En uno de los capítulos que el Deuteronomio dedica a la regulación social —número 21, versículos 11 a 14— se nos indica cómo proceder con los prisioneros obtenidos en la guerra según Jehová: «Y si vieres entre los cautivos a alguna mujer hermosa, y la codiciares, y la tomares para ti por mujer, la meterás en tu casa; y ella rapará su cabeza, y cortará sus uñas, y se quitará el vestido de su cautiverio, y se quedará en tu casa; y llorará a su padre y a su madre un mes entero; y después podrás entrar en ella, y tú serás su marido, y ella será tu mujer». Al margen de los escalofríos que provoque su lectura, mayor náusea provoca el hecho de que, milenios después, la mujer siga siendo propiedad en buena parte del planeta y que, de muchas y retorcidas formas, su destino aún dependa de terceros.
Mía, protagonista del libro homónimo, es una joven insegura, reflexiva y desempleada que debe ocuparse de su hermano Víctor, un niño superdotado con una habilidad especial para formular preguntas incómodas. Aunque han pasado años desde que el padre de ambos fuera secuestrado durante veintiún días y liberado después, la mente de este último ha quedado gravemente fracturada, por lo que sobrevive entre ingresos hospitalarios; en cuanto a la madre, su actitud errática y compulsiva no hace sino agravar la situación. La guinda del pastel la componen la relación de Mía con sus novios y exnovios —que eluden cualquier responsabilidad afectiva o incluso cruzan líneas más peligrosas—, así como con sus amigas Laia y Antea, cada una circulando por caminos opuestos.
Setenta y siete capítulos breves, dispuestos en algo más de doscientas páginas y compuestos con un estilo limpio, de escaso ornamento, con los que Dueñas nos hace partícipes de la atmósfera asfixiante que envuelve a la protagonista. Una obra oscura sin necesidad de ser escabrosa, e interesante por cuanto ahonda en la sexualidad, las expectativas de pareja o las relaciones familiares desde un punto de vista femenino. Mía se construye también empleando el silencio como cemento, porque las omisiones de los personajes —empezando por los de la propia protagonista— aportan detalles a la trama que la hacen merecedora, si acaso, de una relectura.
Como en El extranjero (1942), de Albert Camus (1913-1960), donde el descreído Meursault demuestra una temeraria apatía vital fruto del absurdo que le ha tocado en suerte, el escritor madrileño logra que nos pongamos en la piel de quien ha perdido la suya porque se resigna a un porvenir del que parece no haber escapatoria; nuestra joven protagonista es colaboradora necesaria en la vida de los demás pero observa la suya desde la barrera, así que deberá decidir si renunciar a sus sueños —si es que se los puede permitir— en favor de alimentar a la bestia. Estamos ante una lectura fatalista que, en cierto modo, se parece a ser introducido en un estrecho tanque de agua y contemplar cómo, poco a poco, el líquido que antes solo cubría nuestros pies ahora sube de nivel sin que sepamos dónde se encuentra —ni cómo activar— la llave que detiene el torrente.
El capítulo veintiuno del Deuteronomio —ahora en su versículo 14— añade un último apunte al destino de esa mujer que fue capturada en la guerra: «Y si no te agradare, la dejarás en libertad; no la venderás por dinero, ni la tratarás como esclava, pues ya la habrás humillado». Así que cuando Mía nos deje entrar en su pandemónium personal, cuando asistamos a sus infortunios y malas decisiones, no la juzguemos, permitámosle el paso y, sobre todo, no intentemos apropiarnos de ella. De lo contrario, puede que —como tantos a lo largo de la historia— también nosotros acabemos siendo cómplices.
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Autor: Miguel Dueñas. Título: Mía. Editorial: Candaya. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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