Por razones que les parecerán a ustedes obvias, que haya recaído el Premio Princesa de Asturias de las Letras de 2022 en Juan Mayorga me llena de alegría. Pero, sobre todo, y como ciudadano, me llena de esperanza. El prestigioso galardón, como saben, se concede anualmente al escritor o escritora cuya labor creadora o de investigación represente una contribución relevante a la cultura universal en los campos de la Literatura o la Lingüística. También sabrán que, hasta el momento, lo han recibido el poeta José Hierro, Miguel Delibes, Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Gonzalo Torrente Ballester, Camilo José Cela, Susan Sontag, Francisco Umbral, Paul Auster, Philip Roth, Leonard Cohen, Margaret Atwood y Doris Lessing, entre otros. Pero lo que igual no saben es que los únicos dramaturgos galardonados con el Premio, hasta el momento, habían sido Francisco Nieva y Arthur Miller. Torrente Ballester también escribió teatro, pero fue por su obra narrativa, crítica y periodística por la que fue reconocido con el premio.
En este 2022, de nuevo en un dramaturgo recae el galardón. Justo en un tiempo en el que tanta dramaturgia se necesita, tanto reunirnos en los teatros, tanto enfrentarnos allí a los muchos temas que hoy nos preocupan, para quizás encontrarles solución, una vez caiga el telón y nos abran las puertas que nos devuelvan a las calles, a los bares, a los despachos, a los hogares, al encuentro, en definitiva, con las otras y los otros. Porque el de hoy es un tiempo en el que crecen las crisis económicas, las pandemias, las desigualdades. Oportunidad perfecta, según nos corrobora la historia, para que asomen las ultraderechas, esas que siempre se atreve a señalar, denunciar y ridiculizar, desde los escenarios, la buena gente del Teatro. Ante tanta adversidad, es el momento en el que, quizás, se ha entendido el Teatro como un refugio, sí. Y a los autores comprometidos, personas fundamentales para tratar de restablecer propuestas para el equilibrio social y emocional. Por tanto, no ha podido ser más acertada la decisión del Jurado, presidido por Santiago Muñoz Machado, director de la RAE, que ha destacado la enorme calidad, hondura crítica y compromiso intelectual de la obra de Juan Mayorga. Una obra llena de acción, emoción, poesía y pensamiento. El dramaturgo ha respondido que precisamente siempre ha pensado que el Teatro tenía que ofrecer lo que significan esas cuatro palabras. Y, ante la consabida pregunta de qué siente al haber recibido el Princesa de Asturias de las Letras, ha respondido también: “Son incidentes que pasan…”, respuesta que refleja su humildad y grandeza.
Nacido en Madrid en 1965, Juan Mayorga es Licenciado en Matemáticas y Doctor en Filosofía. Dijo en una ocasión que un matemático es alguien que reconoce la afinidad entre formas. Y también que la filosofía es el asombro radical, la interrogación de uno mismo. Se trata del dramaturgo español vivo más representado y traducido a nivel internacional. Ocupa desde 2019 el sillón M (no podría ser más acertado) de la Real Academia de la Lengua. Es autor de obras fundamentales como Cartas de amor a Stalin (1997), Últimas palabras de Copito de Nieve (2004), Hamelin, (2005), Alejandro y Ana: Lo que España no pudo ver del banquete de la boda de la hija del presidente (2004) y Reikiavik (2012). Este año estrenó El Golem (2015), en el Centro Dramático Nacional, dirigida por Alfredo Sanzol, con una prodigiosa Vicky Luengo en el papel protagonista. El texto, escrito en 2015, lo recuperó durante la pandemia, en plena angustia y frustración vivida durante el confinamiento por el covid. Y lo que le llevó a reescribir la obra, dijo, fue imaginarse que el Estado anunciase que tratamientos médicos que hasta ese momento estaban asegurados iban a dejar de ser cubiertos.
Mayorga ha defendido siempre que un artista al que la libertad no es necesaria viene a ser como un pez al que el agua no es imprescindible. Que el Teatro es el Arte de la reunión y de la imaginación. Que escribe buscando a otros. Y que nuestro tiempo es de una falsedad tan abismal que, si alguien pusiese un poco de verdad en el escenario, la gente saldría del teatro a quemar el mundo.
Claire Spooner, en el prólogo que precede a la colección de textos teatrales, desde 1989 hasta 2014, magníficamente editado por Ediciones de la Uña Rota, le define como un dramaturgo que concibe el Teatro como espacio crítico de la realidad, como escuela de la sospecha, como ring de boxeo, del que nadie sale indemne. Tiene toda la razón. Mayorga es algo más que un dramaturgo admirable para mí y para tantos autores y autoras. Su Teatro crítico y valiente sobre la realidad social e incluso política de nuestro tiempo es, en todo momento para nosotros, un imprescindible faro. Sus opiniones sobre este oficio al que nos dedicamos toda una lección: “Si el Teatro no es capaz de desestabilizar de algún modo las convicciones del espectador, si no es capaz de ponerle ante buenas preguntas, está siendo irrelevante”. No puedo estar más de acuerdo con esto que dijo. También con el final de una de sus primeras obras, Siete hombres buenos, cuando Pablo y Nicolás dicen al mismo tiempo algo que resume la integridad y coherencia de este enorme dramaturgo: “La revolución será siempre un crimen o una locura, dondequiera que prevalezcan la justicia y el derecho; pero es justicia y es derecho donde prevalezca la tiranía”. Y con estas palabras salen entre ladridos los personajes. No hay nada más coherente que darle a quien escribe cosas así un aplauso en pie y, por supuesto, este merecido Premio. Porque no hay nada como unas palabras así de certeras que iluminen nuestras almas, justo antes de hacerse el Oscuro en un Teatro.
Tiranía es lo que tenemos hoy. Los criminales en la calle, los okupas cobrando, los políticos robando legalmente, los medios mintiendo, los jueces a lo suyo y la gente honrada y trabajadora pagando y pagando. Y chitón, si piensas o te quejas eres un facha. Lo importante es la guerra civil, los gays y la Tierra, que se nos va, se nos va.