La esgrimaAnotaciones preliminares de Gómez-Jurado sobre las partes de una espada ropera (izda.) y sobre las técnicas de forjado de una hoja. En el cuadro inferior derecho está el esbozo del personaje de Dreyer. “La escena de la forja es mi favorita de La Leyenda del Ladrón”. Primero porque la escribí en un momento personal muy difícil, y me identifiqué completamente con el trozo de metal que Dreyer golpea inmisericorde para lograr algo hermoso. Pero a nivel literario, además, sirve como parteluz de toda la novela. Todo lo que se ha leído antes y todo lo que sucede después tiene su correlación exacta e inversa, casi escena por escena, como un juego de espejos”, aclara el autor.
Uno de los recuerdos más antiguo de mi infancia es ver a Stewart Granger y Mel Ferrer enfrentándose hasta la muerte en un teatro.
La película se llamaba Scaramouche, y sigue siendo una de las mejores cintas de capa y espada jamás filmadas. Una de las razones es porque era pura, sencilla, directa. Modernas incursiones en el género han resultado un desastre porque se perdían en el artificio vacío. Es difícil reproducir aquellas sensaciones vibrantes que los niños de los ochenta vivíamos en las películas de los sábados por la tarde, pero aquel que lo consiga tendrá siempre en mí a un fiel admirador. Yo lo intento, y de hecho hay un pequeño homenaje a esa Scaramouche dentro de la novela.
La Leyenda del Ladrón es muchas cosas —es sobre todo una novela de aventuras, aunque tiene muchas capas que hacen referencia a la literatura y a la crítica social— pero desde el principio tuve claro que la banda sonora de mi historia sonaría al ritmo de los metales.
El oro, cayendo sobre las piedras. El martillo golpeando el yunque. Y el entrechocar de los aceros, con la vida en juego. No existe una melodía mas cierta ni más terrible que la que puede interpretarse con esos instrumentos.
En España lo conocemos bien. Fue aquí donde se expidió la primera licencia real a un maestro de armas de la que se tiene constancia en Europa. Ocurrió en Zaragoza, en 1478, al maestro mayor Gómez Dorado. En nuestro país se llevaban estos asuntos con enorme seriedad, sobre todo cuando se trataba de examinar a un aspirante. Se convertía en un acto público, al que acudían decenas de personas. En otros países incluso se pagaba la entrada.
En el XVI las armas blancas eran un artículo de uso común en toda España, siendo la ropera la más común de todas. Su nombre deriva del alemán rapier —literalmente arma extranjera— y sería durante tres siglos el arma mas popular del continente.
La espada no se llevaba, se vestía igual que el sombrero y la capa. Tanta proliferación de aceros llevaba a numerosos encontronazos dentro de la población civil —rara era la noche que no se saldaba con dos o tres muertos en la Sevilla del mil quinientos—. Por ello los maestros de armas insistían mucho en que, ya que la mayoría de los combates tenían lugar en las calles, sus pupilos aprendiesen a defenderse en ellas. El entorno embarrado, inestable y lleno de excrementos que eran las calles en aquella época dista mucho de nuestro medio ambiente urbano. Por eso cada batalla era sobre todo un triunfo de la observación, algo en lo que Sancho había sido educado por Bartolo mucho antes de que Dreyer pusiese por primera vez en sus manos una espada.
He dedicado una inmensa cantidad de tiempo a estudiar lo que suponía vivir con un arma en la mano. Comencé estudiado a los maestros contemporáneos de Sancho, uno de los cuales —Joachim Meyer, el maestro lanista alemán— terminó sirviendo de inspiración para Dreyer, el herrero de misterioso pasado. Aunque fue un gran maestro, Jerónimo Sánchez de Carranza, gaditano, quien me guió a través de su De la Filosofía de las Armas y de su Destreza y la Aggression y Defensa Cristiana, la obra por la que se le considera el padre de la corriente teórica hispanista dentro de la esgrima.
Cabe decir que siglos antes de que Real Madrid y Barcelona fuesen conquistando Copas de Europa, en el continente ya se miraba a los españoles con enorme respeto, “pues son esgrimidores formidables, bajitos pero muy fieros”, como rezaba una carta del maestro Mezzane a un colega alemán en 1603.
Espada ropera con protección de cazoleta en forma de conchas (izda.) y daga vizcaína o de mano izquierda.
Zenda es un territorio de libros y amigos, al que te puedes sumar transitando por la web y con tus comentarios aquí o en el foro. Para participar en esta sección de comentarios es preciso estar registrado. Normas: