Las notas que siguen son un diario de lectura de la edición original y en inglés, publicado por Henry Holt and Co., de 4 3 2 1, de Paul Auster.
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Algo muy especial debe suceder para que un libro pueda tener más de quinientas páginas: semejante despliegue solo es justificable porque la lectura tenga tantos vericuetos y detalles que al autor no le quede más remedio que escribir largo y frondoso (Jonathan Franzen), o bien porque —pensemos en memorias, en volcados vitales— lo que iba a ser un discreto ejercicio haya reventado las costuras del decoro lector.
Paul Auster llevaba siete años sin novela. La última, Sunset Park, era un producto medio urgente que se publicó en 2010 y que hablaba de 2008; que apenas tenía 320 páginas. La que ahora nos ocupa, 4 3 2 1, y que acaba de publicarse en España, tiene 866 de letra prieta y página grande. El relato empieza en el año 1900.
Hay quien dice que es la gran novela autobiográfica que Auster se debía, y por eso podría ser que pertenezca al segundo equipo, al de las costuras reventadas. Y también se cuenta que no, que lo que ocurre es que su prosa de ficción llevaba demasiados años dormida y que esto es, en verdad, su despertar. Todo lo anterior (¿desde El libro de las ilusiones hace quince años, a lo mejor?) no valía, no significaba nada.
Bien, averigüémoslo.
Página 104.
Parece que las cartas ya están sobre la mesa, en cien páginas, como mandan los cánones. No hay novedad aparente para el lector de Auster: aquí hay artistas, escritores en ciernes (y en problemas), algunos secretos familiares, etcétera. No obstante, ya ha ocurrido la primera gran sorpresa argumental de la novela, que es mejor no revelar: los quiebros en Auster, que no pierde las buenas costumbres, no tienen que ver con la identidad del asesino o la paternidad del protagonista, sino que —marca de la casa— son una suspensión que hace retroceder una o dos páginas para comprobar si hemos entendido bien.
Le creemos todo: este primer capítulo dividido en cuatro partes está llevado con mano de hierro por el autor, el cuentacuentos, el narrador. Sin diálogos, con muchas listas, con párrafos enormes. Con una promesa en la primera frase de cada uno de ellos y, luego, su revelación pausada y completa.
Página 276
Acaba de llegar la primera digresión, en forma de relato inventado. Esto, junto con las cámaras fotográficas y el cine de otro tiempo, era prácticamente el último cliché de Auster que faltaba por cubrir. Ya están todos, incluido uno que (igual que la sorpresa anterior) no es del todo buena idea revelar: con el mapa completo, al término de (los) segundos capítulos, empieza el tramo de la lectura que está llamado a separar el grano de la paja, la novela del clásico.
Parece que por estas cotas, Auster ya se ha quedado sin ideas: esta es su maestría. Está empezando a disfrutar, y los lectores con él, porque muy en el fondo todo lo que debía hacer para proponernos otra novela ya está satisfecho. Ya tenemos unos cuantos vericuetos narrativos notables, una prosa madura y extraordinariamente potente (¿quién lo habrá traducido al español y cómo habrá lidiado con el relato de un par de zapatos, que se titula Sole mates?) y un mapa de personajes entero. Y ahora, ¿qué?
Página 346
«Todo el mundo le había dicho siempre a Ferguson que la vida se parecía a un libro, un relato que empezaba en la página 1 y avanzaba hasta la muerte del héroe en la página 204 o 926, pero ahora que el futuro que había imaginado para sí estaba cambiando, su comprensión del tiempo también cambiaba.»
Página 502
Acostumbro a dividir el tiempo de lectura entre sesiones caseras y terrazas o barras bien iluminadas, porque es verano. Algunos amigos empiezan a preguntar si este ejemplar de la primera edición estadounidense, en Henry Holt, es de segunda mano, porque ya ha sufrido un poco: es un libro clásico con las tapas tocadas y algunas páginas marcadas por las yemas de los dedos.
Los personajes en Auster, aunque supuran y viven, suelen quedar impresos en la memoria un poco como el agente de la Continental, que por no tener no tenía ni nombre. Personajes de contornos definidos y rasgos limpios, que poco a poco se complican hasta que el lector no sabe si es por efecto del autor o por un impulso propio.
Aquí, de ahí la duda, el protagonista (los protagonistas) se están empezando a llenar de nervios y de aristas, por lo que el trasfondo histórico es una vértebra, pero no es lo principal. Lo principal, sin duda, es el destino y un mapa muy amplio de lo que puede ocurrir en la vida.
Ahora, lejos de hablar de un poder omnipotente, Auster plantea toda suerte de casualidades y de decisiones no siempre justificadas. Aquí está la razón para seguir leyendo, para no parar: Saber si alguno de los derroteros será previsible, o si Archie Ferguson tiene control sobre alguno de ellos.
Página 548
«Escribir sobre sí mismo durante los más de seis meses que le había llevado terminar su libro corto, de 157 páginas, había hecho a Ferguson entablar una nueva relación consigo. Se sentía más íntimamente conectado con sus propios sentimientos y, a la vez, más alejado, casi desapegado, indiferente, como si durante la escritura se hubiera convertido a un tiempo en una persona más fría y más cálida. Más cálida porque había abierto sus interioridades y las estaba exponiendo al mundo; más fría porque era capaz de ver esas interioridades como si perteneciesen a otra persona, a un extraño, a alguien anónimo. No podía discernir si esa nueva relación con su escritura era buena o mala, mejor o peor para él.»
Página 711
Auster ha estado presentando el libro en España mientras que algunos comienzan a comentarlo. No es seguro que hayan llegado hasta aquí, que no solo es una página sino el rubicón del agotamiento. En las últimas doscientas páginas ha quedado escrita la historia reciente de Estados Unidos, la que media entre el final de la Segunda Guerra Mundial y Vietnam; pero también la juventud completa de un personaje con muchas caras.
Yo ya estoy seguro de que estamos ante un clásico, del «efecto Julien Sorel»: igual que en Stendhal, los Archie Ferguson que habitan esta novela le van a volar la cabeza a cualquier adolescente tardío con ganas de dedicarse a escribir, se va a ver reflejado y henchido de comprensión cuando llegue a este punto.
Va a entender el tiempo —puede que busque acontecimientos históricos que se relatan de pasada— y va a querer emular a Ferguson como emularía al Arturo Bandini de John Fante. Esta no es una novela sencilla, es una novela-espejo.
Página 853
«pero, como el lector ya habrá observado a estas alturas»
Página 866
Es comprensible que algunas críticas a este libro hayan culminado con una sonrisilla condescendiente: léase la cita anterior. Es la primera referencia directa a los lectores, y está en el tramo final de libro. Es decir, vaticina que Auster está a punto de volver a tirar de repertorio para cerrar con un juego metaliterario.
Así es.
Cualquiera medianamente avezado se daría cuenta de este detalle en la primera página, y podría confirmarlo en las doscientas siguientes. Con eso en mano, le toca al lector decidir si acepta que Auster —igual que todos los grandes— use el molde al que ya se ha hecho para trascender, para subirse encima, para montar una novela total, o si prefiere dedicarse a otras lecturas.
Yo he preferido aceptarlo.
Y sí: acerté.
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Autor: Paul Auster. Título: 4 3 2 1. Editorial: Seix Barral. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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