Ya lo asegura la sentencia popular, el tiempo corre que vuela. Parece mentira, pero hace medio siglo que Juan Marsé publicó una de sus novelas más destacadas, Últimas tardes con Teresa. Con motivo de este aniversario, aparece una edición conmemorativa que es en su materialidad un placer, un libro que invita a la lectura con su tipografía holgada y limpia. La cubierta lleva una sugeridora foto de Oriol Maspons que toma el relevo de la que ocupaba la salida de 1966, también del mismo artista. Es un acierto actualizar la consabida imagen de la modelo nórdica Susan Holmquist en un coche descapotable sustituyéndola por este insinuante fantaseamiento de Teresa.
La nueva edición se enriquece con diversos materiales: un inane texto de Gimferrer y sendos escuetos pero sustanciosos escritos, antiguos, de Vázquez Montalbán y del propio Marsé. Estos dos comentarios remiten, cada uno desde su particular perspectiva, a la cualidad artística de una novela que obtuvo una parcial lectura testimonial. Parece oportuno plantear, corridos estos cincuenta años de vida de la obra, su autonomía literaria. Notable interés tienen, aunque ya conocidos, pero no por el público común, los informes de censura incorporados. Estos documentos y los textos de Vázquez Montalbán y de Marsé añadidos llevan de la mano a recordar su impacto en el momento de su polémica salida. Aquel pequeño Quijote de la novela social, según la inspirada definición de Gonzalo Sobejano, constituyó una andanada contra la literatura comprometida a base de desacreditar el núcleo mismo del activismo antifranquista, la juventud universitaria disidente, radiografiada en el revulsivo «señoritos de mierda», como se la define en la novela, que causó buen escándalo. Últimas tardes con Teresa se inscribe en una etapa primera de Marsé en que el creador del Pijoaparte vapuleó a modo el cinismo de la burguesía acomodada catalana, cuya fea estampa dejó en La oscura historia de la prima Montse.
Trampas y añagazas de la memoriaLuego Marsé cambió y, sin abandonar una incisiva denuncia del franquismo, fue asentando un territorio propio en el que la memoria personal de un tiempo amargo es el alambique donde se destilan historias de falsedades y frustraciones. Las que discurren por Un día volveré, El embrujo de Shanghai o Rabos de lagartija. A este ámbito, el más peculiar del autor, vuelve en Esa puta tan distinguida, que supone un ejercicio de recapitulación de sus convicciones artísticas y de la literatura que ha escrito a partir de ellas. La presencia en la novela de un director del cine militante antifranquista (un tal Héctor Roldán, autor de una filmografía «valiente y bienintencionada, aunque también bastante plasta», de películas «celebradas antaño [que] adolecen hoy de una fastidiosa monserga política, un izquierdismo de manual y unos resabios militantes marca PC que causan grima»), resume el espíritu que le llevó a Marsé tanto a hacer Últimas tardes… como a emprender el nuevo rumbo señalado. Y aún hay más. También se subraya en la última novela del escritor catalán su oposición a que una historia humana sea mero reflejo de un ambiente colectivo y a que sirva de trasunto para una intencionalidad política. El conjunto de estas ideas vale por una manifestación explícita de la poética del autor. De modo que, aunque Esa puta distinguida sea más cosas, la justificación de la propia obra de Marsé se lleva la parte del león de la obra. A ello contribuye su indisimulada base autobiográfica, evidente desde el monólogo en forma de falsa entrevista que abre el libro.
El otro asunto principal de la novela consiste en sondear qué secretos íntimos esconde un crimen brutal y gratuito e indagar en el ovillo que forma la personalidad con los hilos de «la desmemoria, la falsedad, la suplantación de la personalidad, la culpa no asumida y el fingimiento». Ese interés le mueve al narrador-guionista, alter ego de Marsé, a aceptar el encargo de hacer el guión para una película sobre los misterios aún no desvelados del asesinato de una prostituta en un cine popular barcelonés en 1949. La materia anecdótica de la novela suma las conversaciones del narrador con Fermín Sicart —el criminal confeso, hace tiempo en libertad—, el texto del guión cinematográfico y las complicadas relaciones del guionista con los sucesivos productores y directores del filme.
Un retablo crítico del ayer y de un presenteComo trasfondo de esta problemática moral y existencial pinta Marsé, a pesar de las objeciones que he subrayado, un amplio retablo crítico del ayer y de un presente próximo. Del pasado, queda constancia de los engaños, vilezas y plurales miserias de la dictadura, de su atmósfera irrespirable. Del tiempo cercano, se fustiga sin contemplaciones el descaro de los mercaderes del arte. A todo ello, se añaden desahogos privados (¿no disimula un nombre real el mercachifle productor Moisés Vicente Vilches?) y ajustes de cuentas («Rufián y Tardá, afamada pareja de payasos volatineros y saltimbanquis», «Pilar Rajola, contorsionista verbal y cómica radiofónica»). Tampoco faltan observaciones literarias y estilísticas dispersas: «jamás escribiré una novela sobre la crisis de las estructuras sociales», «el centro de la fruición artística se encuentra entre los omoplatos, un hormigueo en la médula espinal», la novela hoy necesita «menos adjetivos y más sustantivos».
Dueño Marsé de un consumado arte de narrar, articula esos materiales heterogéneos en una amena historia que indaga una vez más en torno «a las trampas y añagazas que nos tiende la memoria», la puta distinguida a la que se refiere el título con malicioso equívoco. La escribe no ya con instinto narrativo y pericia formal, sino que se permite ponerse literariamente por encima del bien y del mal. Encontramos páginas de densidad emocional y de ahondamiento en un alma enferma. A su lado, otras, en cambio, se afincan en el juguete cómico (las protagonizadas por Felisa, una asistenta sainetesca) o emparentan con Eduardo Mendoza y sus intencionadas frivolidades narrativas. De ahí que Esa puta tan distinguida, a pesar de recrear un grave asunto, tenga aires de divertimento narrativo y parezca un relato ligero hijo del escepticismo postmoderno. No está a la altura de las estupendas novelas de Marsé que forman ya parte inexcusable de la historia de nuestra prosa de ficción, pero se lee con mucho gusto, con placer intelectual y literario. Leve como es, tiene más miga de lo que parece. Y los aficionados a las cosas del escritor catalán encontramos, de propina, guiños reiterados a sus personales aficiones, gustos y disgustos, e incluso malhumores.
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Título: Últimas tardes con Teresa, edición conmemorativa del 50º aniversario. Autor: Juan Marsé Editorial: Seix Barral. Páginas: 480. Edición: papel.
Título: Esa puta tan distinguida. Autor: Juan Marsé Editorial: Lumen. Páginas: 240. Ediciones: Papel y ebook.
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