He terminado el primer borrador de mi nueva novela.
Estas últimas semanas han sido agónicas. Siempre que encaro el último tramo de una novela me sucede lo mismo. No lo puedo evitar. Supongo que podría compararse a la tozudez de un corredor que después de varios kilómetros de marcha, y a pesar de tener los músculos hechos puré, ve recortarse la meta en la lejanía y hace un último esfuerzo para alcanzarla lo antes posible.
Cuando el final está tan cerca no tiene sentido hacerlo de otra manera.
Varias jornadas de escritura maratonianas han dado como resultado un borrador del que me siento tremendamente orgulloso. No es sólo la historia en sí, que también. Lo es el hecho de haber conseguido el objetivo que me marqué cuando desembarqué en esta ciudad. Frankfurt se deja ver en cada página, está presente en cuerpo y en espíritu. No voy a decir algo tan trillado como que es un personaje más, pero he tratado de retratar esta ciudad con toda la honestidad y la rudeza que me transmiten sus calles, sus costumbres y sus habitantes.
Ahora viene la parte más dura de este oficio y la que personalmente me parece más divertida y desafiante: las correcciones. Tengo que trabajar a fondo este borrador para conseguir transformarlo en un manuscrito decente.
Mi método de trabajo es bastante prusiano. Normalmente escribo un capítulo tras otro sin echar la vista atrás. Eso hace que el primer borrador avance con rapidez, pero también que esté plagado de inexactitudes, hilos que se han quedado sin desarrollar y escenas que sobran y que faltan. También hay caminos sin explorar. Son como ventanas a medio abrir. Queda a mi criterio abrirlas del todo para dejar pasar la luz o cerrarlas completamente para que el paisaje no distraiga al lector de la narración principal.
Cuando llego a esta fase echo mano de los consejos de mi amigo Daniel Heredia, asesor literario y una de las primeras personas a las que doy a leer mis manuscritos para que los valore y aporte su opinión de lector avezado. Daniel resume el oficio en tres pilares: «Escribir, corregir y pulir». Cada etapa es tan importante como las demás y merece el mismo tiempo y esfuerzo, si bien es en la última, la del pulido y abrillantado, donde recae la responsabilidad de marcar la diferencia y dotar al texto de calidad narrativa.
Otro de los consejos de Daniel es leer el borrador en voz alta. Trabajar de oído ayuda a detectar las imperfecciones y los lugares en los que merece la pena detenerse y trabajar a fondo.
Cuando estoy inmerso en las correcciones siempre se me viene a la cabeza algo que oí decir al profesor de la universidad de Cádiz José Jurado sobre la escritura de Félix J. Palma: «Cuando escribe, Félix intenta que cada capítulo sea el mejor de toda la novela. Después trata de que cada párrafo sea el mejor de todo el capítulo. Luego, intenta que cada frase sea la mejor de todo el párrafo». Es algo exagerado, pero creo que es un ejemplo muy gráfico de cuál debe ser el nivel de exigencia de un autor para conseguir que su obra llegue a los lectores en su mejor versión posible. Hay que dejar a un lado obstáculos como la vanidad, el ego y la autocomplacencia y respetar a los destinatarios finales de nuestro trabajo.
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Mientras releo el borrador hay momentos de todo tipo. Hay rabia y cabreo cuando me topo con según qué cosas. «¿Cómo diablos pensé que esto podría funcionar?». Por contra, también hay momentos de complicidad. Es bonito recordar qué situación me empujó a construir una escena concreta y cuál era mi estado de ánimo en el momento de escribirla.
Naturalmente, esta información forma parte del andamiaje de la novela y, como tal, debe pasar inadvertida cuando el texto llegue a los ojos de los lectores. Supongo que los que lean este Proyecto Mainhattan partirán con ventaja el día que la novela llegue a sus manos, pero espero que sepan perdonármelo.
Necesitaba un rascacielos que actuara como epicentro de la trama. De entre todos los edificios que conforman el brutal skyline de la ciudad he elegido la Westend Tower por un motivo obvio: allí es donde trabaja mi amigo Oli. Eso me ha permitido visitarlo y conocer sus entrañas de primera mano. Las descripciones del interior del edificio son absolutamente reales y no me ha costado en absoluto adecuarlo a la historia.
También me he permitido incluir una persecución en el interior del Hauptfriedhof, el cementerio más grande de la ciudad. No sé si la escena permanecerá después de que ejecute las correcciones pertinentes pero, en cualquier caso, me ha resultado muy divertido ponerme en el lugar de mis personajes y recorrer ese lugar con la mirada de alguien que huye de un peligro. ¿Qué caminos tomaría? ¿Tras qué lápidas se escondería? ¿Como se escabulliría de los vigilantes que controlan el lugar después de la hora de cierre?
Como pueden imaginar, independientemente del resultado final, me he divertido mucho construyendo esta novela. Eso me recuerda algo que oí decir una vez a mi admirado Juan Ramón Biedma: «No tiene sentido dedicarse a esto si no te diviertes».
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