Todos lo hacemos, porque en ello nos va la salud mental: hay que idear un relato sobre la vida propia que nos permita reconciliarnos con lo que no podemos dominar. Eso que llamamos destino, la parte de la existencia de la que es imposible adueñarse, no debería ser escollo para pasar con solvencia por este mundo, al menos mientras tengamos a mano una herramienta ideal con la que contrarrestar sus males, esa experiencia ciega que conocemos como realidad, y esta herramienta es la imaginación. Bajo esta premisa, Javier Argüello (Santiago de Chile, 1972) crea estos cuatro relatos que nos vuelven a amistar con las artes de narrar. Si en su anterior libro, Ser rojo, lo prioritario era dar cuenta de una educación sentimental a través de un texto autobiográfico, en estos Cuatro cuentos cuánticos se nos devuelve al camino de la ficción, de los motivos por los que la ficción es necesaria, por los que no deberíamos ceder su autonomía ni a la tecnología ni a la ideología. Si defendemos la autonomía de la ficción, estamos defendiendo también la de la realidad, pues esta es más creíble cuando comparte el espacio y el tiempo con otras formas de vida.
Argüello reconoce en el tercero de los relatos, ‘Un cuento inglés’, las referencias literarias que ya habíamos intuido previamente: Borges y Bioy Casares. Esto implica, por otra parte, el concepto de fantasía que ambos autores argentinos manejaban, no permitiendo que terminara de levantar los pies del suelo, soldando algunos puntos con los de la realidad. Así al narrador de estos cuentos, y lo decimos en singular, pues por el trabajo que Argüello hace con la voz da la sensación de tratarse siempre de la misma persona, le cuesta separar la realidad de la ficción. Pero sabe, eso sí, que lo que importa es narrar. En el último cuento, ‘Quantum Beijing’, encontramos algún párrafo que nos puede servir como guía acerca de este proyecto literario: «Lin quiso saber más acerca de la conferencia y le expliqué que había empezado hablando de una teoría de la física que dice que es la conciencia la que crea la realidad, y que eso se parecía mucho a lo que decían los griegos acerca de que eran las historias las que daban forma al mundo». Los dos universos posibles por los que deambula nuestro narrador interfieren entre ellos, pero no lo bastante como para no poder configurar un relato de aspecto coherente. La realidad también está formada por sensaciones, y las sensaciones no son menos intensas en la ficción. De hecho, será en la región ficcional donde ocurran cosas que realmente importan, aunque sólo sea por deseo, dado que la experiencia del mundo puede ser una cárcel. La ficción nos permite recorrer las calles de los alrededores sin riesgo a sufrir daño. Nos ayuda, pues, a salir de nosotros mismos, mientras que la realidad nos obliga a salir de nosotros mismos, pero nos muerde los tobillos y nos empuja a querer encerrarnos.
Entramos así en universos posibles, no en universos probables, dado que el único universo probable será, casi seguro, este tangible. Argüello sabe que esos universos posibles nos emocionan, y que las emociones son las sustancias que debemos defender. Las emociones, con las que resulta tan complicado construir un relato literario, pero que Argüello consigue destilar en forma de narración, son tan verdaderas como el hambre y el pan. «¿Para qué vas a escribir un libro si no es para contar historias?», le pregunta un personaje a nuestro narrador, que apenas tarda unos renglones en encontrar la respuesta: «para ella la realidad y las historias eran la misma cosa». Javier Argüello es, sin duda, uno de los escritores actuales más interesantes en nuestra lengua.
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Autor: Javier Argüello. Título: Cuatro cuentos cuánticos. Editorial: Random House. Venta: Todostuslibros.
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