Crecemos de la mano de nuestros padres. Y también contra ellos. Si no en la rebeldía, sí en la ignorancia: no los escuchamos, nada de lo que nos cuentan nos penetra. ¿Qué les hizo ser como son? ¿Y cómo son? ¿Por qué nos dan esos consejos y no otros? ¿Qué les marcó? ¿Qué les emocionó? Pero nos pillan creciendo, haciéndonos, sintiendo solo la urgencia del “yo”.
Cuando queremos conocerlos, entenderlos, admirarlos, es tarde. Tarde porque han muerto, tarde porque ya no están enteros, tarde porque ya no tenemos tiempo.
“Recordé esas cosas mirando a mi padre en la que podía ser la última noche de su vida, y me pregunté: ‘¿Quién es este hombre?’, consciente de que ya nunca conocería la respuesta”.
Eso dice Daniel Mendelsohn —un hombre con hijos pequeños y padres mayores, un profesor universitario al que le ha costado mucho hacerse y defender su forma de vida (su homosexualidad, su paternidad, su pasión por la filología clásica)—, pero él va a tener una oportunidad única porque, pasados los ochenta años, su padre le pide asistir a su seminario sobre la Odisea.
Jay, su padre, un matemático duro, hecho a sí mismo, que parece desconocer los gestos de cariño, quiere seguir aprendiendo y quiere hacerlo con su hijo. Un anciano, un profesor de mediana edad y un grupo de chavales casi adolescentes. Ese es el grupo que se reúne cada viernes a estudiar la epopeya de Homero durante un frío semestre de una universidad de Virginia.
Y, así, desde la realidad y la pasión por aprender, y gracias también a los ojos de los otros, Daniel Mendelsohn descubre a su padre y descubre, sobre todo, que la vida es un viaje sin destino, un viaje en el que solo importa mantener el deseo y la pasión por aprender y que nunca hay que rendirse.
“Ahora que soy viejo —dijo luego—creo que puedo entender la importancia de estar ahí intentando cosas, aunque fracase. Como mínimo tienes que mantenerte en movimiento. Lo peor es quedarse parado. Si te ocurre eso, estás acabado”.
Unos meses después del seminario, padre e hijo se embarcan en un crucero por el mar Egeo, siguiendo los pasos de Homero. Y, al poco tiempo de volver, la salud de su padre cae en picado. Ha sido Homero quien les dio la oportunidad de conectar, de escucharse. Como dice un alumno: “Me pregunto si no podríamos afirmar que el relato va de escuchar”.
En estos tiempos de ruido y furia, es difícil pararse a leer, a pensar, a reflexionar. Somos todos niños, tiranos, egoístas, preocupados por hablar y no por escuchar. Pero Mendelsohn puede ver a su padre desde fuera, al hombre que le ayudó a ser quién es.
“… el otro día le pregunté a mi madre: ‘¿Qué tal se lleva lo de ser vieja?’. Y ella dijo: ‘Es rarísimo. Todas las mañanas me miro en el espejo y me pregunto: ¿Quién será esa anciana que me está mirando? ¡Por dentro sigo teniendo dieciséis años!’”.
Este libro no es una novela ni un ensayo, sino una crónica extraordinaria, detallada y honesta, sobre un padre y un hijo, unidos por el aprendizaje y el esfuerzo, por la pasión por el rigor y el estudio. Pero no es un libro fácil: exige una lectura atenta, una escucha profunda.
“Un hijo en busca de su padre. Así es como empieza la Odisea, y así termina”.
Es la historia más antigua del mundo, la que ya contaban los griegos, la nuestra.
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Autor: Daniel Mendelsohn. Título: Una Odisea: Un padre, un hijo, una epopeya. Editorial: Seix Barral. Venta: Amazon
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