Había una vez un estudio de grabación en Los Angeles donde un hombre —nada menos que Antonio Carlos Brasileiro de Almeida Jobim— discutía acaloradamente con una pareja —la mítica Elis Regina y su segundo marido, el pianista César Camargo Mariano— acerca de la posibilidad de tocar piano eléctrico en algunas canciones de Elis & Tom, primer y último disco que grabarían juntos. Cansado de explicar sus razones para emplear nada más que piano acústico, liquidaría Jobim la controversia trazando una frontera metafórica y un pelito sarcástica: “Lo que pasa es que yo me baño en tina y ustedes en regadera”.
A mí también me gustaría pasarme una hora entera chapoteando en la tina, de estar en el pellejo del divino Antonio, pero igual me conviene el chorro en la cabeza. Es un momento íntimo, pleno de reflexiones en cascada y soliloquios a media voz que intempestivamente piden a gritos lápiz y papel. Lo de menos sería cerrar las llaves y correr empapado a tomar unos pocos apuntes, pero en tal caso el flujo mental se detendría y entonces volvería uno a la ducha arrastrando un fracaso similar al que habrá de sufrir si acaba de bañarse y descubre que lo ha olvidado todo. ¿Tú crees, Cuarentenario, que piense uno mejor con el agua caliente remojándole el coco, o que me lo he inventado para no suspirar por un jacuzzi? ¿Es el agua, el vapor, la atmósfera, el momento o la pura sugestión lo que motiva el cónclave neuronal?
Y sin embargo no estoy solo en esto. Lo sé porque hace tiempo descubrí las Aqua Notes: un pequeño bloc de hojas de papel a prueba de agua, pegado a la pared con dos ventosas que asimismo sostienen un lapicillo a modo. Si resulta que amanecí ocurrente, alcanzaré a llenar la hoja por los dos lados, no importa cuántos litros le pasen por encima, y así saldré del baño con las primeras líneas del día, puede que las que más me satisfagan porque no es la calma y la comodidad sino el desasosiego y las dificultades lo que empuja a vencer a la hoja en blanco (mejor aún si es hojita y hay que dibujar letras diminutas, de pronto con la jeta rebosante de espuma de afeitar o los ojos cundidos de champú). Parecería un tanto más sencillo pergeñar esas notas en la tina, sólo que en ese caso nada raro sería que primero llegara el sueño que el ingenio.
Tal como los amantes son más eficientes cuando saben que nada está seguro, uno escribe sus más rescatables renglones en condiciones claramente adversas, al tanto de que todo flota en el aire y hay que hacer malabares indecibles para prevalecer en el empeño. Ahora explícame, Diario de Cuarentena, cómo es que un holgazán reconocido termina trabajando hasta en la puta ducha.
Entiendo que quien habla aquí soy yo, pero de todas formas no existe explicación, y ni falta que hiciera, si al final lo disfrutas como un juego infantil. Cada mañana debo discriminar entre mis pensamientos en tropel, para quedarme sólo con los más cosquilleantes y no desperdiciar ese tiempo precioso bajo el agua. Minutos hechizados, exquisitos, vibrantes de deseo y anticipación, cuando el día completo es una hoja vacía que apenas amenazas con manchar y nada todavía se ha descarrilado.
Una vez que la toalla hizo lo suyo, todo indica que es hora de sacar de la tina al amigo Jobim.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: