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Esas personas con las que nos cruzamos

Esas personas con las que nos cruzamos

Gonzalo Calcedo es uno de los autores de relatos más representativos de la literatura contemporánea. Ha publicado más de veinte libros de cuentos, desde que en 1996 apareció Esperando al enemigo, al que siguieron Otras geografías, Cuentos de hijos y padres, La pesca con mosca, La carga de la brigada ligera, Temporada de huracanes, Las inglesas, entre otros. Ha obtenido los premios más prestigiosos de este género, el NH Mario Vargas Llosa, el Hucha de Oro, el premio Tiflos, y en 2020 se le concedió el Premio Castilla y León de las Letras.

Acaba de editar La chica que leía El viejo y el mar, que está compuesto por 19 narraciones breves, que son un ejemplo de las características de sus cuentos y muestran de forma magistral los rasgos esenciales del relato corto: brevedad, condensación, capacidad de sugerencia. Todos se basan en encuentros casuales. El libro se abre con el relato titulado “Sin zapatos”, que narra el encuentro de tres personas que esperan el embarque de su avión en el aeropuerto. Un breve diálogo entre ellos es suficiente para desplegar ante el lector la vida que lleva cada uno, con sus dramas, sus ilusiones y su desencanto. En “Música para mis oídos”, un chico cuyos padres se acaban de divorciar entabla conversación en el autobús con la mujer que ocupa el asiento de al lado. En “Solo Franz”, una escena similar se produce entre una joven y un vendedor de yates que coinciden en el avión. En “Talasoterapia” el encuentro se sitúa en las termas de un hotel. En el cuento que da título al conjunto, “La chica que leía El viejo y el mar”, un hombre pasa un rato con su hijo en un café de la ciudad de Groninga, rodeado de jóvenes que le hacen sentir, como nunca antes, el peso de sus años.

"Gonzalo Calcedo se inscribe en la tradición del realismo literario. Sus relatos no transitan por el territorio de lo insólito o lo extravagante"

Los cuentos de Gonzalo Calcedo tienen mucho que ver con el estilo de escritores norteamericanos como John Cheever, Richard Ford o Tobías Wolff. Sus cuentos son trozos de vida, imágenes momentáneas de la realidad, una ventana abierta al mundo cotidiano. Todos tienen finales abiertos. Describen un encuentro pasajero entre los protagonistas, un suceso en apariencia intrascendente; pero detrás de ese momento se adivinan sus historias, la vida que llevan, la que han tenido hasta entonces, la que les espera.

El autor emplea la elipsis y la capacidad de sugerencia para incentivar la imaginación del lector, que es uno de los desafíos fundamentales de la literatura. Y compone con maestría diálogos escuetos, que transmiten el estado de ánimo de los personajes y muestran la capacidad del escritor para captar las emociones que surgen en el cruce fortuito entre dos personas, en una mirada, en una conversación fugaz.

Gonzalo Calcedo se inscribe en la tradición del realismo literario. Sus relatos no transitan por el territorio de lo insólito o lo extravagante. No se basan en construir tramas complejas con aventuras inéditas o giros inesperados del argumento. Con una aparente sencillez, hablan del extravío humano, la soledad, la búsqueda de compañía, la necesidad de los otros. En este libro vuelve a indagar en el mundo interior de unos personajes perdidos, a los que trata con piedad y con un humor sutil. Son gentes solitarias, corazones rotos, personas que buscan alguna compañía, aunque sea la de un animal vagabundo (“Habrá más gatos”). La mayoría vive una situación de desamparo, buscan un amor difuso, acaban de divorciarse (“La llamada de lo salvaje”), sienten la melancolía de una separación y ven nacer en su interior una tristeza momentánea cuyas causas ignoran.

"El valor simbólico de su prosa no está solo en el lenguaje; también, en los lugares donde transcurren los cuentos: el pasillo de un aeropuerto, salas de espera, bares de hotel..."

Los relatos de Gonzalo Calcedo son inconfundibles; ha desarrollado un estilo propio que los identifica. Si la literatura está en los detalles, este autor es maestro en percibir detalles significativos de la escena que plasma. Su estilo se enriquece con imágenes expresivas y metáforas originales, que componen un lenguaje sencillo y luminoso. Cuando describe el interior de un bar, dice que algunas chicas jóvenes “sorben sus cafés como pajaritos”; y mientras, en el exterior, atardece y “la lluvia multiplica sus lupas en los cromados de las bicicletas aparcadas por doquier, algunas en posición de marcha, otras caídas sobre sus vecinas formando aludes de chatarra” (p. 178).

El valor simbólico de su prosa no está solo en el lenguaje; también, en los lugares donde transcurren los cuentos: el pasillo de un aeropuerto, salas de espera, bares de hotel, calles extraviadas, áreas de descanso al borde de la carretera. Son sitios de paso, anónimos e impersonales, que muestran el desarraigo de las gentes que transitan por ellos. Incluso algunos suceden en momentos de tránsito: en el autobús (“Música para mis oídos”) o en la cabina ruidosa de un avión (“Solo Franz”). Los protagonistas van a un lugar en el que no sabemos lo que les espera; y esa situación pasajera que refleja el cuento se convierte en imagen de la vida como viaje a ese futuro desconocido que es vivir.

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Autor: Gonzalo Calcedo. Título: La chica que leía El viejo y el mar. Editorial: Menoscuarto. Venta: Todos tus libros.

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