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Érase una vez en América

Cada tres años, sin faltar nunca a la cita, desde que en 2009 publicara su conocida novela El tiempo entre costuras, María Dueñas, la escritora de Puertollano recriada en la trimilenaria ciudad de Cartagena, pone en nuestras manos un nuevo libro con el que trata de ganarse el favor de un público variado y heterogéneo, con ansias de leer, sin que ello signifique que baja la guardia, que ofrezca un producto poco depurado y lo suficientemente pulido. A ciertos relamidos críticos les sigue mareando y confundiendo el hecho de que una obra obtenga, de manera rotunda, el favor general del público, sin reparar en que ya gozaron de tal circunstancia clásicos que van desde Homero hasta Dumas, pasando por nuestro grandísimo Lope, quien no dudó ni un solo instante en cargarse las más estrictas reglas del género si eso ponía de buen humor a toda esa masa que no estaba dispuesta a perderse ni una sola de sus comedias: “Y escribo por el arte que inventaron / los que el vulgar aplauso pretendieron, / porque, como las paga el vulgo, es justo / hablarle en necio para darle gusto.”

"Las hijas del Capitán es un paso adelante. Es una obra más cuajada, más ambiciosa, escrita con mayor temple que cualquiera de las tres anteriores"

Las hijas del Capitán es un paso adelante. Es una obra más cuajada, más ambiciosa, escrita con mayor temple que cualquiera de las tres anteriores, en donde María Dueñas ya nos daba un serio aviso de lo que era capaz de hacer. Sorprende, para empezar, lo cuidado de su formato. La hermosa portada, así como el resto del envoltorio con la reproducción facsimilar de anuncios y fotografías de la época: los restaurantes Fornos y el Jai Alai, con sus típicos platos regionales, el Círculo Valenciano y el Centro Andaluz de Brooklyn. O los recortes de periódico en donde se nos da cuenta de la presencia del mismísimo Carlos Gardel en el estreno de su “sublime película” Cuesta abajo en el Teatro Campoamor, ubicado en la Esquina de la 5ª Avenida con la calle 116. Por cierto que Carlos Gardel es aquí, lo quiera o no, uno de esos personajes que cobran protagonismo desde la ausencia, a fuerza de ser nombrado una y otra vez. Las crónicas de la época nos hablan de su grandioso éxito ese viernes 10 de agosto de 1934, hasta el punto de que los aplausos del público obligaron a interrumpir la película para que el famoso tanguista saludara a la enfervorizada concurrencia.

"María Dueñas actúa con cautela. Conoce como la palma de su mano el terreno que pisa"

Para una escritora que aún está en sus comienzos, que todavía se conduce con pies de plomo, una novela como la presente es todo un reto. El escenario, de entrada, manda lo suyo. Nueva York es un terreno abonado que el lector tiene archivado en su memoria después de tantas películas que allí trascurren, después de que la música de Charlie Parker o Louis Armstrong haya sonado en alguno de los más conocidos garitos de sus calles. No se trata de rescribir la historia, de reinventar ese espacio, pero sí supone un riesgo trazar un itinerario en donde aparece la estatua de la Libertad, el Central Park o los puentes de Manhattan y Brooklyn. Ni más ni menos. María Dueñas actúa con cautela. Conoce como la palma de su mano el terreno que pisa, habla la lengua guiri a la perfección de sus tiempos de profesora de filología inglesa en la Universidad de Murcia, pero, no conforme con ello, lejos del ensimismamiento y la insana complacencia, hace acopio de una amplia y nutrida información, con una labor de investigación que ya la quisiera para sí mismo el mejor de los historiadores. Con esos mimbres sólo era cuestión de extender el material sobre su mesa de trabajo y obrar con cautela a la hora de poner en pie a más de una veintena de personajes que cobran vida en estas páginas. No es tarea fácil repartir el protagonismo, casi equitativamente –de hecho, cada lector, según su propia experiencia, según lo que haya vivido, leído y viajado, se quedará con una u otra–, entre tres hermanas, Victoria, Mona y Luz, que actúan cada una por su cuenta, aunque en los momentos decisivos de la obra formen un único bloque capaz de hacer temblar a quienes les rodean. Pero no conviene olvidar, como ya pasó, sobre todo, en La Templanza, a esos secundarios que llaman la atención del lector: desde el marido de la mayor de las Arenas, el bueno y paciente Luciano Barona, hasta la entrañable Sor Lito, pasando por el perverso cazatalentos Frank Kruzan, que tiene algo de personaje de cómic, doña Maxi, una auténtica e insoportable mosca cojonera, y el apuesto don Alfonso de Borbón, el heredero de la corona española, que María Dueñas retrata, con apenas un par de certeras pinceladas, de manera magistral y portentosa.

La acción transcurre en las calles neoyorquinas en los meses previos al estallido de la Guerra Civil española. Dueñas no cae en la tentación de adoptar el papel, tan del gusto de Galdós, de narrador más allá, incluso, de la omniscencia, y se mantiene un tanto al margen de los acontecimientos, sabiendo guardar las distancias. Sabe únicamente lo que, a su vez, saben sus personajes a través de informaciones un tanto confusas, a través del testimonio, un poco atropellado y contradictorio, de quienes van llegando a la joven América horrorizados por los acontecimientos que en esos momentos se viven en la vieja España.

"María Dueñas no renuncia a sus anteriores, deliciosos y legítimos trucos folletinescos, ni deja en ningún instante que decaiga la acción"

María Dueñas no renuncia a sus anteriores, deliciosos y legítimos trucos folletinescos, ni deja en ningún instante que decaiga la acción poniendo sobre el tapete, de manera natural, sin trampa ni cartón, nuevas escenas dramáticas, nuevos conflictos y episodios, perfectamente imbricados en el conjunto de la obra, que mantienen en vilo al lector hasta la última de sus páginas. Es posible que sobren algunas imágenes del Nueva York de ese tiempo, como la típica estampa de los obreros subidos a los andamios que coronan los edificios en construcción, pero es mucho más rentable caer en esa tentación que birlarnos la fotografía que todos llevamos impresa en la retina. Está muy bien resuelto el problema del lenguaje. María Dueñas sabe mezclar ese inglés “de los montes” de algunos de sus personajes, con ciertas palabras italianas y españolas con las que consigue darle un curioso y particular colorido a ese mundo en el que aún estaba por dilucidar el futuro de una de las ciudades más emblemáticas del mundo. Más que la música de Xavier Cugat, el gerundense universal que andaba por aquellos años actuando con su Big Band en los lujosos salones del Waldorf, el lector de esta novela escucha con más nitidez y atención los acordes melancólicos de una canción de la malograda Billie Holiday, aquella que concluye: “So I say goodbye with no regrets”, “Así que me despido sin remordimientos”. Nunca mejor dicho.

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Autor: María Dueñas. TítuloLas hijas del CapitánEditorial: Planeta. PreventaAmazon

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