado por ella misma. La autora, entre confidencia y confidencia ajenas (y como si quisiera corresponder a la sinceridad de sus informantes), acaba pintando también su autorretrato, a veces tan detallado e íntimo como el que ofreció en La lección de anatomía. Así, Marta Sanz nos cuenta episodios personales de gran potencia, con palabras breves y muy plásticas (por ejemplo, su «boda» infantil, a los cinco añitos, con un niño llamado Juanito, celebrada en el patio del colegio; su primera relación sexual, a los 15, en un hotel de París; cómo se conocieron sus padres en un autobús municipal y luego ella, de joven, escrutaba con la mirada llena de deseo a los viajeros; su debilidad afectiva, su temor a estar sin un hombre al lado; o, por poner un último ejemplo, sus canciones favoritas para follar —sobre la oportunidad de este verbo versa una de las preguntas del cuestionario—).
El libro, pues, se articula en torno a una gran cantidad de testimonios ajenos que Marta Sanz va presentando y comentando. A veces, las vivencias de esas mujeres se corresponden con las suyas y, otras, le hacen replantearse su conocimiento del mundo femenino (como la prioridad que dan muchas de sus informantes al éxito sentimental frente al laboral, por ejemplo). En un solo capítulo (titulado «Chico Wrangler») Marta Sanz se reserva la palabra en exclusiva para explicar qué es lo que las mujeres de su generación encontraban verdaderamente atractivo en los hombres (de ellos esperaban la belleza y carnalidad del modelo que anunciaba los vaqueros Wrangler, a quien cantó Ana Rossetti en un estupendo poema que comienza con el verso «Dulce corazón mío de súbito asaltado»).
Este libro tiene algo de cuaderno de apuntes de un escritor, casi de acopio de documentación para elaborar una novela, y por ello está lleno de reflexiones personales. La novelista no encara el proyecto de Éramos mujeres jóvenes como una obra científica, ni se arroga el papel de una socióloga que ofrezca resultados estadísticos, representativos y verificables, sino que actúa con subjetividad en la selección de temas e informantes, guiándose por su intuición para organizar esta gran conversación en la que pone por escrito lo que a menudo las mujeres callan o reservan para su círculo más íntimo de amigas.
Entre las muchas virtudes de esta obra, está la de que el lector (con independencia de su sexo o sexualidad) se siente interpelado por estos testimonios y rememora episodios íntimos equivalentes a los que aquí se cuentan. El cuestionario completo que sirve de base para Éramos mujeres jóvenes no se revela hasta el final, cuando lo responde —en una suerte de epílogo— el escritor Carlos Zanón. Esta voz masculina (la única del libro) sirve de contrapunto (o, mejor, de complemento) a los testimonios que se han escuchado a lo largo del libro y nos ofrece la esperanza de que Marta Sanz aborde un nuevo ensayo que se titule Éramos hombres jóvenes. Yo ya estoy deseando leerlo.
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Autora: Marta Sanz. Título: Éramos Mujeres Jóvenes. Una Educación Sentimental De La Transición Española. Editorial: Fundación José Manuel Lara. Venta: Amazon y Fnac
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